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  • Re: Post de Libros

    Yo estoy con Bosque Mitago de Robert Holdstock. Había leído buenísimas críticas pero de momento va muy muy lento y no pasa nada o casi nada. Seguiré con él un poco más y como no mejore, lo dejo.

    También estoy con relatos de H. P. Lovecraft que era una lectura que tenía pendiente. De momento me está gustando mucho.

    Y tengo a la vista leer algo de Manuel Chaves Nogales.

    Comentario


    • Originalmente publicado por Lars von Betis Ver Mensaje
      Yo estoy con Bosque Mitago de Robert Holdstock. Había leído buenísimas críticas pero de momento va muy muy lento y no pasa nada o casi nada. Seguiré con él un poco más y como no mejore, lo dejo.

      También estoy con relatos de H. P. Lovecraft que era una lectura que tenía pendiente. De momento me está gustando mucho.

      Y tengo a la vista leer algo de Manuel Chaves Nogales.
      Impresionante el libro de Chaves Nogales sobre la Guerra Civil, A sangre y fuego. Debería ser de lectura obligatoria en los institutos. Cuenta todas las barbaridades y atrocidades de los frentes y las retaguardias.
      Lo tengo para el Kindle, si lo quieres, mándame un MP y te lo dejo.

      Comentario


      • Re: Post de Libros

        Originalmente publicado por Lars von Betis Ver Mensaje
        Yo estoy con Bosque Mitago de Robert Holdstock. Había leído buenísimas críticas pero de momento va muy muy lento y no pasa nada o casi nada. Seguiré con él un poco más y como no mejore, lo dejo.

        También estoy con relatos de H. P. Lovecraft que era una lectura que tenía pendiente. De momento me está gustando mucho.

        Y tengo a la vista leer algo de Manuel Chaves Nogales.
        Muy recomendable la edición de "Los mitos de Ctulhu" de Alianza Editorial, con un estupendo prólogo, y donde se recogen una selección de relatos no sólo de Lovecraft, sino de sus inspiradores y también de sus epígonos.

        Comentario


        • Re: Post de Libros

          Originalmente publicado por raskolnikov Ver Mensaje
          Impresionante el libro de Chaves Nogales sobre la Guerra Civil, A sangre y fuego. Debería ser de lectura obligatoria en los institutos. Cuenta todas las barbaridades y atrocidades de los frentes y las retaguardias.
          Lo tengo para el Kindle, si lo quieres, mándame un MP y te lo dejo.
          Muchas gracias pero ya lo tengo metido en el kindle

          Hay varios en papyrefb2 y ya me los he bajado. Precisamente ese era el que más me llamaba la atención.

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          • Re: Post de Libros

            Originalmente publicado por Quo vadis? Ver Mensaje
            Muy recomendable la edición de "Los mitos de Ctulhu" de Alianza Editorial, con un estupendo prólogo, y donde se recogen una selección de relatos no sólo de Lovecraft, sino de sus inspiradores y también de sus epígonos.
            La edición que estoy leyendo es Narrativa completa de de Valdemar gótica.

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            • Re: Post de Libros

              Originalmente publicado por Lars von Betis Ver Mensaje
              La edición que estoy leyendo es Narrativa completa de de Valdemar gótica.
              Muy interesante también, creo que han editado las obras completas, ¿no?
              No sé si incluyen los ensayos del propio Lovecraft sobre la literatura fantástica y de terror.

              Comentario


              • Re: Post de Libros

                Originalmente publicado por Quo vadis? Ver Mensaje
                Muy interesante también, creo que han editado las obras completas, ¿no?
                No sé si incluyen los ensayos del propio Lovecraft sobre la literatura fantástica y de terror.
                Son dos volúmenes, pero ya no sé si incluye además los ensayos de Lovecraft.

