Estamos en primera, un respiro. Los 25 puntos deben estar marcados en las carnes verdiblancas con fuego candente. Que no se nos olvide, que la alegría de ayer fue motivado por un conjunto de malas decisiones completadas con otras mucho peores. 25, ese número es la frontera a pasar con creces, teniéndolo en mente como paradigma de lo que nunca más debería repetirse dentro de la casa verdiblanca. Ayer Mel se reconocía responsable, en parte, de ese número de vergüenza.
Hoy es entrenador de un equipo de primera. Y lo es por méritos, que no se nos olvide, pero méritos de mucha gente también que le han allanado un camino que venía muy picado con el novato Velázquez. Mel le debe mucho a Merino. Coger el equipo en racha fue culpa del entrenador del filial, donde volvió con el deber cumplido. 4 de 4, nadie se lo creía después de muchas jornadas donde las ruedas de prensa eran intentos eruditos por llamar a la pelota "dodecaedro truncado relleno de una mezcla de oxígeno y argón, con forma definida".
Un balón es un balón o, como mínimo, una pelota, e intentar reinventar el fútbol desde los despachos no ha dado buen resultado. No sé de quién fue la idea de captar a Ollero para esto, pero también tiene su parte de culpa en todo este cambio de un equipo del que se llegó a pensar que lucharía por no bajar (pobres Osasuna y Recre) y apostó por caminos que parecían muy peligrosos, pero que nos llevan a primera.
Hemos comprobado cómo un empate en segunda es el sabor amargo casi de la derrota, el anuncio de la hecatombe, el filo del abismo. Hemos vivido una segunda muy amarga, acompañando al equipo en situaciones donde otros ni se asomarían al campo. Los béticos se mueven por toda España llenando campos de muy pocas localidades. Eso lo hacen los béticos, pero también debemos hacer otra cosa, dejar de contemplarnos ese ombligo que nos llega al cuello, creernos que el mayor título es ser bético porque no es así.
Ser bético debe ser también una responsabilidad, más allá de la fiesta del fútbol, porque ser bético es ser parte de un sentimiento, un sentimiento demasiado vapuleado por gente con y sin maldad, muchas veces con más corazón que cabeza y ese corazón debe estar en la grada y la cabeza mandar en los despachos.
Felicidades Béticos, hemos vuelto donde nunca debimos irnos.