Cuando yo vi mi casa, y cómo la habían dejado... No sé cómo no me dio un infarto ese día. Nunca les voy a perdonar lo que han hecho». Antonia Ruiz (67 años) es la propietaria del cortijo Lotorre y narices, una impresionante casa rural de 1.800 metros cuadrados situada en la zona de Los Montes de Málaga. Hace unas semanas, un grupo de jóvenes se la alquiló para celebrar una fiesta. «Lo destrozaron todo; paredes, puertas, ventanas, muebles, electrodomésticos, espejos, lámparas, cuadros... Han ido a hacer daño», se lamenta la mujer.
Según denuncia, los daños de la estructura han sido peritados en más de 50.000 euros. Aún están valorando los daños del mobiliario, la cocina y la decoración de la casa rural, aunque ella estima que puede doblar esta cantidad, superando con creces los 100.000 euros. «Había muebles muy antiguos. Puedo comprar otros nuevos, sustituirlos, pero ya no los podré recuperar. Estaban llenos de recuerdos», afirma Antonia mientras muestra los destrozos sufridos en su propiedad.
Todo comenzó hace unas semanas, cuando un joven «muy educado» la llamó por teléfono para interesarse por la casa rural. «Me dijo que se llamaba Miguel Gómez», explica la mujer. «Me contó –prosigue– que eran ocho parejas y que les hacía falta la vivienda el domingo para celebrar una fiesta de cumpleaños». Llegaron a un acuerdo y quedaron para el pago de la señal y la firma del contrato.
Educados y bien vestidos
Días después, el supuesto Miguel Gómez telefoneó a Antonia y le dijo que iba a enviar a dos amigos para formalizar el alquiler. «Llegaron en un coche de alta gama. Iban muy bien vestidos, con ropa de marca y buenos zapatos, y también fueron muy educados», cuenta la propietaria.
La mujer se quedó con la copia del contrato que rellenó el joven. En ese momento, no se fijó en el nombre. Luego comprobó que el chico había puesto los datos del supuesto Miguel Gómez. «El sábado –relata la propietaria– fui a ver la casa y tenía dos altavoces y un equipo de música enormes, los más grandes que he visto en mi vida».
Antonia no supo más de la casa hasta el lunes por la noche, cuando sonó su teléfono móvil. Era una joven. «Parecía nerviosa. Me dijo que dejaba las llaves en el polideportivo de Ciudad Jardín y que me quedara con los 200 euros de la fianza porque no habían dejado la casa muy ordenada», recuerda. Cuando le preguntó que había pasado, la chica colgó.
El martes por la mañana, Antonia fue a la casa rural, que durante años –la compró con su marido hace tres décadas– cuidó con esmero y llenó de detalles. Al asomarse a la parcela se le cayó el mundo al suelo. Todas las ventanas estaban abiertas y los muebles, fuera de la vivienda. «Empecé a llorar y pensé: ‘Me han reventado la casa’.
La escena que contempló a continuación era dantesca. «Nunca había visto nada igual. Estaban todos los muebles rotos a golpes y patadas, tirados por el suelo. La casa estaba inundada; se habían dejado todos los grifos abiertos». El agua caló por las habitaciones de la segunda a la primera planta.
Lámparas descolgadas
Antonia siguió recorriendo con espanto el inmueble. Habían arrancado la bañera –que tiraron por un terraplén–, destrozaron los lavabos, las puertas, las lamparas colgando, los electrodomésticos averiados... «Metieron botellas en el lavavajillas y lo pusieron en marcha para romperlo», asevera la mujer.
Cuadros, espejos y el menaje corrieron la misma suerte. Sólo quedó vivo un plato, «seguramente porque no lo encontraron», dice ella, y un par de pinturas. «Un policía recuperó un cuadro de la copa de un árbol. Hasta allí llegaron a lanzarlos», apunta la mujer.
