¡Carril peatón, ya!
27OCT 2010 10:52
¿Alguien me puede explicar por qué Sevilla es una de las pocas, si no la única ciudad en el mundo, en la que las bicicletas le disputan el espacio a los peatones? Que el carril bici es buena cosa no lo discute casi nadie. Pero el de Sevilla genera más de una controversia, y todo por lo mismo: a nadie (bueno, a casi nadie) se le ocurre hacer un carril bici que discurra por las aceras en vez de hacerlo por la calzada, que es el espacio natural de los vehiculos.
Hagan ustedes la prueba y lo comprobarán. Queden con sus amigos de la infancia, con sus vecinos, sus compañeros de trabajo o con su familia; intenten, antes que nada, limar cualquier aspereza previa que pudiera existir, eviten hablar de política y de fútbol, traten de que el ambiente sea lo más agradable posible, de que a priori esté todo perfecto, que todo el mundo se sienta a gusto y que nada enrarezca ese ambiente apacible... Y, entonces, saquen ustedes el del carril bici como tema de conversación. De repente, el tono de la charla subirá, cada uno querrá contar, con todo lujo de detalles, su último encontronazo (el ciclista con el peatón, el peatón con el ciclista) y las posturas se radicalizarán hasta hacerse irreconciliables.
El carril bici de Sevilla, que se ha hecho sin un solo plano (pregúntenle, si conocen, a algún técnico de los que han participado en la obra: los topógrafos que han intervenido se llevan las manos a la cabeza), está lleno de evidencias de la improvisación con que se hizo y de muestras de lo que nunca se debió hacer. Dejando a un lado el asunto económico, que no es moco de pavo, el hecho de haber construido los carriles bici encima de las aceras en vez de haberlo pintado en la calzada como en la mayor parte de las ciudades de esa Europa que algunos no se cansan de ponérnosla de ejemplo, nos ha conducido y lo sigue haciendo al absurdo más absoluto.
Porque díganme si no es absurdo que existan árboles (y farolas, semáforos, paradas de autobús, etc.) justo en medio del carril bici. O que el Ayuntamiento de Sevilla adoptara la salomónica (entiéndase la ironía) decisión de que las bicicletas compartieran el carril bici con las personas que utilizan silla de ruedas al desaparecer las aceras. O díganme si no es absurdo, por ejemplo, que haya tramos en los que el carril bici ocupe el 100% de las aceras y que los peatones tengan que echarse a la calzada, o si no lo es que en la parte de acera que dejan libres los carriles bici haya sitio para los veladores de los bares, pero no para que pase un carrito de niño. O incluso que los carriles no estén suficientemente aislados para evitar que un crío hiperactivo o que una persona con dificultades de movimiento, auditivas o visuales lo invada por error provocando accidentes.
No voy a entrar en historias sobre la educación de los ciclistas y de los peatones, sobre lo difícil que es la convivencia y los esfuerzos que ésta debería exigir a todo el mundo. Pero si el carril bici, siguiendo el principio de austeridad exigible a los administradores del dinero público, el dictado de la lógica y la razón, y el ejemplo de Europa, que nos lleva buena ventaja también en esto, se hubiera pintado en la calzada en vez de construirse en las aceras, las absurdas situaciones descritas en el párrafo anterior no se hubieran producido nunca.
No se trata de cuestionar las bondades de las bicicletas en una ciudad como Sevilla, mayoritariamente llana y con trescientos días de sol al año: para el tráfico, para el medio ambiente, para la salud, para el bolsillo y hasta para el descanso de los ciudadanos a los que el ensordecedor ruido de los vehículos no deja dormir. Ojo, tampoco es que las bicicletas sean la panacea ni que sustituyan como medio de transporte en la ciudad a la red de metro que aún no tenemos y al servicio de autobuses de Tussam, que cada vez funciona peor. Y lo digo yo, que lo uso. Pero claro que hay que cuestionar el carril bici que han hecho en Sevilla quienes acuñaron el eslogan aquél de 'La ciudad de las personas'. Por cateto y por absurdo, lo que en buena parte lo convierte en inútil, y por caro. Desde luego, molestias aparte, hacerlo como se ha hecho en Sevilla no es ni más barato ni más práctico que si se hubiera delimitalo sobre la calzada con pintura o separadores para proteger a los ciclistas de los vehículos a motor. ¿A los peatones quién los protege?
