http://www.elmundo.es/papel/hemerote...ca/589290.html
7 de Febrero de 1999
«EL BETIS ES MIO»
Lopera del gran poder
El presidente del Betis hace y deshace a su antojo en el club. Somete a los políticos sevillanos, amenaza a periodistas y azuza a sus hinchas
IGNACIO CAMACHO
La calle es mía», llegó a decir una vez Manuel Fraga cuando era ministro del Interior y reclamaba el poder de controlar el orden público. «El Betis es mío», proclama Manuel Ruiz de Lopera cuando expulsa de sus instalaciones a un periodista. La diferencia reside en que Fraga no había pagado nada, y Lopera sí: 800 millones de pesetas que cree le dan derecho a actuar en el popular club sevillano como un antiguo señor de horca y cuchillo.
A primera vista, el Betis es, desde luego, de Lopera. O, más exactamente, de Tegasa, una de sus sociedades instrumentales, que junto a Farusa, Ocaroil o Incecosa, componen un ramificado holding con el que este polémico empresario amasa los millones por miles, sin que el origen de su fortuna brille, desde luego, por su transparencia.
El Betis, por orden de Lopera, que tiene abrumadora mayoría accionarial, le cedió a Tegasa todos sus derechos, incluso su presupuesto anual (oficialmente de 4.000 millones de pesetas) y, por supuesto, todos sus jugadores. Y Tegasa hace y deshace. Compra y vende los futbolistas, incluido ese Denilson que hasta ahora no justifica los 5.600 kilos pagados por su traspaso; maneja los dineros del club y hasta construye el estadio que Lopera ha mandado erigir, sobre las ruinas del viejo Villamarín, para coronarlo con su nombre.
El estadio es, por el momento, el talón de Aquiles del poderoso padrino bético. Y el origen de sus mayores quebraderos de cabeza. La obra está paralizada por un contencioso con la constructora Agromán, y algunos sectores influyentes de la ciudad, de inequívocas simpatías sevillistas, han revelado, con apoyo de fuerte artillería jurídica, que Tegasa no puede gestionar la obra porque el Ayuntamiento cedió el campo, en 1961, al Betis, y el Betis no lo puede ceder a Tegasa por muy de Lopera que sean ambos.
Por contar esta sencilla cuestión legal, Lopera acaba de incluir a un periodista de EL MUNDO, Alejandro Delmás, en su selecta lista negra. Una lista de exclusiones en la que figuran periódicamente diversos periodistas y medios de comunicación: Canal Sur, Marca, As, El Correo de Andalucía, Canal Plus... De vez en cuando, Lopera indulta a alguien y pasa el veto a otro. Le prohíbe acceder al club, lo expulsa del paraíso bético, o permite que su guardia de corps de fanáticos hinchas haga pasquines o pinte las fachadas con insultos. «El Betis es mío», se justifica.
Pero no está tan claro. El Betis es también, en principio, de los socios, que tienen puestos 500 millones más de capital, aunque los 800 de Lopera -pagados in extremis cuando el club iba a desaparecer- los conviertan en papel mojado. El Betis es patrimonio sentimental de la ciudad, pero Lopera se lo ha expropiado al beticismo a través de su carismática presidencia, aprovechando la anuencia de una mayoría que jalea sus designios, le compone pasodobles y hasta crea una peña de ciega obediencia bajo el pintoresco nombre de Lo que diga don Manué. Para toda esta masa social, el Betis es Dios y Lopera su profeta. De Tegasa no queda nada dicho.
Luego están las criaturitas. Bajo este curioso apelativo, Lopera incluye al sector más manejable. Si un jugador se muestra rebelde o descontento, Lopera le echa en cara que «estafe a esas criaturitas que pagan por verlo jugar los domingos». Las criaturitas son una especie de fuerza de choque por cuyo bienestar Lopera está siempre dispuesto a sacrificarse. Cuando los políticos se resisten a plegarse a sus designios, deja caer que las criaturitas se pueden cabrear y manifestarse, por miles, a las puertas de la Junta o del Ayuntamiento.