Aparte del mobiliario que rompieron y apilaron en la puerta, hubo otros muebles que lanzaron por los balcones o quemaron en las tres chimeneas de la casa, como demuestran las fotos que tomó Antonia. También echaron abajo a patadas un par de tabiques y arrancaron de la pared un pasamanos.
«Me destrozaron la casa por maldad, y parecían santos», confiesa la mujer. «He alquilado la casa durante los últimos seis años a jóvenes de todos los barrios de Málaga para despedidas de soltero y todo tipo de fiestas, pero nunca he tenido problemas», confiesa.
Antonia cogió el coche y se fue en busca de una oficina de denuncias. Se paró en la primera que encontró en su camino. Resultó ser la comisaría del distrito Norte (La Palmilla) del Cuerpo Nacional de Policía. «Llegué allí casi llorando, desorientada. Les pedí que me ayudaran, y lo hicieron. No tengo palabras para agradecerles cómo se han portado conmigo. La policía ha hecho un trabajo maravilloso. Se lo merecen todo», expresa la mujer.
Una vez que interpuso la denuncia, los agentes empezaron a investigar el caso. Lo primero que descubrieron fue que el tal Miguel Gómez no existía. El número de DNI que facilitó era de una chica que no tenía nada que ver con la fiesta. Los policías comenzaron a hacer inspecciones oculares en busca de huellas para identificar a los autores. «Vinieron hasta cuatro veces a ver la casa», asegura la mujer. «Cuando unos le contaban a otros lo que habían visto, éstos no se lo creían y venían a verlo».
Hace unos días, los agentes del distrito Norte tomaron declaración como imputado a un joven, vecino de Pedregalejo, que presuntamente fue el encargado de alquilar la casa rural. También han identificado a otras diez personas –de entre 20 y 30 años– que supuestamente estuvieron en la fiesta, aunque se calcula que pudo haber más de medio centenar de asistentes, según fuentes cercanas al caso.
Entre tanto, Antonia sigue reparando los desperfectos ocasionados en su cortijo. «He tenido albañiles, pintores y amigos que me han ayudado. Llevamos quince días trabajando para arreglarla, porque está alquilada para la Nochebuena». En adelante, tendrá más cuidado con las apariencias, porque, confiesa, «ya no te puedes fiar de nadie».
Según denuncia, los daños de la estructura han sido peritados en más de 50.000 euros. Aún están valorando los daños del mobiliario, la cocina y la decoración de la casa rural, aunque ella estima que puede doblar esta cantidad, superando con creces los 100.000 euros. «Había muebles muy antiguos. Puedo comprar otros nuevos, sustituirlos, pero ya no los podré recuperar. Estaban llenos de recuerdos», afirma Antonia mientras muestra los destrozos sufridos en su propiedad.
Todo comenzó hace unas semanas, cuando un joven «muy educado» la llamó por teléfono para interesarse por la casa rural. «Me dijo que se llamaba Miguel Gómez», explica la mujer. «Me contó –prosigue– que eran ocho parejas y que les hacía falta la vivienda el domingo para celebrar una fiesta de cumpleaños». Llegaron a un acuerdo y quedaron para el pago de la señal y la firma del contrato.
Educados y bien vestidos
Días después, el supuesto Miguel Gómez telefoneó a Antonia y le dijo que iba a enviar a dos amigos para formalizar el alquiler. «Llegaron en un coche de alta gama. Iban muy bien vestidos, con ropa de marca y buenos zapatos, y también fueron muy educados», cuenta la propietaria.
La mujer se quedó con la copia del contrato que rellenó el joven. En ese momento, no se fijó en el nombre. Luego comprobó que el chico había puesto los datos del supuesto Miguel Gómez. «El sábado –relata la propietaria– fui a ver la casa y tenía dos altavoces y un equipo de música enormes, los más grandes que he visto en mi vida».