                Comentario


                • Re: Post de Libros

                  Yo desde que en Reyes me 'regalaran' un libro electrónico he cogido carrerilla en esto de leer y me he leido desde finales de enero hasta el día de hoy:

                  - El hacedor de Ángeles
                  - Algunos ensayos de JJ Benítez
                  - Clave de Mesa
                  - Lo que no está escrito


                  Y ahora mismo ando metido de lleno en La piel del Tambor.
                  Y quiero leer también que los tengo ya localizados: La Hermandad de la Sábana Santa, El Ciego de Sevilla.
                  Editado por última vez por Le0; https://www.betisweb.com/foro/member/1176-le0 en 09/04/13, 12:14:43.

                  Comentario


                  • Re: Post de Libros

                    A los que os guste la lectura si alguna vez tenéis que leer un libro publicado por Abec Editores yo desde mi propia experiencia os digo que no lo hagáis, además de ser malos editores son peores personas.

                    Sé que por mucho que patalee por desgracia no voy a conseguir nada. Pero que la gente que me conoce conozca cómo se las gasta una editorial sevillana pues para eso por suerte sí tengo medio para poder hacerlo.

                    Adquirí un libro de la editorial Abec Editores escrito por Francisco Rossi; Clave de Mesa, pues bien hasta aquí nada extraño lo raro viene ahora. Empiezo a leer el libro y me percato de que en todas y cada una de las 370 páginas de las que consta el libro existen varias faltas de ortografía, además de que su maquetación no es ni por asomo la que intuyo el autor querría. Me pongo en contacto con esta editorial; por cierto con la que anteriormente ya me puse en contacto para hacerles llegar una errata en un libro suyo: Cofradías y Hermandades en la Segunda República, y les envío un informe redactado por mi persona en el que se recogen todas las faltas de ortografía y gramática que tiene el libro, en total más de 20 páginas llenas de errores. Desde la editorial no se me comunica nada si no que es el propio autor el que se ve en la tesitura de tener que darme una explicación de porqué un libro de 18 EUROS está completamente lleno de errores gramaticales y faltas de ortografía. Gesto que le agradezco profundamente al autor pero que considero no es su deber. Y ahora me pregunto yo ¿qué hago con un libro lleno de faltas de ortografía? Contacto con ellos de nuevo a través de todos los medios posibles e-mail, redes sociales y no recibo ninguna respuesta y cuál es mi sorpresa hoy cuando veo que en la red social twitter me han bloqueado después de que les enviara un tweet preguntando si algún día contestarían a sus lectores.

                    Sé perfectamente que la única solución que me queda es arañarme la cara y comerme con papas el libro, pero lo que tengo claro es que desde hoy y hasta que se me olvide voy a intentar que nadie de mi entorno les dé ni un céntimo más a esa panda de maleducados.

                    Editado por última vez por Le0; https://www.betisweb.com/foro/member/1176-le0 en 09/04/13, 12:59:00.

                    Comentario


                    • Re: Post de Libros

                      Originalmente publicado por Le0 Ver Mensaje
                      Yo desde que en Reyes me 'regalaran' un libro electrónico he cogido carrerilla en esto de leer y me he leido desde finales de enero hasta el día de hoy:

                      - El hacedor de Ángeles
                      - Algunos ensayos de JJ Benítez
                      - Clave de Mesa
                      - Lo que no está escrito


                      Y ahora mismo ando metido de lleno en La piel del Tambor.
                      Y quiero leer también que los tengo ya localizados: La Hermandad de la Sábana Santa, El Ciego de Sevilla.
                      Grandísimo libro "La piel del Tambor". El mejor de Reverte, en mi opinión.

                      Comentario


                      • Re: Post de Libros

                        Originalmente publicado por betiko_panadero Ver Mensaje
                        Grandísimo libro "La piel del Tambor". El mejor de Reverte, en mi opinión.
                        Era de los pocos que me faltan por leer de Arturo.

                        Comentario


                        • Re: Post de Libros

                          "Lo raro empezó después" de Eduardo Sacheri. Incluye un relato titulado "El golpe del Hormiga" que cuenta la historia de cómo un grupo de hombres, en mitad de la noche, "asaltó" un Carrefour donde antes se alzaba un estadio de fútbol con el objetivo de llevarse un poco de tierra y llevarla al lugar donde se iba a levantar el nuevo estadio de su club....

