La «loperización» del alcalde
Arropado por colectivos de incondicionales, Sánchez Monteseirín aprovechó el dinero estatal para hacer lo de siempre, propaganda, que además le refuerza en un momento en que las encuestas y su partido le dan del todo la espalda
Cuando de la normalidad se quiere hacer noticia, algo falla. Lo mismo ocurre cuando la gestión ordinaria de un ayuntamiento —por la que los ciudadanos pagan un sueldo a sus representantes— se pretende vender como un acontecimiento extraordinario, como un regalo al pueblo, lo que no es más que una distribución de los fondos que la Administración recauda precisamente de los ciudadanos, ante los que debe rendir cuentas y no mostrarse como un pastor. El Gobierno municipal escenificó ayer con exagerada alharaca, tanta que parecía estar haciendo un regalo a los sevillanos, la presentación del llamado Plan 5.000, el fondo estatal para fomentar el empleo que supone la segunda parte del llamado Plan E o Plan 8.000. Pese a tratarse de un plan del Gobierno central del que se informó en su día, Sánchez Monteseirín hizo lo que mejor sabe, propaganda propia, reuniendo en el Salón Colón del Consistorio a una auténtica muchedumbre procedente de las asociaciones vecinales más afines. Todo el mundo tocando palmas, como en los mejores tiempos de Manuel Ruiz de Lopera. Allí estaban todos. De Pino Montano, del Cerro, allí estaba Pacorro Delgado, presidente de la famosa Unidad... Todos. Ocuparon hasta los bancos de los concejales del PP, ausentes en el magno acontecimiento.
En los días previos los cerebros habituales de los despachos municipales se encargaron de citar a estos colectivos, que junto con algún pequeño constructor ávido de maná estatal hicieron pequeño el salón donde se presentó el plan. Mucha gente tuvo que estar de pie. Allí, crecido entre los suyos y necesitado de un evento de estas características para recuperar ánimos, el alcalde dio una vuelta de tuerca más en su estrategia de aguante para aparentar fortaleza y organizó un acto dirigido a su mayor gloria, colocando bien grande en la pantalla la cifra de millones (75,6) a recibir de las arcas estatales. Insufrible el aire provinciano. Sentó a un lado de la mesa presidencial a su socio, el comunista Antonio Rodrigo Torrijos, y al otro al omnipresente Alfonso Rodríguez Gómez de Celis. Todo el poder reunido en tres metros.
Pero sólo habló Monteseirín. No hubo turno para los demás ni tampoco para que los periodistas preguntasen. Sólo él, que ensalzó las bondades del Plan 5.000 con discurso manido, repetido ya hasta la saciedad y que parecía el eco del ya recitado con motivo del anterior plan. «Si algún ciudadano se siente molesto por alguna obra, que piense en ese momento en los puestos de trabajo que está creando». Mismas frases, mismo argumentario. Y después, tras la ovación, abrazos, sonrisas... Bálsamo para un alcalde saliente.
Sin entrar en discusiones de Indios contra Vaqueros, lo peor que te pueden decir es lo de este artículo: que te estás aloperando.
Arropado por colectivos de incondicionales, Sánchez Monteseirín aprovechó el dinero estatal para hacer lo de siempre, propaganda, que además le refuerza en un momento en que las encuestas y su partido le dan del todo la espalda
Cuando de la normalidad se quiere hacer noticia, algo falla. Lo mismo ocurre cuando la gestión ordinaria de un ayuntamiento —por la que los ciudadanos pagan un sueldo a sus representantes— se pretende vender como un acontecimiento extraordinario, como un regalo al pueblo, lo que no es más que una distribución de los fondos que la Administración recauda precisamente de los ciudadanos, ante los que debe rendir cuentas y no mostrarse como un pastor. El Gobierno municipal escenificó ayer con exagerada alharaca, tanta que parecía estar haciendo un regalo a los sevillanos, la presentación del llamado Plan 5.000, el fondo estatal para fomentar el empleo que supone la segunda parte del llamado Plan E o Plan 8.000. Pese a tratarse de un plan del Gobierno central del que se informó en su día, Sánchez Monteseirín hizo lo que mejor sabe, propaganda propia, reuniendo en el Salón Colón del Consistorio a una auténtica muchedumbre procedente de las asociaciones vecinales más afines. Todo el mundo tocando palmas, como en los mejores tiempos de Manuel Ruiz de Lopera. Allí estaban todos. De Pino Montano, del Cerro, allí estaba Pacorro Delgado, presidente de la famosa Unidad... Todos. Ocuparon hasta los bancos de los concejales del PP, ausentes en el magno acontecimiento.
En los días previos los cerebros habituales de los despachos municipales se encargaron de citar a estos colectivos, que junto con algún pequeño constructor ávido de maná estatal hicieron pequeño el salón donde se presentó el plan. Mucha gente tuvo que estar de pie. Allí, crecido entre los suyos y necesitado de un evento de estas características para recuperar ánimos, el alcalde dio una vuelta de tuerca más en su estrategia de aguante para aparentar fortaleza y organizó un acto dirigido a su mayor gloria, colocando bien grande en la pantalla la cifra de millones (75,6) a recibir de las arcas estatales. Insufrible el aire provinciano. Sentó a un lado de la mesa presidencial a su socio, el comunista Antonio Rodrigo Torrijos, y al otro al omnipresente Alfonso Rodríguez Gómez de Celis. Todo el poder reunido en tres metros.
Pero sólo habló Monteseirín. No hubo turno para los demás ni tampoco para que los periodistas preguntasen. Sólo él, que ensalzó las bondades del Plan 5.000 con discurso manido, repetido ya hasta la saciedad y que parecía el eco del ya recitado con motivo del anterior plan. «Si algún ciudadano se siente molesto por alguna obra, que piense en ese momento en los puestos de trabajo que está creando». Mismas frases, mismo argumentario. Y después, tras la ovación, abrazos, sonrisas... Bálsamo para un alcalde saliente.
Sin entrar en discusiones de Indios contra Vaqueros, lo peor que te pueden decir es lo de este artículo: que te estás aloperando.
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