Antonia no supo más de la casa hasta el lunes por la noche, cuando sonó su teléfono móvil. Era una joven. «Parecía nerviosa. Me dijo que dejaba las llaves en el polideportivo de Ciudad Jardín y que me quedara con los 200 euros de la fianza porque no habían dejado la casa muy ordenada», recuerda. Cuando le preguntó que había pasado, la chica colgó.
El martes por la mañana, Antonia fue a la casa rural, que durante años –la compró con su marido hace tres décadas– cuidó con esmero y llenó de detalles. Al asomarse a la parcela se le cayó el mundo al suelo. Todas las ventanas estaban abiertas y los muebles, fuera de la vivienda. «Empecé a llorar y pensé: ‘Me han reventado la casa’.
La escena que contempló a continuación era dantesca. «Nunca había visto nada igual. Estaban todos los muebles rotos a golpes y patadas, tirados por el suelo. La casa estaba inundada; se habían dejado todos los grifos abiertos». El agua caló por las habitaciones de la segunda a la primera planta.
Lámparas descolgadas
Antonia siguió recorriendo con espanto el inmueble. Habían arrancado la bañera –que tiraron por un terraplén–, destrozaron los lavabos, las puertas, las lamparas colgando, los electrodomésticos averiados... «Metieron botellas en el lavavajillas y lo pusieron en marcha para romperlo», asevera la mujer.
Cuadros, espejos y el menaje corrieron la misma suerte. Sólo quedó vivo un plato, «seguramente porque no lo encontraron», dice ella, y un par de pinturas. «Un policía recuperó un cuadro de la copa de un árbol. Hasta allí llegaron a lanzarlos», apunta la mujer.
Aparte del mobiliario que rompieron y apilaron en la puerta, hubo otros muebles que lanzaron por los balcones o quemaron en las tres chimeneas de la casa, como demuestran las fotos que tomó Antonia. También echaron abajo a patadas un par de tabiques y arrancaron de la pared un pasamanos.
«Me destrozaron la casa por maldad, y parecían santos», confiesa la mujer. «He alquilado la casa durante los últimos seis años a jóvenes de todos los barrios de Málaga para despedidas de soltero y todo tipo de fiestas, pero nunca he tenido problemas», confiesa.
Antonia cogió el coche y se fue en busca de una oficina de denuncias. Se paró en la primera que encontró en su camino. Resultó ser la comisaría del distrito Norte (La Palmilla) del Cuerpo Nacional de Policía. «Llegué allí casi llorando, desorientada. Les pedí que me ayudaran, y lo hicieron. No tengo palabras para agradecerles cómo se han portado conmigo. La policía ha hecho un trabajo maravilloso. Se lo merecen todo», expresa la mujer.
Una vez que interpuso la denuncia, los agentes empezaron a investigar el caso. Lo primero que descubrieron fue que el tal Miguel Gómez no existía. El número de DNI que facilitó era de una chica que no tenía nada que ver con la fiesta. Los policías comenzaron a hacer inspecciones oculares en busca de huellas para identificar a los autores. «Vinieron hasta cuatro veces a ver la casa», asegura la mujer. «Cuando unos le contaban a otros lo que habían visto, éstos no se lo creían y venían a verlo».
Hace unos días, los agentes del distrito Norte tomaron declaración como imputado a un joven, vecino de Pedregalejo, que presuntamente fue el encargado de alquilar la casa rural. También han identificado a otras diez personas –de entre 20 y 30 años– que supuestamente estuvieron en la fiesta, aunque se calcula que pudo haber más de medio centenar de asistentes, según fuentes cercanas al caso.
Entre tanto, Antonia sigue reparando los desperfectos ocasionados en su cortijo. «He tenido albañiles, pintores y amigos que me han ayudado. Llevamos quince días trabajando para arreglarla, porque está alquilada para la Nochebuena». En adelante, tendrá más cuidado con las apariencias, porque, confiesa, «ya no te puedes fiar de nadie».
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