                          "Veinte años, ******!¡Veinte años! ¿Qué me decís a eso? ¿Querés que me quede así, sin hacer nada?

                          Bogado no sabe qué contestar. Parpadea varias veces, algo aturdido por los gritos del Hormiga, que sigue de pie al otro lado de la mesa, con los puños sobre la madera. La cara del Hormiga está casi en sombras porque la lámpara es muy baja, pero Bogado sabe que sus ojos sacan chispas y que está empapado de sudor por el esfuerzo de tratar de convencerlos.

                          Bogado se mira las manos para no cruzarse con los ojos de los demás que, sentados a los costados, sin dudas están clavándole la mirada. Saben que están esperando que hable, como si siempre fuese el dueño de la última palabra. Por algo el Hormiga lo ha llamado primero a él para organizar esa reunión de desquiciados. Y por eso lo ha usado a él como interlocutor principal para darle los pormenores de ese proyecto de locos. Y por eso le ha contestado específicamente a él todas las preguntas, todas las objeciones, que todos los presentes le han ido planteando al Hormiga, y que lo han ido poniendo nervioso hasta dejarlo con ese aspecto de energúmeno escapado de un loquera.

                          Bogado chista y sacude la cabeza. Ridícula. Toda la situación es ridícula. Y ellos son ocho boludos. Eso es lo que son. Los ocho reunidos en esa habitación oscura, con la lámpara sobre la mesa como si fuera un garito o un aguantadero de película mala, y ellos un banda de chorros planeando al asalto del siglo.

                          - ¿Te lo vuelvo a explicar? – el Hormiga baja el tono en un intento por tranquilizarse.

                          Bogado alza una mano para disuadirlo: -No. Pará. No tiene sentido.

                          - Te digo que sí – porfía el Hormiga-. Primero: lo vengo estudiando desde hace dos años. Dos años. ¿Me escuchaste bien? – Bogado, resignado, asiente-. Segundo: conseguí ese laburo de vigilancia nada más que para esto, y vos lo sabés bien, José. –Mira brevemente a su derecha, y una de las cabezas convalida con un gesto afirmativo-. Tercero: me parlé cincuenta veces al supervisor para que me mandase a controlar el sector ese, porque si me mandaban al depósito o al estacionamiento me cagaban, y se iba todo el asunto a la ******. – De nuevo le habla directamente a Bogado, y éste no quiere que lo haga. – Cuarto: elegí el lugar con un cuidado bárbaro... – duda como buscando palabras más precisas, pero no las encuentra-, bárbaro, el lugar –concluye.

                          - Nadie te dice lo contrario, Hormiga – Bogado intenta cortarlo.

                          - Pará. Dejame terminar. El lugar que les digo es bárbaro. De lo mejor. Hay una cámara que lo enfoca medio de costado, pero como las luces de ese lado las apagan, por el monitor no se ve un ******, ya me fijé. Quinto. O sexto, no sé, para el caso da igual: la alarma está apagada hasta bien tarde, primero por los de limpieza y después por la ronda nuestra. ¿Y querés lo mejor, lo mejor de lo mejor?

                          Bogado hace un posterior intento por detenerlo:

                          - Para, Hormiga, cortála. Ya lo dijiste.

                          El otro lo ignora.

                          - Escuchá, escuchame un poco –el Hormiga es ahora enérgico pero no ha vuelto a perder los estribos-. De las tres a las cuatro de la mañana se juntan todos los vigilantes en la recepción a tomar un refrigerio. Se supone que se tienen que turnar, pero van todos juntos porque están podridos de estar al pedo y solos como una ostra sin nadie para charlar.

                          Bogado nota, contrariado, que a fuerza de escucharlo una y otra vez los otros muchachos empiezan a tomarlo en serio. Intenta romper el efecto:

                          -Estás soñando, Hormiga. Vamos a terminar todos en cana, y vos sin laburo, además.

