Volverían como los que fueron a Granada, muchos de ellos también estuvieron allí, volverían como los del sábado contra los de Nervión, volverían callados o alterados, con los puños relajados tras la tensión o con mayor tensión todavía, volverían buscando soluciones imaginarias o culpando, merecedores o no, a cualquiera que tras la raya que tiene el club entre los que somos aficionados y los que trabajan dentro se muestran en cualquier faceta.
Siempre, tras las derrotas en casa de estos años, que han sido muchas, demasiadas, camino de mi vehículo aparcado bien lejos, me cruzaba con los autobuses y, con curiosidad, miraba su procedencia: Chipiona, Arcos, Morón, Écija, Cazalla, Grazalema... y cómo sus viajeros vestidos de verdiblanco volvían a sus vidas tras un paréntesis que hacen único y que la derrota hace inhóspito, triste y uraño.
Muchos partidos sin ganar, algunos sin perder, pero lejos de ver una constante que al bético le estremece, esa chispa, ese aje, esa magia que hace un regate, el talento y el descaro que, con cuentagotas, hemos podido ver este año.
Podemos mirar las botellas medio llenas o medio vacías, podemos pedir continuidad o tierra quemada, pero cuando un jugador te levanta tras dos fintas, cuando un jugador llega donde parecía que no lo haría por pundonor, cuando un jugador busca el pase de 50 metros y llega, es cuando los autobuses se llenan de recuerdos, cuando los béticos alcanzan su asiento y vuelven soñando con un Betis que les hace olvidar el día a día, que les hace sonreír con más ganas, que les hace ser felices.
Ayer, tras la segunda parte en la que Ceballos espoleó a un Betis derretido, en la que capitaneó a una banda convertida en un ejército, en la que se dio con la tecla a pesar de no estar seguro si fue suerte o trabajo, en la que me acuerdo especialmente de los que vuelven tras la derrota, porque esta vez no pasó, esta vez sonrieron y saltaron de alegría, volvieron a sus casas felices a pesar de que las taquicardias seguro que atenazaron más de un corazón.
Ganas de ver al Betis sin tener la sensación de desasosiego, de acordarme de los que vuelven a casa tras la derrota, de tener un equipo que sea más respetado, de que, como dijo un día una pancarta... hagamos un club grande para una afición de primera.