A un alto mandatario del PSOE, Lopera le dijo que algunas criaturitas tienen poco que perder. «Están en tercer grado y duermen en Sevilla-2», dijo al soslayo. En otra ocasión, amenazó con poner unos cuantos miles de criaturitas en la puerta del Palacio de San Telmo, sede de la presidencia autonómica, distante dos kilómetros del estadio. Su capacidad demiúrgica es indiscutible; en Sevilla se dice que, si no existiera otro club que divide el corazón futbolístico de la ciudad, Lopera sería alcalde cuando él quisiera. Como Gil y Gil.
Para Lopera, todo puede comprarse. Su capacidad financiera parece no tener fondo, y desde luego nadie está dispuesto a encontrárselo; mucho menos los inspectores de Hacienda, frenados por la Administración para que las criaturitas no vuelvan sus votos hacia otro lado. Lopera ha comprado casi todo: el Betis, la voluntad de la Federación, que incluso le adjudica puntos perdidos en el campo, la influencia de los poderosos grupos televisivos. Sólo se ha estrellado ante algo, y ahí le duele: no ha podido comprar el Gran Poder.
El manto de la Virgen
Si este hombre siente algo más profundamente que el Betis, es la devoción por el Señor de Sevilla, cuya efigie preside todos sus despachos y ámbitos de vida y trabajo. Pero el Gran Poder es una hermandad de hondas raigambres intimistas, cuyos miembros no ven con buenos ojos el manoseo público del empresario. Así, Lopera regaló un manto riquísimo para la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, y la hermandad se negó a ponérselo para la procesión de la Madrugá del Viernes Santo. Lopera guarda la ofensa.
Porque, en la vida civil, el presidente del Betis gasta fama de duro. Toda Sevilla sabe que a Lopera no se le puede dejar dinero a deber. Que bajo su voz atiplada y su aspecto seráfico hay un hombre implacable en los negocios. Por eso, el pasado año, en el Gran Poder se llegó a barajar la posibilidad de expulsarlo de la hermandad por su excesivo protagonismo y poco apostólico ejemplo. Lopera movió hilos, medió el Arzobispo, y se quedó. En la hermandad temen un golpe de mano: que pague la inscripción de muchas criaturitas y se haga elegir hermano mayor. Entonces podría decir: «El Gran Poder es mío».
De momento, no es suyo, pero su gran poder en la ciudad es indiscutible. No tiene hijos, y ha insinuado que, como en el testamento del César de Shakespeare, puede legar al Betis toda su herencia. Con estos gestos se mete a mucha gente en el bolsillo, mientras a los críticos los expulsa o amenaza -el anterior presidente, el catedrático Hugo Galera, aún palidece cuando recuerda algunas frases-, y a los políticos los amilana. «El Betis es tan mío como el Atlético es de Gil», dijo hace pocos días. En Sevilla aún no hay jueces dispuestos a comprobarlo.
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Lo que dice «Don Manuel»
«El señor Delmás tiene mucha cara y muy poca vergüenza escribiendo las cosas que ha escrito... se ha permitido el lujo de amenazar a los béticos para que nos vayamos a La Cartuja, y yo le digo a los béticos que no nos moveremos de Heliópolis, por mucho que lo quieran él y el señor Rojas-Marcos» (Ruiz de Lopera, en la emisión local de la Cope, en Sevilla, el 1-2-99).
«Voy a hacer que te vayas de esta ciudad, me voy a enterar de cómo te llamas de verdad, y tengo a 500 béticos que se van a enterar de quién eres tú. El Betis es mío, tan mío como el Atlético de Madrid es de Gil, y eso lo sabe todo el mundo, porque yo soy el accionista mayoritario...
Lo que está haciendo Tegasa con el Betis es una obra de caridad, porque el campo estaba en estado ruinoso, y el Betis no tenía un duro para reconstruirlo. Me enfrentaré contigo en mitad de la calle, y te echaré a todos los béticos encima, aunque tú no lo quieras. Tú no vas a entrar más en el campo del Betis, ni hablarás más con mis jugadores, porque te has metido en mi casa, y en mi casa entra quien yo quiero» (Ruiz de Lopera, directamente a Alejandro Delmás, entre improperios de todo tipo).