                          No es la réplica más feliz, y Bogado se da cuenta de inmediato. El Hormiga se sienta y lo mira fijo, con sus ojos claros muy abiertos por la excitación. La nariz, gorda y ganchuda, parece a punto de estallarle con el color escarlata que ha tomado. Con esa piel blanca y el pelo rubio parece un gringo recién bajado del barco. Cuando se conocieron a Bogado le había extrañado el sobrenombre del Hormiga, porque el tipo es alto, flaco y blanquísimo, y se le nota a la legua que es hijo de tanos. Recién al tiempo le explicaron que el mote no era por es aspecto, sino por lo cabeza dura, por lo tenaz, lo porfiado. Cuando algo se le pone en la cabeza no hay Dios que lo convenza de lo contrario, y no para hasta conseguir lo que busca. Y Bogado, esta noche, está sufriendo en carne propia esa forma de ser de su amigo. Y para peor acaba de decir la frase menos adecuada que pudo ocurrírsele. Serán los nervios, piensa
                          Bogado. Pero el otro lo mira con seguridad, casi con dulzura, con la expresión del jugador que tiene todas las cartas en las manos.

                          -¿Me estás jodiendo? –arranca el Hormiga- ¿Y vos creés que yo no quiero largar ese laburo? ¡Me hacen un favor si me echan! Estoy para esto, Santiago. Nada más que para esto. No se pueden borrar ahora. Dos años para esto, macho. Dos años me comí ahí adentro para esto.

                          Vuelve el silencio, Bogado asume que acaban de sacarle otro gol de ventaja en esa extraña definición en la que ambos hace rato están empeñados. El Hormiga no miente cuando dice que aceptó el trabajo de vigilancia para esto. El día que le confirmaron el puesto, los reunió a todos, a los mismos que hoy flanquean la mesa, les anunció solemnemente para qué había aceptado ese trabajo. En ese momento todos se lo habían tomado medio en joda y le habían dado manija. Hasta él, hasta Bogado, había tomado parte en el jolgorio. Y tampoco fueron capaces de detenerse después, con el transcurso de los meses, en las ocasiones en las que el Hormiga, muy serio y más entusiasmado, les pasaba informes sobre sus avances. Todos le habían seguido la corriente.

                          Pero lo de esta noche es demasiado. Citarlos así, en ese sitio, a esa hora, haciéndose el misterioso. Evidentemente el Hormiga se engrupió con eso de dar el golpe del siglo. Pero, ¿de quién es la culpa?¿De él o de los que no fueron capaces de frenarle el carro?
                          La primera vez que lo explicó, más temprano, con el plano lleno de cruces y de flechas trazadas con marcadores rojos y verdes, se le cagaron de risa porque acaban de llegar y supusieron que era una joda. Pero después, al ver al Hormiga enchufadísimo, se fueron poniendo serios. Por eso Bogado había empezado a asustarse y a tratar de pararlo, de llamarlo a la realidad, de demostrarle que todo era una locura.

                          Pero cuando más discuten más siente Bogado que el Hormiga se agranda, se afirma, crece en lo suyo. Y peor aún, Bogado palpa en el aire que los demás se van encandilando con su fantasía. Y esa estupidez de haberle mentado el asunto del trabajo. El flanco más fuerte del Hormiga, precisamente.

                          Porque el tipo ha sacrificado dos años de su vida para eso. No es el único trabajo que el Hormiga puede hacer, ni el mejor pago. Sin ir más lejos el año pasado José le ofreció un reparto de quesos. Buena guita, porque necesitaba alguien de confianza, y el Hormiga, además de todo, es derecho como una estaca. Pero contestó que no, porque no podía dejar “aquello” sin terminar.

                          Ésa es la cagada. Que el Hormiga habla desde la autoridad que nace del sacrificio y la voluntad. No se llena la boca con bravuconadas. Puede tener un plan ridículo. Puede ser una imbecilidad. Pero el Hormiga se la jugó en el asunto, y se la sigue jugando. A Bogado le está costando discutir, encontrar argumentos terminantes, porque se ha pasado la mitad de la velada preguntándose si el hubiese sido capaz de un sacrificio como ése, durante tanto tiempo, y no puede contestarse del todo.
                          Y más que nada por algo así, por algo que se supone que es una estupidez en la vida de la gente. Bancarse un laburo mal pago, con jefes hijos de ****, con unos francos rotativos de porquería, para darle de comer a la familia, Bogado lo hace sin dudar un instante y lo mismo cualquiera de los que están reunidos alrededor de la mesa. Pero acá no se trata de alimentar a la familia, si no de algo distinto. El Hormiga hace eso por un amor diferente, que la mayoría seguro que no entiende. Pero Bogado sí, y los otros también, la **** madre. Y por eso Bogado intuye que al Hormiga no hay con qué darle, y mientras intenta pincharle el globo se siente un sicario indigno y traidor.

