Re: Fórmula 1 - temporada 2015
El fracaso del modelo forofista de difusión de Fórmula 1 en España
El problema del automovilísmo en España es tan viejo como el mismo automovilismo. Según datos que manejamos en Pistonudos, la afición del motor se extiende en todo el país sobre unas 350.000 personas que podríamos considera “aficionados de verdad” (hey, estas entre ellos, enhorabuena).
Al resto de la población le pueden gustar más o menos los coches, pero no es una afición al uso. Ni se van a enlazar curvas los fines de semana por puro placer, ni se tragan unas 24 Horas de Nürburgring, ni te sabrían decir qué es eso de la Mille Miglia. Pero no se trata de hacer aquí un concurso o un examen sobre quién sabe de coches y quién no sabe. Este artículo de opinión va sobre oportunidades perdidas, o por lo menos, mal aprovechadas.
Ayer, mientras le preparaba la cena a la pequeñaja de la casa, escuchaba en RNE cómo intentaban en su programa deportivo hablar de Fórmula 1. El ridículo protagonizado por la mayor parte del equipo fue tal que sonrojaría al mismísimo Fangio. ¿Culpa de ellos? Bueno, todo es relativo. La realidad periodística deportiva en España es que contamos con centenares sino miles de profesionales cuya primera formación es esa: periodismo. La mayor parte de ellos está especializada en fútbol. Por gusto propio y porque es el deporte “rey” en dar salida a una carrera en ese negocio.
Con una masa crítica de afición al automóvil tan baja, resulta complicado justificar tener en equipos pluridisciplinares a gente que realmente sepa de lo que habla. Así que, claro, se tira de expertos en fútbol que hablan luego de cualquier cosa. El problema no es el hecho de que hablen, sino el hecho de que intentan sentar cátedra y opinan. Y si bien su opinión es más que respetable en materia de fútbol, ya que es su “especialidad”, cuando hablan de F1 hacen el ridículo. Ridículo resultado de la falta de conocimiento real del mundo del automóvil.
Pero este no es nuestro principal problema al uso. El problema que tenemos es el futuro que nos depara la disciplina “reina”, el Gran Circo, en este país.
Fernando Alonso nos cayó “como un regalo del cielo” a los aficionados al mundo del motor, las cosas como son. Puede que a ti, amigo lector, te caiga mejor o te caiga peor, pero hay realidades que no son opinables. Gracias al fenómeno de Alonso, el mundo del motor en España cambió radicalmente. De golpe y porrazo, de ver la Fórmula 1 en alemán (salvo que vivieras en una región con televisión regional con derechos de F1), a tenerla en abierto y con una cobertura que jamás de los jamases habíamos visto en este país. Se abrieron circuitos por doquier, la afición por aquello de las pistas empezó a crecer y… bueno, todo lo demás ya lo conoces, porque lo has vivido.
Pero arrancamos con un problema de base. Un problema del que en 2006 ya me atrevía a hablar, y que ahora, nueve años después, está empezando a manifestarse como una seria amenaza para la afición del motor: El desarrollo del modelo mediático alrededor de Alonso fue erróneo de base.
Cuando un fenómeno deportivo que se sale del fútbol sucede en España, la manera de afrontarlo por los frentes deportivos de los medios de comunicación siempre es la misma: Forofismo.
Y es que si bien el público y los periodistas están dispuestos a hablar en profundidad de táctica y complejidades del fútbol que llegan hasta la política entre clubs y la vida privada de jugadores y entrenadores, en Fórmula 1 había tal falta de conocimiento y cultura que la creación del “boom” mediático tenía que partir del genio y figura que daba luz a un campeonato del que la mayor parte de la población generalista directamente pasaba.
No es nada nuevo esto. Cuando España dominaba en waterpolo (en mundiales, olimpiadas…) había waterpolo en la tele y hasta opinadores generalistas sobre el equipo. Cuando Nadal brilla, vemos tenis. Cuando tenemos a un o una nadadora brillante, la natación está de moda. Somos presas de esto, es lógico en cierto modo y hasta respetable a nivel de masas.
Porque la televisión está dirigida (o estaba dirigida) a las masas. Las grandes cadenas no pueden dedicarse a un discurso complicado dedicado al fan “genuino”. Necesitan, en cambio, un lenguaje mucho más genérico y un formato de fácil consumo con el que enganchar al máximo número de personas posibles. No se trata de disparar como un francotirador a un objetivo concreto, sino que se busca “tirar napal a lo bestia” para intentar “quemarlo todo”.
No siempre fue así, hay que reconocerlo. Poco antes de Alonso y la Alonsomanía habíamos tenido la llegada de Gené y De La Rosa a la Fórmula 1. Una conquista doble producida al mismo tiempo, a través de caminos muy dispares. Aunque Gené es un buen amigo, diré que De La Rosa había hecho un camino extremadamente duro y complejo, y que, en cierto modo, no pudo culminarlo por “las circunstancias” (le llaman suerte, pero digamos que De La Rosa no tuvo oportunidad de estar en el lugar adecuado en el momento justo, a pesar de ser todo un pilotazo). Gené venía de ganar lo que ahora son las World Series, y había sabido convencer a Telefónica de apoyarle económicamente para comprar un asiento en un Minardi realmente lento.
