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ID:	6575884Se cumplió frente a Osasuna y, salvo sorpresa mayúscula, el Betis ya se puede olvidar por completo del descenso. Sus diez puntos de ventaja en relación a los 'bajos fondos' de la tabla resultan una renta más que suficiente como para no pasar apuros en lo que resta de Liga. Es más, hasta ese décimo puesto al que se decía aspirar se ve más cerca que el 'infierno', a nueve de distancia.

Y alcanzar esa posición es la meta que se han autoimpuesto vestuario, cuerpo técnico y directiva en la decena de jornadas que restan por disputarse. En parte porque la hoja de ruta establecida en verano así lo exige, pero también para no dar ya por finiquitada una temporada en la que, como siempre, las expectativas siempre han estado por encima de las prestaciones del equipo.

De hecho, se ha llegado al último tercio de la competición sin encontrar esa regularidad que hubiese permitido mirar la tabla de la mitad hacia arriba, confiando todo a la suerte y a ese margen que da un tiempo que poco a poco se ha ido acabando. Mientras hay vida hay esperanza, como reza el refranero, y más todavía cuando hay quien cree a pies juntillas en esas buenas sensaciones que proclaman a voces desde la dirección deportiva y que apenas perciben unos cuantos afortunados.

Esos que sacan pecho por ganar a un Osasuna deshauciado, al que ni se supo ni se quiso golear y que, incluso, dio guerra en busca del milagro de una remontada que nunca llegó. Aficionados que igual critican la falta de ambición de su técnico cuando retira del campo a piezas tan importantes como Rubén Castro o Pardo que pitan contra aquellos compañeros de grada que piden un club grande y a la altura de lo que merece por historia y masa social.

Optimistas que son capaces de ver al Betis dando ese estirón que se prometió hace meses pese a que lleve un año sin ganar dos partidos seguidos. Privilegiados capaces de echar las campanas al vuelo a partir de pequeños brotes verdes que ya aparecieron antes pero que jamás germinaron ni fueron capaces de hacer crecer un simple tallo.

El triunfo tiene un innegable poder narcotizante, a veces tan exagerado como el del pasado sábado en Heliópolis, donde la ambición y la exigencia fue acallada por el conformismo. Habrá quien diga que no era el momento de protestar, de alzar la voz tras casi una docena de años de incesante mediocridad. Entonces, ¿cuándo?

Mientras, se sigue dando carta blanca a 'proyectos' que no dejan de ser bandazos, en los que el puesto de entrenador resulta tremendamente barato y con miles de revoluciones capaces de renovar las caras en casi todos los estamentos del club sin que cambien jamás los resultados. Y así un año, y otro, y otro, y otro...

Ante este desolador panorama, hay a quienes no nos sirve ni la doctrina de Torrecilla, porque aunque los resultados siguen sirviendo para cumplir, gracias también a la benevolencia de la tabla, las sensaciones, especialmente en los institucional y social, no pueden ser peores, con un Betis que continúa a la deriva sin que nadie busque la solución de nada.