                          Bogado trata de detenerse. No puede mezclarse en semejante embrollo, porque lo de terminar todos presos va en serio. Por eso lo enloqueció al otro con sus objeciones. Y le ha hecho mil quinientas porque el plan del Hormiga es imposible. Un sueño. Una utopía. Y aun cuando resulte, ¿qué va a cambiar?

                          Pero cuando se lo dicen los mira con esa cara de iluminado, con esa expresión de elegido, con esa fe de converso, con esa certidumbre de profeta, y los deja desarmados. O peor, les grita eso de “20 años” y es como que les entierra un clavo filoso entre las costillas; sienten que les chorrea la desolación por las venas y se les enfrían las tripas con el dolor sucio de la humillación y de la burla. Y no se pueden enojar porque el Hormiga, antes que a ellos, se lo está diciendo él mismo. Les dice “20 años” para que les duela, pero ellos saben que a él le duele más decírselo a sí mismo, lo lacera más que a nadie volver a escuchar esa cifra de escalofrío que ya le pesa como un ropero de plomo sobre el alma.

                          Y parece como si el Hormiga supiese que Bogado está a punto de derrumbarse, porque con uno de los marcadores que estuvo usando para las cruces y para las flechas escribe 1974-1994; esos ocho números a Bogado se le clavan en las entrañas y empieza a sentir que se le desinflan los argumentos y se le enturbia la lógica. Hace un último esfuerzo:

                          - Hormiga, te lo pido por favor. Pensá lo que decís. No tiene gollete. Aparte, suponiendo que no nos agarren, ¿para qué va a servir?¿No te das cuenta? Es un sueño, Hormiga, una fantasía.

                          El otro tarda en contestar, y cuando habla usa un tono mucho más enérgico, tal vez angustiado, casi como si estuviese a punto de largarse a llorar, como si las palabras le saliesen crudas, como si proviniesen de un lugar demasiado hondo como para cocinarlas antes de pronunciarlas: -Ya sé, Santiago. Ya lo sé. Pero no me puedo quedar con los brazos cruzados. ¿Qué querés que le haga?
                          Bogado no sabe qué contestar. ¿Qué puede retrucarle? El Hormiga no sabe qué hacer. Bogado tampoco. Al Hormiga le duele el alma con ese dolor que sólo entienden algunos. A Bogado también. Pero mientras el Hormiga soñó, calculó, laburó, investigó, planeó y preparó, él, Santiago Bogado, no ha hecho más que lamentarse y sufrir, sin mover un dedo. No sabe qué contestar y simplemente suspira, claudicando.

                          Carucha, que estuvo en silencio desde el comienzo, dice: “Yo me prendo”. José se apunta: “Yo también”. Bogado sacude la cabeza, con los ojos bajos. Sergio apoya a los otros, y los restantes dudan un segundo y hacen lo mismo. El Hormiga no dice nada. Sigue esperando las palabras de Bogado.

                          Bogado repasa todas las cosas estúpidas que hizo a lo largo de su vida y siente que está a punto de cometer la peor de todas. Algo lo tranquiliza: la mayor parte de esas estupideces las cometió por la misma causa que lo lleva a lo que está a punto de perpetrar, y tan mal no le ha ido. Toma aire buscando los últimos gramos de decisión que le faltan, alza la mirada hacia el Hormiga y pregunta:

                          -¿Cuándo?”.

