Era impresionante, una auténtica riada de béticos que llegaban a la capital dispuestos a comerse el mundo, disfrutar del día y ganar la copa. Todos con sus camisetas y bufandas, cantando sin parar, con un ánimo y unas ganas de fiesta que no decayeron en toda la jornada.
Fuimos a casa. Allí nos esperaba Cristina, mi mujer, preparada para cumplir con su promesa. En el verano anterior, entre bromas y veras, se había comprometido a prepararnos un arroz con bogavante si el Betis llegaba a la final. Durante la temporada, conforme el equipo iba pasando rondas, la guasa se convertía en amenaza para ella. Y tras la semifinal de Bilbao, empezó con los preparativos.
A la hora de comer llegó Álvaro, que había empeñado su palabra, menudo sacrificio, para acompañarnos en el ritual arrocero. Dimos buena cuenta del bicho, y de todo lo demás, y nos echamos a la calle.
Cantando, bailando y disfrutando
Llegamos de paseo, con las calles del centro de Madrid teñidas de verde y blanco, hasta la Plaza Mayor. Allí, en el tercio en el que daba la sombra, huyendo del solazo, había cientos de béticos cantando, bailando y disfrutando.
Tomamos café y alguna copita en el Gambrinus que había en la calle Hileras. Y mediada la tarde nos encaminamos, calle Toledo abajo, hacia el Manzanares. Conforme nos acercábamos al Calderón, el rugido de los béticos alrededor del estadio se hacía más y más intenso y cercano. El recibimiento al autobús del equipo en la calle San Epifanio fue impresionante, mágico.
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Curro Romero
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Entré a la grada justo detrás del maestro Curro Romero. El faraón de Camas llevaba la cara iluminada, con la sonrisa abierta, ilusionado, nervioso y emocionado. Vi todo el partido de pie, en la balconada del córner izquierdo del fondo sur. Estaba solo. Mi padre, Miguel, Álvaro y los demás iban a otras zonas del estadio, en función de su abono en Heliópolis.
Cuando Dani, mi tocayo, metió el segundo gol, en el tramo final de la prórroga, me eché a llorar. Como un niño chico, a lágrima viva, con hipo y muchos mocos. No logré parar hasta mucho tiempo después, ya fuera del estadio.
Mientras los jugadores paseaban la copa alrededor del campo de juego, y yo seguía llorando, una chica, a mi lado, me agarró del brazo y me dijo: “Pero chiquillo, no llores, si hemos ganado”. “Pues por eso, mujer, por eso”, le contesté.
Era 11 de junio de 2005. Y fuimos campeón de España en el Vicente Calderón.
@danielgilperez
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