7 de Febrero de 1999
«EL BETIS ES MIO»
Lopera del gran poder
El presidente del Betis hace y deshace a su antojo en el club. Somete a los políticos sevillanos, amenaza a periodistas y azuza a sus hinchas
IGNACIO CAMACHO
La calle es mía», llegó a decir una vez Manuel Fraga cuando era ministro del Interior y reclamaba el poder de controlar el orden público. «El Betis es mío», proclama Manuel Ruiz de Lopera cuando expulsa de sus instalaciones a un periodista. La diferencia reside en que Fraga no había pagado nada, y Lopera sí: 800 millones de pesetas que cree le dan derecho a actuar en el popular club sevillano como un antiguo señor de horca y cuchillo.
A primera vista, el Betis es, desde luego, de Lopera. O, más exactamente, de Tegasa, una de sus sociedades instrumentales, que junto a Farusa, Ocaroil o Incecosa, componen un ramificado holding con el que este polémico empresario amasa los millones por miles, sin que el origen de su fortuna brille, desde luego, por su transparencia.
El Betis, por orden de Lopera, que tiene abrumadora mayoría accionarial, le cedió a Tegasa todos sus derechos, incluso su presupuesto anual (oficialmente de 4.000 millones de pesetas) y, por supuesto, todos sus jugadores. Y Tegasa hace y deshace. Compra y vende los futbolistas, incluido ese Denilson que hasta ahora no justifica los 5.600 kilos pagados por su traspaso; maneja los dineros del club y hasta construye el estadio que Lopera ha mandado erigir, sobre las ruinas del viejo Villamarín, para coronarlo con su nombre.
El estadio es, por el momento, el talón de Aquiles del poderoso padrino bético. Y el origen de sus mayores quebraderos de cabeza. La obra está paralizada por un contencioso con la constructora Agromán, y algunos sectores influyentes de la ciudad, de inequívocas simpatías sevillistas, han revelado, con apoyo de fuerte artillería jurídica, que Tegasa no puede gestionar la obra porque el Ayuntamiento cedió el campo, en 1961, al Betis, y el Betis no lo puede ceder a Tegasa por muy de Lopera que sean ambos.
Por contar esta sencilla cuestión legal, Lopera acaba de incluir a un periodista de EL MUNDO, Alejandro Delmás, en su selecta lista negra. Una lista de exclusiones en la que figuran periódicamente diversos periodistas y medios de comunicación: Canal Sur, Marca, As, El Correo de Andalucía, Canal Plus... De vez en cuando, Lopera indulta a alguien y pasa el veto a otro. Le prohíbe acceder al club, lo expulsa del paraíso bético, o permite que su guardia de corps de fanáticos hinchas haga pasquines o pinte las fachadas con insultos. «El Betis es mío», se justifica.
Pero no está tan claro. El Betis es también, en principio, de los socios, que tienen puestos 500 millones más de capital, aunque los 800 de Lopera -pagados in extremis cuando el club iba a desaparecer- los conviertan en papel mojado. El Betis es patrimonio sentimental de la ciudad, pero Lopera se lo ha expropiado al beticismo a través de su carismática presidencia, aprovechando la anuencia de una mayoría que jalea sus designios, le compone pasodobles y hasta crea una peña de ciega obediencia bajo el pintoresco nombre de Lo que diga don Manué. Para toda esta masa social, el Betis es Dios y Lopera su profeta. De Tegasa no queda nada dicho.
Luego están las criaturitas. Bajo este curioso apelativo, Lopera incluye al sector más manejable. Si un jugador se muestra rebelde o descontento, Lopera le echa en cara que «estafe a esas criaturitas que pagan por verlo jugar los domingos». Las criaturitas son una especie de fuerza de choque por cuyo bienestar Lopera está siempre dispuesto a sacrificarse. Cuando los políticos se resisten a plegarse a sus designios, deja caer que las criaturitas se pueden cabrear y manifestarse, por miles, a las puertas de la Junta o del Ayuntamiento.