                          Veinte horas después están todos, excepto el Hormiga, en un baño de hombres, embutidos en dos retretes contiguos; de pie, pegados unos a otros, inmóviles y silenciosos, a oscuras. Bogado no siente los pies, adormecidos como están por el plantón. Lleva cinco horas ahí adentro, siguiendo la expresa indicación del Hormiga. Entró al baño, pasó de largo frente a la larga hilera de mingitorios y se metió en el último compartimiento de los inodoros. A las seis llegó Carucha. Seis y media, Ernesto. A las siete, Rubén. Los otros tres se acomodaron en el de al lado a medida que fueron llegando, siempre a intervalos de media hora. Al principio Bogado tenía los nervios de punta. ¿Qué iban a decir si los encontraban? El Hormiga había insistido: “Ese baño no lo revisan nunca y lo limpian cada muerte de obispo”.

                          Ahora Bogado está más calmado porque parece ser cierto. A las diez apagaron las luces. Carucha enciende de vez en cuando una linternita en forma de lapicera que lleva en la campera y Bogado ve los rostros de los todos como si fueran espectros o personajes de una película de vampiros. El que no quiere callarse es Rubén. En un cuchicheo casi permanente jode, se queja del dolor de gambas, pregunta cada diez minutos cuánto falta. De vez en cuando lanza una risita nerviosa, pero Bogado no teme que vaya a quebrarse. Simplemente muestra un poco más sus nervios, nada más. Él está igual, aunque la juegue de duro y de tranquilo.
                          A las doce empiezan a acalambrársele las piernas, pero aunque se muere de ganas de salir a dar unos pasos no se anima a desobedecer la orden del Hormiga. A la una escuchan que se abre y se cierra la puerta vaivén del ingreso. Unos pasos rápidos se dirigen en la oscuridad hacia el escondite: “Soy yo”, dice el Hormiga en un murmullo, justo cuando a Bogado está a punto de salírsele el corazón del cuerpo: “¿Cómo van?” contesta Carucha por todos y el Hormiga promete volver a las tres en punto.
                          A Bogado esas dos horas se le hacen eternas. Repasa una y otra vez la conversación del día anterior y se putea en silencio por haber aceptado semejante idea. Pero no dice nada. Los demás parecen convencidos, o por lo menos no ponen nerviosos a los otros planteando en voz alta sus dudas. Al cabo de un tiempo que parece infinito, Carucha anuncia que son las tres menos dos minutos.

                          Puntual, vuelve a abrirse la puerta. El Hormiga les dice que salgan. Primero tienen que apretarse contra la pared trasera, y Rubén debe subirse con cuidado al inodoro para hacer lugar suficiente para abrir la puerta. Iluminados a retazos mínimos por la linternita de Carucha mientras se contorsionan para salir de ese escondrijo, parecen títeres torpes. Cuando le toca el turno, Bogado tiene que contener una exclamación de dolor al poner en movimiento sus rodillas entumecidas. No ha dado diez pasos cuando el Hormiga los manda a todos cuerpo a tierra. Bogado se acuesta lo más rápido y silenciosamente que puede. No logra evitar que su nariz choque con el zapato de José, que acaba de aterrizar delante de él. Se palpa a ciegas, tratando de determinar si está sangrando. Cree que no. A una nueva orden del Hormiga, vuelven a ponerse en movimiento.

                          Bogado se alegra de que lo hayan repetido la noche anterior hasta el cansancio, después de que él se rindiera y aceptase la propuesta del Hormiga. “Al llegar a la puerta, cruzar cuerpo a tierra el pasillo, que va a estar a oscuras. Al sentir el mueble, girar a la derecha y avanzar quince metros, hasta el extremo de la larga repisa. Van a sentir olor a jabón en polvo”. Cuando el olor dulzón que suele saturar el lavadero de su casa le penetra en la nariz magullada Bogado comprueba que las instrucciones son precisas. Sigue recordando: “Ahí se complica un poco, porque tienen que cruzar el pasillo central: tres metros libres. Pero tenemos una ayuda: armaron una isla central con una oferta de papel higiénico que tapa bastante la cámara más cercana. Pasen rápido, a intervalos de un minuto, siempre pegados al piso. Eso sí: no toquen la pila de rollos porque es muy liviana, y si la tiran a la ****** no nos salva nadie”. Bogado pasa último, porque el Hormiga le pidió que cierre la marcha. Por un lado lo hace sentir bien esta confianza en su persona, pero al mismo tiempo teme a cada minuto que alguien salga de la oscuridad y lo levante del pescuezo con un manotazo. Se da vuelta y nada: la penumbra desierta, apenas las frías luces de emergencia llenando de sombras raras los pasillos.

