Hace tiempo que llegó la revolución. Hace ya un tiempo que nos vendieron una idea fantástica y que, prácticamente, todo el mundo compró con expectativas y, sobre todo, esperanza. Atrás iban a quedar esas jugadas polémicas o decisiones injustas que el árbitro parecía no ver o se le podían pasar, pero no al que estaba detrás de la pantalla viendo la repetición. Parecía que el fútbol iba a ser más justo, más competitivo. ¿Y ahora qué? Eso se ha convertido en un chiste. En una broma de mal gusto.
Se implantó el VAR en España así como en otras ligas del mundo. Llegó al fútbol la tecnología para hacer más fácil y reñido este deporte. O eso es lo que nos decían en esos discursos con la intención de convencer a los aficionados. Sin embargo, por muy buena herramienta que sea, que no me cabe duda, sigue estando controlada por los mismos. Sigue quedando a la interpretación de un ser humano que, tal y como parece, tiene muchos intereses detrás. La camiseta que vistas será la que acabe solucionando si la acción se pita a favor o en contra.
La hipocresía de esas palabras bonitas que nos intentaron calar en un principio y la bipolaridad con la que se usa el VAR. No se trata de que los equipos solo se quejen cuando juegan contra los grandes. No es que solo los aficionados de ese equipo, en este caso el Betis, se quejen solo cuando les toca luchar contra el Madrid. La cosa está en que solo se le da voz desde los diferentes sectores cuando hay un conjunto grande de por medio. Pero son cosas que suceden jornada tras jornada, en diferentes escenarios.
Hace unos días fue el entrenador del Cádiz, también el del Eibar, pero tampoco se quedó atrás Manuel Pellegrini. No solo los aficionados están hartos de que se rían de ellos, de que los tomen por tontos trazando líneas surrealistas, pitando una cosa en un área y no en el otro. No. Están hartos entrenadores, jugadores, etc. La cosa está llegando demasiado lejos y las injusticias constantes acaban generando impotencia. ¿Qué hacer contra esto? Tomar el camino más fácil. Censura y amenazas para que todos estén callados y que la mafia que hay montada en la federación continúe intacta.
Es muy triste ver imágenes así después de cada jornada. Y siempre, o casi siempre, los perjudicados son los mismos. Los señalados son los mismos. La prensa calla, los clubes perjudicados asienten ante una posible sanción y la federación continúa sonriendo sabiendo que su circo puede seguir subiendo el telón cada fin de semana.
Los que no callan son los aficionados. Ellos siempre reclaman justicia. Pero son ellos contra todo un mundo. Son ellos frente a una nefasta gestión llena de intereses y que cada día se hace más evidente. Son ellos, el alma del fútbol, de los que se ríen día tras día. Es una vergüenza que con todos los avances que se implementan en el mundo cada día, sea el ser humano el que elija quedarse atrás y mostrar esa poca profesionalidad. Y es que el dinero lo mueve todo y así nunca habrá un espectáculo sano. Ni tampoco la mejor liga del mundo.