Porque con una escuadra de las trece barras de vacaciones, sin intensidad y con innovaciones en su once inicial que de poco sirvieron, los asturianos sólo tuvieron que apretar un poco para recoger los frutos de una victoria de la que nadie dudaba. Tanto es así que en las casas de apuestas se pagaba a cuatro euros un triunfo heliopolitano. De hecho, lo único que podría evitar que los rojiblancos fueran de Primera era lo que sucediese en el Girona-Lugo.
Así, se fue cociendo a fuego lento un partido cuyo resultado se conocía desde antes incluso de que ambos equipos llegasen al estadio. Lo único que quedaba en el aire era saber cuántos goles marcaría un Sporting al que se le puso la alfombra roja sobre el césped, dándole unas facilidades que por momentos llegaron a avergonzar a gran parte de la grada. Una cosa es la cordialidad y la amistad entre aficiones, y otra muy distinta lo que se vio en el Villamarín.
Por ello, no es de extrañar que el encuentro acabase con el mismo marcador que si se hubiese suspendido (0-3), dejando la emoción únicamente para los minutos posteriores al final, cuando los efectos colaterales del enésimo esperpento del fútbol español propiciaron dos ascensos gijoneses en apenas diez minutos. Aparte de eso, todo quedó en un torpe simulacro de partido en el que sólo hubo un equipo sobre el césped, el que venció a once conos verdiblancos.
Una situación lamentable y que deja en solfa el tan cacareado mensaje de ambición que se pregona a los cuatro vientos desde todos los estamentos del club. Porque frente al Sporting, por mucha amistad que haya, no hubo ni un ápice de ganas y actitud, sino que se rescató ese conformismo que tantísimo daño ha hecho en los últimos años. Y si precisamente se quería desterrar eso, queda mucho aún por trabajar para lograrlo.
No en vano, aunque todos los equipos suelen dar facilidades cuando tienen ya sus deberes hechos, nunca está de más hacer una puesta en escena más creíble, sin apoyarse sólo en la palabrería, sino también en los hechos. Con correr y apretar un poco habría bastado. Si no, se repiten los mismos errores que tantas veces se han criticado a los grandes cuando en Heliópolis ha vivido el perjudicado.
Porque, como decían de la mujer del César, no basta con ser honesto, sino también parecerlo, algo de lo que se olvidó el Betis en el adiós a una Liga que merecía otro final, sin dar pie a especulaciones que siempre serán más proclives a investigaciones y sanciones por estar de Despeñaperros para abajo. Una torpeza tremenda y digna de censura, de esas que no admiten que se mire para otro lado.
Ni honesta, ni parecerlo.