                          A las tres y cuarto hacen un alto. Como está previsto, el Hormiga se levanta como si nada y camina resueltamente hacia otro extremo del enorme salón, donde están reunidos sus compañeros de trabajo. Vuelven a los cinco minutos. “Todo en orden”, asegura antes de volver a su puesto a la cabeza de la extraña víbora que forman los cuerpos reptando sobre el piso frío.
                          Es entonces cuando reemprenden la marcha y Bogado ve unas cuantas baldosas del piso frente a sí que, como si una llamarada súbita lo hubiese incinerado en el fuego de la revelación, toma conciencia del sitio en que se encuentra. No ha vuelto ahí en todos esos años, tan grandes son el dolor y la nostalgia. Otros sí han vuelto. Se lo han dicho. Pero él nunca fue capaz. No ha querido siquiera pasar por la calle ni por el barrio. Y ahora está ahí. Ahí metido.

                          Se abstrae del trance que está atravesando y de los objetos extraños y profanos que lo rodean. Se imagina tendido igual, de cara al piso, pero no sobre esas frías baldosas anodinas sino sobre el suelo que la escatiman. Se imagina la noche estrellada que, más allá del edificio que subrepticiamente recorren, baña de luz ese campo oculto bajo el cemento. Le gusta pensarse así, como visto desde el cielo, bañado por la luz azul de las estrellas, acurrucado en esa cuna de pasto crecido, y el miedo se le va derritiendo como un mal sueño. Con los dedos enguantados acaricia esas baldosas tristes y las baña con unas lágrimas contenidas durante demasiado tiempo.

                          Da vuelta el último recodo. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, distinguen el bulto que hacen sus amigos irguiéndose. Los imita. El Hormiga los ubica en los extremos de la enorme góndola, cuatro de cada lado. “A la una, a las dos, a las tres”. Todos empujan al unísono y logran mover el catafalco unos diez centímetros. Repiten el procedimiento varias veces.

                          -¿Hora?- pregunta el Hormiga.

                          - Tres y media –contesta Sergio.

                          - Estamos justo –responde el otro.

                          El Hormiga se inclina y enciende su linterna. Saca una barra de acero bruñido y hace palanca sobre una baldosa, que se levanta casi sin ruido. La dedicación de la Hormiga sigue conmoviendo a Bogado. Noche a noche, para no hacer bochinche en el momento definitivo, ha corrido solo la góndola, y ha limado la pastina y el adhesivo hasta socavar la mezcla. Levanta otra baldosa. Queda al descubierto un boquete estrecho, sobre un contrapiso gris y parejo.

                          El Hormiga pregunta de nuevo la hora.

                          -Menos veinticinco –responde Sergio

                          - Es ahora – retruca el primero.

                          Han formado una ronda alrededor del boquete. En ese momento se enciende un motor ruidoso a la distancia. Bogado está maravillado: los cálculos de Hormiga son exactos hasta en la hora en que se encienden las pulidoras del hall central.
                          A una señal, Rubén y Sergio sacan dos mazas y dos cortafierros con las cabezas envueltas en trapos gruesos, y empiezan a dar golpes sobre el agujero del piso. Bogado siente como si el ruido fuese atronador. Pero pasan los minutos y nadie viene desde la oficina de los guardias. Evidentemente las lustradoras tapan el sonido. A otra señal del Hormiga, Carucha y Ernesto reemplazan a los otros. Los demás miran extasiados. No pueden apartar los ojos de ese hueco que se ensancha. Se supone que uno de ellos
                          –Bogado ya no recuerda cuál, ni le importa- debe estar de pie en el extremo de la góndola, vigilando el pasillo central y la línea de cajas, pero ninguno puede sustraerse al hechizo proverbial que toma forma en el centro de la ronda.

