4 de agosto de 2008.DIARIO EL MUNDO- En referencia a la amazona de la Policía Nacional que el pasado miércoles, 30 de julio, sufrió un accidente laboral. (http://www.elmundo.es/elmundo/2008/0...217529258.html
Soy Juan Carlos, su marido, y ahora su viudo. Beatriz, tenía 32 años, nació en Pamplona, si bien se ha criado entre Madrid y Zamora, donde finalmente descansará para siempre. Llevábamos simplemente dos años casados, y éramos inmensamente felices juntos, hasta que el miércoles 30 de julio, la dejé tan contenta y tan feliz en el garaje de nuestra casa, cogiendo su coche para dirigirse a su trabajo a las 7:15 horas de la mañana. Tan contenta y tan feliz porque iba a dirigirse a hacer lo que más le gustaba en este mundo: montar a caballo.
A las 10:50 horas, recibí una llamada de una de sus compañeras, para decirme que a Bea la había tirado un caballo (no se había mareado como intentanban decir algunos) y que la llevaban al hospital.
Yo llego volando, intranquilo, nervioso, pero con la esperanza de que la caída sea un brazo, o una pierna rotos, o un golpe, pero nada de importancia, pero que equivocado estaba. Bea estaba en coma, debatiéndose entre la vida y la muerte en una cama de urgencias del Hospital Clínico San Carlos. Me quedé mudo, triste, sólo quería llorar, y sin embargo, tenía que aguantar la llegada de mandos, grandes mandos del Cuerpo Nacional de Policía, a los cuales tenía que enfrentarme con serenidad, ya que no podía derrumbarme en esos momentos, mientras Bea luchaba por vivir. Mandos que venían de no interrumpir un acto en el que participaba el escuadrón al que pertenecía mi mujer, y que sabían de la gravedad de la caída.
Ellos me expresaban 'su sentir' y me ofrecían el apoyo del Cuerpo, pero cuando yo les preguntaba ¿por qué mi mujer no llevaba casco?... ¡ups, pregunta equivocada! cambiaban el rictus de la cara, y... ¡plof magia! desaparecían, y ese mando no volvía por el hospital, mandaba a otro, para que le pusieran la cara colorada.
Bea falleció por no llevar casco, como me aseguró Sonia, la doctora que tan amablemente la trató en la UCI y tan humanamente me dijo que Bea había fallecido. Sonia, gracias.
Sólo espero que la muerte de Bea no sea algo inútil y pasajero, sino que a alguien le remuerdan las entrañas y se sienta tan culpable de su muerte, que dote a todos y a cada uno de los miembros del escuadrón de caballería del CNP y de la Guardia Civil si no lo llevan, de un casco protector homologado. No creo que cueste tanto dinero como para no poder afrontarlo desde el Ministerio del Interior. Creo que con un par de dietas de alguno ya se equiparía a medio escuadrón.
Bea fue enterrada en la tarde del sábado, en su pueblo, Fariza de Sayago (Zamora) rodeada de familiares y amigos, cientos de amigos que acudieron de todos los puntos de España y de fuera para darle el último adiós, y desearle un futuro mejor, allá donde quiera que ahora mismo se encuentre. No fue enterrada con un funeral de Estado, como a alguno le hubiera gustado, no hubo fotos, ni cámaras. Simplemente silencio, sólo roto por las lágrimas y sollozos de la familia y amigos, y por el relinchar de Vaporoso, su caballo, al que trajeron unos compañeros desde Zaragoza, donde se encuentra concentrado en la Expo. Un relinchar que desgarraba el aire, como si el caballo hubiera tenido el presentimiento de que su dueña le había dejado sólo, como me ha dejado a mí.
Sólo me queda dar las gracias a todos los que la acompañaron en ese, su último destino forzoso, y a todos los que habéis rezado una oración por el descanso de su alma.
Y a los que no le dieron el casco, ni las botas reglamentarias, ni el uniforme de su talla, a esos... simplemente desearles que el nombre de Beatriz les atormente dentro de sus cabezas para el resto de sus vidas. Bea, donde quiera que estés, ¡Te quiero!
