En la Guerra Civil española sorprende la existencia de una persona a la que su integridad y honradez le llevó a hacer algo entendido como fuera de lo común en ese contexto de conflicto.
El protagonista de esta historia caída en el olvido es el andaluz Melchor Rodríguez García, nacido en el sevillano barrio de Triana en 1893, anarquista, afiliado a la CNT y muy implicado en la causa de ayudar a las personas sin importar el bando o la ideología de estas.
En todo este panorama bélico llegaron hasta su conocimiento las malas prácticas realizadas en algunas cárceles madrileñas contra los presos franquistas. Las llamadas “sacas” consistían en sacar a los presos de la cárcel por la noche (con el pretexto de llevarlos a Valencia) para fusilarlos en Paracuellos y después ocultarlos en fosas comunes. Estos actos acabaron con la vida de más de 8.000 personas. Tras su designación como delegado de Prisiones en Madrid decide evitar estos acontecimientos y prohíbe los traslados de los presos entre las 19h y las 7h sin su consentimiento evitando que se produjeran más sacas. Esto le llevó a un gran enfrentamiento contra Santiago Carrillo. En concreto, la noche del 8 de diciembre de 1936 en la cárcel de Alcalá de Henares salvó la vida de 1.532 presos políticos. Melchor pasó esa noche pistola en mano (descargada como de costumbre) enfrentándose a los de su propio bando para que no acabaran con la vida de los presos enemigos.
Una vez consumada la victoria de los sublevados, el 1 de abril de 1939, junto a Julián Besteiro, tuvo que entregar Madrid a Franco. Tras esto fue detenido y condenado a cadena perpetua que se conmutó por 20 años de cárcel de los que cumplió la cuarta parte en el penal de El Puerto de Santa María.
No obstante, las numerosas vidas salvadas en el bando franquista le agradecieron su gesto por medio del ofrecimiento de puestos de trabajo así como cantidades de dinero para mejorar su vida. Todas fueron rechazadas al instante por Melchor.
En 1972 muere en Madrid. Su entierro tuvo el rango de funeral de Estado y aglutinó a personas de ideologías contrarias. Se permitió que el acto lo presidiera la bandera anarquista y que se cantara su himno “A las barricadas”. Fue un caso único y excepcional en la época franquista.
Ángel rojo para los sublevados, traidor para los republicanos. En cualquier caso, la demostración de que la unión es posible y que la vida está por encima de todo lo demás como él mismo señaló “Morir por las ideas, nunca matar por ellas”.
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