Tener que aguantar, año a año, a las apisonadoras merengue y blaugrana, a las máquinas de machacar a los demás, a la continua y constante forma de esquilmar jugadores, de desarmar equipos a golpe de talonario y de imponer voluntades porque ellos lo valen, es algo a lo que nos hemos acostumbrado en nuestro fútbol.
Lo que no creo que debamos acostumbrarnos es a que, si delinquen, se vayan de rositas. El fútbol, el pan y circo de nuestros días, tiene una vertebración con la sociedad tan potente que demostrar ejemplo en el fútbol es, al final, demostrar ejemplo en la propia sociedad.
Por eso esto del caso Negreira es tan preocupante. Ver salir al señor Tebas inmediatamente diciendo que malo todo, pero que está prescrito es como dar un guantazo a todos los que vivimos el fútbol como algo más que la pelea de gallos entre Madrid y Barcelona.
No necesitaban hacer trampas, no necesitaban manipular, pero lo han hecho, han dado un nuevo guantazo a la forma en la que entendemos el fútbol, devaluado por el negocio enfermizo, vendido a base de finales en la Arabia más profunda. No, no lo necesitaban… O sí.
El caso es que los movimientos desde nuestra liga deberían ser contundentes, ejemplarizantes, como seguramente lo serían, o han sido muy a menudo, con equipos como el nuestro, donde no ha temblado la mano para cerrarnos el campo, para castigar a jugadores.
Quiero, y quiero, que mi club así lo defienda, que quien la hace la pague, que ni la montaña de títulos, ni los millones de seguidores, hagan de parapeto para evitar que paguen la vergüenza que pueden hacer pasar al fútbol español. Porque ser ejemplares no es traer a los mejores jugadores del mundo, es luchar por una liga justa, ya sea el Cartagena o el Real Madrid.