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ID:	6575650Al Betis se le ha gripado el motor. Ya no es que siga sin arrancar en casa, lo cual resulta de lo más preocupante para un recién ascendido, sino que tampoco queda rastro de aquel equipo fiable, contundente y compacto que se fue al último parón liguero ilusionando por completo a una grada que, incluso, empezaba a soñar con algo más que la permanencia.

Sin embargo, sólo tres partidos han bastado para destrozar el optimismo de la afición, despertando viejos miedos que parecían haberse superado. De nuevo, los verdiblancos no dan pie con bola. Tiemblan atrás demasiado y acaban poniéndole una alfombra roja a los delanteros rivales, que pocas veces vivirán partidos más sencillos y con tantas oportunidades para marcar. Del mismo modo, por mucho que N'Diaye esté mejor que nunca, con el senegalés no basta para dar consistencia a una 'sala de máquinas' que sigue sin aparecer, pero a la que se espera mientras la hinchada se desespera. Y arriba, aunque Rubén Castro continúe marcando, no se encuentran huecos para generar ocasiones.

Para colmo, a Mel le dan ataques de entrenador que no hacen más que complicarlo todo un poquito más. Se inventó a Molinero como lateral izquierdo y, pese a los problemas en el centro del campo, reservó a Digard, al que no sacó al campo hasta que el partido estuvo sentenciado. Su única defensa, la de siempre: falta un extremo izquierdo (maldita amnesia que le hace olvidar que gente como Vadillo, Kadir o Cejudo pueden jugar ahí o que, incluso, dejó marchar en verano a un Dani Pacheco que también se desenvolvía por esa zona) y que el rival fue mejor.

Mientras tanto, y sin el mayor atisbo de autocrítica, la escuadra de las trece barras ha empezado a recorrer una cuesta abajo en la que urge echar el freno de mano cuanto antes, algo que sólo se podría lograr con una victoria en Málaga. Conseguirla será imposible si se vuelve a salir a verlas venir, concediendo goles a las primeras de cambio y necesitando un paso por vestuarios para cambiar mínimamente la cara al equipo.

Dos aspectos que se deben trabajar, y mucho, durante la semana y que dependen a partes iguales tanto de los jugadores como del entrenador. Nadie es inocente del cambio radical que ha experimentado un Betis que, a fin de cuentas, es, junto a la afición, la única víctima de lo que está pasando.

Llega el momento de que, dejando a un lado idolatrías y simpatías ganadas con el paso de los años, los profesionales, se vistan de corto o den instrucciones desde la banda, aprieten los dientes y hagan méritos para ganarse el sueldo. Ni antes eran tan buenos ni ahora tan malos, pero para convencer a todo el mundo se debe pelear por encontrar ese término medio que se ha perdido en el camino.

Si no, se seguirá cuesta abajo y sin frenos, tirando por tierra un inicio de temporada que despertó entre el beticismo una ilusión que corre el riesgo de saltar hecha añicos. Se puede perder, pero dando la cara y compitiendo, algo que se le parece haber olvidado a este conjunto verdiblanco que recuperó efectivos y fuerzas durante el último parón, pero al que se le ha olvidado por completo todo lo que había andado.