Los fracasos se suceden sin solución de continuidad. Cambian las caras y los posibles culpables, pero no los resultados. La mediocridad sigue siendo la seña de identidad de un club que dice saber hacia dónde quiere ir y que, no obstante, nunca es capaz de dejar de ir a la deriva. Incapaz de huir de una dinámica de continuos bandazos, se llega a pensar que la estabilidad se puede encontrar manteniendo lo que hay. Lástima que con ello se obvie también que casi nadie da la talla.
Porque ni siquiera los errores arbitrales, tan constantes y groseros a lo largo de este año, pueden ocultar que en este Betis hay muchas cabezas pensantes y ninguna lo hace bien. Empezando por las que componen un vestuario sin alma, donde Ceballos no puede sólo contra el mundo mientras los Adán, Rubén o Joaquín están a años luz de su mejor versión. Así, el equipo no es más que un castillo de naipes mal construido que cae al primer soplido. Y hay veces que ni hace falta echarle aire para conseguirlo.
Pero es que además no tiene ningún buen arquitecto en el banquillo. Lo mejor que podría hacer Víctor Sánchez del Amo sería irse. Ni sabe hacer reaccionar a sus pupilos ni, lo que es peor, parece que pueda. Ni siquiera su afán por superpoblar el equipo de defensas surte efecto, al contrario, cada vez resulta más vulnerable. Nadie cree en él y únicamente el letargo del Granada y el Sporting le permiten no estar peleando por evitar el descenso. Aunque de seguir así, a lo mejor ni eso.
Aunque no habría que olvidar a quien lo trajo (y también a esa gran mente preclara del fútbol que es Gustavo Poyet) e incluso lo confirmó como técnico para el año que viene. Un Miguel Torrecilla que ha fracasado con todas las de la ley y que ya ni siquiera se puede agarrar a supuestas buenas sensaciones para justificar su trabajo. Salvo contadísimas excepciones, sus fichajes no han aportado nada y ni de lejos parece ese director deportivo capaz de convertir todo lo que toca en oro como en el Celta. Se ha estrellado en su gran desafío y en la directiva nadie quiere darse cuenta.
Aunque que en el palco sean conscientes de lo mal que va todo resulta utópico. Con tantísimo extra y un sinfín de inventos, no han logrado desviar la atención de nadie más que la suya propia. Ni el nuevo Gol Sur, ni los medios oficiales, ni el futuro operador telefónico, ni el equipo de baloncesto (que, por otro lado, también está para descambiarlo)... nada es capaz de camuflar los ridículos que cada semana firma un equipo que hace aguas por todos lados. Y eso que estaba destinado a instalarse en las alturas o, como mínimo, acabar la temporada dignamente...
Con todo, en Heliópolis se vive otra campaña para olvidar que, incluso, puede ser peor como los de abajo despierten. Sólo queda cruzar los dedos y rezar para que eso no pase, sobre todo si se tiene en cuenta ese duelo contra el Sporting de la última jornada. Estos son los tristes hechos en un Betis que de lo mal que lo hace deja a todos sin palabras, en un equipo capaz de acabar con todas las crisis ajenas, pero que nunca encuentra quien le diga eso de: "levántate y anda".