Soy Juan Carlos, su marido, y ahora su viudo. Beatriz, tenía 32 años, nació en Pamplona, si bien se ha criado entre Madrid y Zamora, donde finalmente descansará para siempre. Llevábamos simplemente dos años casados, y éramos inmensamente felices juntos, hasta que el miércoles 30 de julio, la dejé tan contenta y tan feliz en el garaje de nuestra casa, cogiendo su coche para dirigirse a su trabajo a las 7:15 horas de la mañana. Tan contenta y tan feliz porque iba a dirigirse a hacer lo que más le gustaba en este mundo: montar a caballo.
A las 10:50 horas, recibí una llamada de una de sus compañeras, para decirme que a Bea la había tirado un caballo (no se había mareado como intentanban decir algunos) y que la llevaban al hospital.
Yo llego volando, intranquilo, nervioso, pero con la esperanza de que la caída sea un brazo, o una pierna rotos, o un golpe, pero nada de importancia, pero que equivocado estaba. Bea estaba en coma, debatiéndose entre la vida y la muerte en una cama de urgencias del Hospital Clínico San Carlos. Me quedé mudo, triste, sólo quería llorar, y sin embargo, tenía que aguantar la llegada de mandos, grandes mandos del Cuerpo Nacional de Policía, a los cuales tenía que enfrentarme con serenidad, ya que no podía derrumbarme en esos momentos, mientras Bea luchaba por vivir. Mandos que venían de no interrumpir un acto en el que participaba el escuadrón al que pertenecía mi mujer, y que sabían de la gravedad de la caída.
Ellos me expresaban 'su sentir' y me ofrecían el apoyo del Cuerpo, pero cuando yo les preguntaba ¿por qué mi mujer no llevaba casco?... ¡ups, pregunta equivocada! cambiaban el rictus de la cara, y... ¡plof magia! desaparecían, y ese mando no volvía por el hospital, mandaba a otro, para que le pusieran la cara colorada.
Bea falleció por no llevar casco, como me aseguró Sonia, la doctora que tan amablemente la trató en la UCI y tan humanamente me dijo que Bea había fallecido. Sonia, gracias.
Sólo espero que la muerte de Bea no sea algo inútil y pasajero, sino que a alguien le remuerdan las entrañas y se sienta tan culpable de su muerte, que dote a todos y a cada uno de los miembros del escuadrón de caballería del CNP y de la Guardia Civil si no lo llevan, de un casco protector homologado. No creo que cueste tanto dinero como para no poder afrontarlo desde el Ministerio del Interior. Creo que con un par de dietas de alguno ya se equiparía a medio escuadrón.
Bea fue enterrada en la tarde del sábado, en su pueblo, Fariza de Sayago (Zamora) rodeada de familiares y amigos, cientos de amigos que acudieron de todos los puntos de España y de fuera para darle el último adiós, y desearle un futuro mejor, allá donde quiera que ahora mismo se encuentre. No fue enterrada con un funeral de Estado, como a alguno le hubiera gustado, no hubo fotos, ni cámaras. Simplemente silencio, sólo roto por las lágrimas y sollozos de la familia y amigos, y por el relinchar de Vaporoso, su caballo, al que trajeron unos compañeros desde Zaragoza, donde se encuentra concentrado en la Expo. Un relinchar que desgarraba el aire, como si el caballo hubiera tenido el presentimiento de que su dueña le había dejado sólo, como me ha dejado a mí.
Sólo me queda dar las gracias a todos los que la acompañaron en ese, su último destino forzoso, y a todos los que habéis rezado una oración por el descanso de su alma.
Y a los que no le dieron el casco, ni las botas reglamentarias, ni el uniforme de su talla, a esos... simplemente desearles que el nombre de Beatriz les atormente dentro de sus cabezas para el resto de sus vidas. Bea, donde quiera que estés, ¡Te quiero!
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