27OCT 2010 10:52
¿Alguien me puede explicar por qué Sevilla es una de las pocas, si no la única ciudad en el mundo, en la que las bicicletas le disputan el espacio a los peatones? Que el carril bici es buena cosa no lo discute casi nadie. Pero el de Sevilla genera más de una controversia, y todo por lo mismo: a nadie (bueno, a casi nadie) se le ocurre hacer un carril bici que discurra por las aceras en vez de hacerlo por la calzada, que es el espacio natural de los vehiculos.
Hagan ustedes la prueba y lo comprobarán. Queden con sus amigos de la infancia, con sus vecinos, sus compañeros de trabajo o con su familia; intenten, antes que nada, limar cualquier aspereza previa que pudiera existir, eviten hablar de política y de fútbol, traten de que el ambiente sea lo más agradable posible, de que a priori esté todo perfecto, que todo el mundo se sienta a gusto y que nada enrarezca ese ambiente apacible... Y, entonces, saquen ustedes el del carril bici como tema de conversación. De repente, el tono de la charla subirá, cada uno querrá contar, con todo lujo de detalles, su último encontronazo (el ciclista con el peatón, el peatón con el ciclista) y las posturas se radicalizarán hasta hacerse irreconciliables.
El carril bici de Sevilla, que se ha hecho sin un solo plano (pregúntenle, si conocen, a algún técnico de los que han participado en la obra: los topógrafos que han intervenido se llevan las manos a la cabeza), está lleno de evidencias de la improvisación con que se hizo y de muestras de lo que nunca se debió hacer. Dejando a un lado el asunto económico, que no es moco de pavo, el hecho de haber construido los carriles bici encima de las aceras en vez de haberlo pintado en la calzada como en la mayor parte de las ciudades de esa Europa que algunos no se cansan de ponérnosla de ejemplo, nos ha conducido y lo sigue haciendo al absurdo más absoluto.
Porque díganme si no es absurdo que existan árboles (y farolas, semáforos, paradas de autobús, etc.) justo en medio del carril bici. O que el Ayuntamiento de Sevilla adoptara la salomónica (entiéndase la ironía) decisión de que las bicicletas compartieran el carril bici con las personas que utilizan silla de ruedas al desaparecer las aceras. O díganme si no es absurdo, por ejemplo, que haya tramos en los que el carril bici ocupe el 100% de las aceras y que los peatones tengan que echarse a la calzada, o si no lo es que en la parte de acera que dejan libres los carriles bici haya sitio para los veladores de los bares, pero no para que pase un carrito de niño. O incluso que los carriles no estén suficientemente aislados para evitar que un crío hiperactivo o que una persona con dificultades de movimiento, auditivas o visuales lo invada por error provocando accidentes.
No voy a entrar en historias sobre la educación de los ciclistas y de los peatones, sobre lo difícil que es la convivencia y los esfuerzos que ésta debería exigir a todo el mundo. Pero si el carril bici, siguiendo el principio de austeridad exigible a los administradores del dinero público, el dictado de la lógica y la razón, y el ejemplo de Europa, que nos lleva buena ventaja también en esto, se hubiera pintado en la calzada en vez de construirse en las aceras, las absurdas situaciones descritas en el párrafo anterior no se hubieran producido nunca.
No se trata de cuestionar las bondades de las bicicletas en una ciudad como Sevilla, mayoritariamente llana y con trescientos días de sol al año: para el tráfico, para el medio ambiente, para la salud, para el bolsillo y hasta para el descanso de los ciudadanos a los que el ensordecedor ruido de los vehículos no deja dormir. Ojo, tampoco es que las bicicletas sean la panacea ni que sustituyan como medio de transporte en la ciudad a la red de metro que aún no tenemos y al servicio de autobuses de Tussam, que cada vez funciona peor. Y lo digo yo, que lo uso. Pero claro que hay que cuestionar el carril bici que han hecho en Sevilla quienes acuñaron el eslogan aquél de 'La ciudad de las personas'. Por cateto y por absurdo, lo que en buena parte lo convierte en inútil, y por caro. Desde luego, molestias aparte, hacerlo como se ha hecho en Sevilla no es ni más barato ni más práctico que si se hubiera delimitalo sobre la calzada con pintura o separadores para proteger a los ciclistas de los vehículos a motor. ¿A los peatones quién los protege?
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