Sánchez convierte al Congreso de los Diputados en la apoteosis de la estupidez linguística
Lo vivido en el Congreso de los Diputados en la primera sesión en la que los parlamentarios podían expresarse en su lengua materna pasará a los anales del surrealismo político. Sin entrar en honduras y más allá de la vileza que supone plegarse a las exigencias de los separatistas catalanes emperrados en su afán de orillar al español, lo ocurrido es la quintaesencia de la estupidez. Carísima estupidez, por cierto, porque el cruce de pinganillos tiene un coste: casi trescientos mil euros hasta finales de año para que 350 señoras y señores que podrían entenderse perfectamente en español se entiendan, finalmente, gracias al español.
Esto es así porque los traductores recurrían al castellano para que los diputados catalanes supieran lo que estaba diciendo un diputado que hablaba en gallego. Y al revés, para que los gallegos entendieran a los diputados que hacían uso del catalán se traducía al español, del mismo modo que catalanes y gallegos, además del resto de parlamentarios, comprendían lo que decía un parlamentario en euskera gracias a la traducción en castellano. Obsérvese que todo pasaba por el español, al no existir traducción directa del gallego al catalán (y viceversa) o del gallego al euskera (y al revés) o del catalán al vasco (o a la inversa). Toda una estupidez pluscuamperfecta fruto del chantaje del separatismo al presidente en funciones del Gobierno y fruto, claro está, de las concesiones de un Pedro Sánchez a una cuadrilla de golpistas envalentonados.
Lo vivido en el Congreso es de vergüenza, el culmen de la idiocia, la cumbre más alta de la imbecilidad. A Pedro Sánchez y a la presidenta del Congreso de los Diputados, la socialista Francina Armengol, les debemos el espectáculo. Toda una obscenidad que es el reflejo del grado de indecencia que ha alcanzado la política española de la mano del socialcomunismo. Casi trescientos mil euros para que los diputados terminen recurriendo al español.
Lo vivido en el Congreso de los Diputados en la primera sesión en la que los parlamentarios podían expresarse en su lengua materna pasará a los anales del surrealismo político. Sin entrar en honduras y más allá de la vileza que supone plegarse a las exigencias de los separatistas catalanes emperrados en su afán de orillar al español, lo ocurrido es la quintaesencia de la estupidez. Carísima estupidez, por cierto, porque el cruce de pinganillos tiene un coste: casi trescientos mil euros hasta finales de año para que 350 señoras y señores que podrían entenderse perfectamente en español se entiendan, finalmente, gracias al español.
Esto es así porque los traductores recurrían al castellano para que los diputados catalanes supieran lo que estaba diciendo un diputado que hablaba en gallego. Y al revés, para que los gallegos entendieran a los diputados que hacían uso del catalán se traducía al español, del mismo modo que catalanes y gallegos, además del resto de parlamentarios, comprendían lo que decía un parlamentario en euskera gracias a la traducción en castellano. Obsérvese que todo pasaba por el español, al no existir traducción directa del gallego al catalán (y viceversa) o del gallego al euskera (y al revés) o del catalán al vasco (o a la inversa). Toda una estupidez pluscuamperfecta fruto del chantaje del separatismo al presidente en funciones del Gobierno y fruto, claro está, de las concesiones de un Pedro Sánchez a una cuadrilla de golpistas envalentonados.
Lo vivido en el Congreso es de vergüenza, el culmen de la idiocia, la cumbre más alta de la imbecilidad. A Pedro Sánchez y a la presidenta del Congreso de los Diputados, la socialista Francina Armengol, les debemos el espectáculo. Toda una obscenidad que es el reflejo del grado de indecencia que ha alcanzado la política española de la mano del socialcomunismo. Casi trescientos mil euros para que los diputados terminen recurriendo al español.
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