Arte y duende en Vallecas.

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“Juega mi Beti al fútbol con ese duende que da la tierra.” Eso decía en su canción dedicada al club de sus amores Pascual González, compositor sevillano y fundador de Cantores de Híspalis, quien nos ha dejado hace escasamente una semana y a quien toda Sevilla llora aún su pérdida. Un himno que cantó toda la afición justo antes de comenzar el encuentro ante el Villarreal para honrar su memoria y que, particularmente, me encogió el alma.

Sirva este artículo como pequeño reconocimiento al excelso cantautor que nos dejó un himno no oficioso pero sí arraigado al bético, como si de un estandarte directo al corazón se tratase. Y que, desgraciadamente, jamás tuvo el justo premio de ser pregonero de su tan querida Sevilla.

Pero tenemos que volver al balón. Debemos hacerlo.Y es que el Betis juega al fútbol con ese duende de la tierra sevillana, andaluza. Y hasta fuera de ella, como ocurrió en el terreno madrileño de Vallecas. Hasta en un lugar tan alejado de la inspiración flamenca, cosas de la vida. Y ese duende precede al arte, arte que tanto desprendía Pascual y que este pasado jueves apareció a raudales en los goles béticos, como si de un homenaje al compositor se tratase.

En el minuto 26, Borja Iglesias recibía un pase de Nabil Fekir (muy propio que aparezca el francés cuando hablamos de artistas), y, con la sutileza propia de un bailarín de flamenco, taconeó ese balón llevándolo de un lado al otro, esquivando las acometidas rivales. Danzó con el esférico y a continuación, su derechazo se coló junto al palo del meta rayista. Pura delicadeza. Destreza y galantería.

Y si el primer tanto nos pareció majestuoso, lleno de talento, el segundo también fue una obra de arte digna del museo más vanguardista. William Carvalho recibió el balón también en la frontal del área, y el luso paró el tiempo. Detuvo el segundero y observó un hueco a ras de suelo entre las piernas de Catena, central de contundencia del Rayo. Cualquier otro mínimamente se piensa si realizar semejante locura, pero no William. Con un genio inconmensurable y una maestría impropia de un futbolista de su complexión, coló el balón en dicho hueco, como si entrara justo, al milímetro, para hacer un túnel de quilates y deshacerse del defensor, preludio del golazo que se venía por delante. Como si hubiera algo más bello que hacer un caño para marcar.

Y es que pocos equipos debe haber en el mundo como el Betis, que, en ocasiones, cuando las cosas parecen más perdidas, desoladas, tira de arte. De duende. Tira de magia, la que no tenía con la ausencia de uno de sus emblemas actuales, Sergio Canales, pero que sí apareció en los bellos goles verdiblancos. La que brilló en la jugada fantasiosa de un Panda que bailaba con el balón al son de los adversarios, y la que maravilló en esa ‘cachita’ primorosa y ajustada en la que el tiempo se detuvo y que, con finura y elegancia, permitió lograr la victoria bética.

Quién iba a decir, que apenas unos días después de dejarnos Pascual, sería su propio Betis, su equipo del alma, el club del duende y del arte, quien le haría un pequeño homenaje improvisado.

Brindemos por Pascual, y ojalá podamos hacerlo con una buena Copa

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