A un alto mandatario del PSOE, Lopera le dijo que algunas criaturitas tienen poco que perder. «Están en tercer grado y duermen en Sevilla-2», dijo al soslayo. En otra ocasión, amenazó con poner unos cuantos miles de criaturitas en la puerta del Palacio de San Telmo, sede de la presidencia autonómica, distante dos kilómetros del estadio. Su capacidad demiúrgica es indiscutible; en Sevilla se dice que, si no existiera otro club que divide el corazón futbolístico de la ciudad, Lopera sería alcalde cuando él quisiera. Como Gil y Gil.
Para Lopera, todo puede comprarse. Su capacidad financiera parece no tener fondo, y desde luego nadie está dispuesto a encontrárselo; mucho menos los inspectores de Hacienda, frenados por la Administración para que las criaturitas no vuelvan sus votos hacia otro lado. Lopera ha comprado casi todo: el Betis, la voluntad de la Federación, que incluso le adjudica puntos perdidos en el campo, la influencia de los poderosos grupos televisivos. Sólo se ha estrellado ante algo, y ahí le duele: no ha podido comprar el Gran Poder.
El manto de la Virgen
Si este hombre siente algo más profundamente que el Betis, es la devoción por el Señor de Sevilla, cuya efigie preside todos sus despachos y ámbitos de vida y trabajo. Pero el Gran Poder es una hermandad de hondas raigambres intimistas, cuyos miembros no ven con buenos ojos el manoseo público del empresario. Así, Lopera regaló un manto riquísimo para la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, y la hermandad se negó a ponérselo para la procesión de la Madrugá del Viernes Santo. Lopera guarda la ofensa.
Porque, en la vida civil, el presidente del Betis gasta fama de duro. Toda Sevilla sabe que a Lopera no se le puede dejar dinero a deber. Que bajo su voz atiplada y su aspecto seráfico hay un hombre implacable en los negocios. Por eso, el pasado año, en el Gran Poder se llegó a barajar la posibilidad de expulsarlo de la hermandad por su excesivo protagonismo y poco apostólico ejemplo. Lopera movió hilos, medió el Arzobispo, y se quedó. En la hermandad temen un golpe de mano: que pague la inscripción de muchas criaturitas y se haga elegir hermano mayor. Entonces podría decir: «El Gran Poder es mío».
De momento, no es suyo, pero su gran poder en la ciudad es indiscutible. No tiene hijos, y ha insinuado que, como en el testamento del César de Shakespeare, puede legar al Betis toda su herencia. Con estos gestos se mete a mucha gente en el bolsillo, mientras a los críticos los expulsa o amenaza -el anterior presidente, el catedrático Hugo Galera, aún palidece cuando recuerda algunas frases-, y a los políticos los amilana. «El Betis es tan mío como el Atlético es de Gil», dijo hace pocos días. En Sevilla aún no hay jueces dispuestos a comprobarlo.
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Lo que dice «Don Manuel»
«El señor Delmás tiene mucha cara y muy poca vergüenza escribiendo las cosas que ha escrito... se ha permitido el lujo de amenazar a los béticos para que nos vayamos a La Cartuja, y yo le digo a los béticos que no nos moveremos de Heliópolis, por mucho que lo quieran él y el señor Rojas-Marcos» (Ruiz de Lopera, en la emisión local de la Cope, en Sevilla, el 1-2-99).
«Voy a hacer que te vayas de esta ciudad, me voy a enterar de cómo te llamas de verdad, y tengo a 500 béticos que se van a enterar de quién eres tú. El Betis es mío, tan mío como el Atlético de Madrid es de Gil, y eso lo sabe todo el mundo, porque yo soy el accionista mayoritario...
Lo que está haciendo Tegasa con el Betis es una obra de caridad, porque el campo estaba en estado ruinoso, y el Betis no tenía un duro para reconstruirlo. Me enfrentaré contigo en mitad de la calle, y te echaré a todos los béticos encima, aunque tú no lo quieras. Tú no vas a entrar más en el campo del Betis, ni hablarás más con mis jugadores, porque te has metido en mi casa, y en mi casa entra quien yo quiero» (Ruiz de Lopera, directamente a Alejandro Delmás, entre improperios de todo tipo).
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