                          Cuando le toca el turno, a las cuatro menos diez, Bogado siente que flota en una excitación sin edad. Piensa en su tío, pero trata de borrarlo de su pensamiento por miedo a quebrarse tan cerca del triunfo. El Hormiga, olvidado de su papel de estratega, da vueltas y saltitos asomándose sobre las cabezas inclinadas, y repite como loco: “Ahora sí, muchachos. Ahora van a ver. Ahora se nos da. Es cuestión de sacar de acá y poner allá, en el Bajo. Se acabó la malaria, van a ver, se los juro”. Y Bogado siente, mientras golpea frenético el cemento, que es verdad, que es cierto, que esta vez se corta el maleficio, y que son ellos los ángeles custodios del milagro.

                          Bogado siente una oleada de pasmo. El cortafierro acaba de hundirse, bajo el contrapiso, en una materia blanda. No puede contener un gritito. El Hormiga apunta la linterna al agujero. Una masa cenicienta y blanda yace bajo los restos de los escombros. No pueden controlarse. Se lanzan al unísono a escarbar con las manos desnudas, unos sobre otros. Dan las cuatro, pero no lo notan. Rubén, de repente, pide casi a gritos que se iluminen la mano. Ocho pares de ojos se clavan en su puño. Tiene la piel arañada, las uñas rotas, el anillo de casamiento opaco y cruzado de raspones. Y bien aferrado, como si fuera un tesoro de cuento, un puñado de tierra negra que asoma entre sus dedos crispados. Bogado trata de contener las lágrimas, pero cuando escucha los sollozos de Carucha, y cuando ve que Sergio se hinca de rodillas y se tapa la cara para que nadie lo vea, se lanza a moquear sin vergüenza.

                          El Hormiga se adelanta. Los demás le abren un espacio en el medio. Se hinca con la dignidad de un sacerdote egipcio que se dispone a escrutar las más oscuras trampas del destino. Sergio levanta la linterna y le ilumina las manos mientras recoge trocitos del tesoro en un frasco de vidrio. Cuando termina se pone de pie. Alza el brazo derecho con el frasco en alto. Vacíos de palabras, los ocho se apilan en un abrazo. Tardan en destrenzarse. A una orden del Hormiga salen disparando hacia una salida de emergencia.

                          En la cabina de control de cámaras, un guardia frunce el entrecejo. Otro le pregunta qué le pasa. El guardia piensa antes de responder. Esos monitores color son muy lindos, pero todavía no se acostumbra. Igual contesta que no pasa nada. Teme que su compañero piense que está loco si le dice que creyó ver, a la altura de la góndola de los fideos, pasar corriendo a unos tipos vestidos con camiseta de San Lorenzo."

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                          • Re: Post de Libros

                            Originalmente publicado por campogibraltareño Ver Mensaje
                            "Lo raro empezó después" de Eduardo Sacheri. Incluye un relato titulado "El golpe del Hormiga" que cuenta la historia de cómo un grupo de hombres, en mitad de la noche, "asaltó" un Carrefour donde antes se alzaba un estadio de fútbol con el objetivo de llevarse un poco de tierra y llevarla al lugar donde se iba a levantar el nuevo estadio de su club....
                            He leído algunos relatos de Sacheri. Me gusta mucho Esperándolo a Tito y La promesa.

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                            • Re: Post de Libros

                              Después de 3 meses sin leer, estoy terminando el cuarto de juego de tronos, deseando empezar ya el quinto...una vez que lo termine, pretendo leer el asesino de la regañá...

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                              • Re: Post de Libros

                                Como parece que veo entre la plebe cierta afición por el fantasy, me voy apermitir recomendar dos escritores por si no los conoceis:

                                Terry Pratchett y sus sagas del éxodo de los gnomos y de Mundodisco, si eres de sonrisa fácil no puedes de jar de leer sus libros: son adictivos.

                                Sapkowski y su saga de Geralt de Rivia. De aquí podría salir una serie de T.V. acojonante.

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