Sea como fuere, con dos pilotos de “fondo de parrilla”, la televisión nos ofrecía en abierto las carreras con la bonita ventaja de contar “lo que estaba sucediendo”, y no sólo centrados en lo que le ocurría a los españolitos. La diferencia era clara: Nuestros chicos no tenían opciones, aunque De La Rosa, con el paso de los años, lograra rozar un cuarto puesto fastidiado por un tubo de plástico del Arrows…
Pero la audiencia no despegaba. Tele5 ya había experimentado con la F1 en la era Senna-Schumacher-Hill, con malos resultados (acabó dando carreras en diferido de madrugada), y TVE tampoco sabía sacarle partido al asunto. Alonso llegaba a Minardi, y aquella temporada tampoco atraía demasiados intereses. De La Rosa en un Jaguar poco competitivo (que podría haber sido otra cosa de haber logrado confirmar el fichaje de Adrian Newey, que finalmente llegó a Milton Keynes de la mano de Red Bull), tampoco servía de elemento dinamizador de audiencias.
Y todo esto nos lleva a Malasia 2003. Alonso logra su primera pole de la historia. La F1 se ve en Televisión Española, pero en diferido y sin tener ni tan siquiera confirmado que vaya a echarse toda la temporada… Adrian Campos brama por el micrófono de Jesús Fraile sus lamentos “¡cómo es posible que no se esté viendo esto en directo! ¡este chaval está haciendo historia!”.
Fraile le llama a la calma, y le cuenta cómo Renault está negociando con TVE para patrocinar las carreras y poder pagar los derechos televisivos a fin de que la F1 se pueda ver en abierto.
La clave está en eso: Puede que Alonso esté haciendo historia, pero en España somos cuatro gatos los que, realmente, en ese momento estamos con la boca abierta ante lo que acaba de conseguir el asturiano. Renault lo sabe, y quiere capitalizar a toda costa los logros de Fernando. Y es que en las carreras lo que importa hoy en día es capitalizar cada euro inviertes y decisión que tomas. Y eso implica gastar dinero. La firma del rombo decide pagar una campaña bestial en TVE para que TVE pueda echar la F1.
Y claro, con dinero de Renault en el bolsillo cubriendo las necesidades de la F1 y con Alonso como genio y figura, la manera de contar las carreras cambia. Fraile y su equipo, que no son tontos, saben que lo ideal en ese momento, para lograr retener la inversión de Renault y la F1 en la tele, pasa por captar audiencia “en masa” y no sólo contentar a los frikis. Así nace una nueva manera de narrar las carreras. Una manera en la que Alonso tiene razón en todo lo que hace, él es el bueno. Los demás son los malos.
Se alimenta el forofismo. Se alimentan mitos y leyendas. Que si la FIA hace lo que Ferrari le manda. Que si Schumacher es un guarro. Que si adelantar bajo banderas amarillas está bien cuando lo hace Alonso, pero no cuando lo hacen los demás…
La audiencia crece y se multiplica… Las posiciones se vuelven extremas. Y es aquí donde algunos empezamos a ver un problema. La F1 puede que se haya convertido en un fenómeno televisivo, o al menos da esa sensación. Pero esa sensación es completa y absolutamente falsa. La gente no mira la F1, presta atención a los éxitos de Alonso. Jadea al orgullo automovilístico nacional, y le sigue por ello, pero realmente las carreras de coches se la siguen trayendo al paire.
Alonso, en ese momento, representa una enorme oportunidad de dimensiones inigualables en el mundo del automóvil. En todas sus facetas. Directa e indirectamente, voluntaria e involuntariamente, Alonso está haciendo un favor nunca antes visto por el deporte de motor español. Se disparan las parrillas en los campeonatos de karting más importantes del país (Cataluña, te miro a ti), se multiplica la captación de interés de patrocinadores por el mundo de las cuatro ruedas… Pero también hay pecados y pecadillos. En un momento en el que, en paralelo, los constructores están locos por invertir en plena burbuja inmobiliaria, se crean macro-proyectos de circuitos homologados para F1. Donde había que crear circuitos “de club” estilo Kotarr, muchas comunidades autónomas y constructores deciden crear macro-instalaciones con inversiones ridículamente enormes para colgarse la medalla, sin pensar que jamás de los jamases van a poder recuperarse.
Y, en paralelo, en la televisión se está haciendo un flaco favor a la difusión del deporte de la F1 y la creación de afición al uso. La manera de narrar las carreras centrada en el ídolo contra los villanos. La manera de explicar y centralizar las cosas hace que a la gente sólo le interese Alonso. Pasamos de un público de menos de medio millón de espectadores a prácticamente seis millones de personas siguiendo las carreras.
En defensa de Fraile y después de Lobato, diremos que sus televisiones querían esos resultados. Contar las carreras de manera más neutra habría dado resultados peores en espectadores, tal vez de la mitad. Y es que el cambio de TVE a Telecinco, con Lobato acompañado de Gonzalo Serrano, prometía mucho, pero se quedó en más promesa que realidad. Al final seguimos viviendo la respuesta a una necesidad de éxito en televidentes. Éxito que se alimentaba del forofismo. Forofismo que alimentaba el éxito. La rueda sin final…
Pero hoy en día, año 2015, estamos recogiendo los frutos de aquella nefasta siembra. Hemos tenido 12 años de Fórmula 1 en explosión y efervescencia televisiva. Pero ahora nos estamos encontrando con los resultados de un trabajo realmente mal enfocado, que no mal hecho.
Las televisiones, como los partidos políticos, o nuestra sociedad actual en general, viven por los resultados cortoplacistas. El “tener ya”, en lugar del “crear algo a largo plazo”. Bajo mi punto de vista, un enfoque de la Fórmula 1 más alineado con la neutralidad (el o los pilotos patrio siempre requeriran cierto tratamiento especial, negar eso sería hipócrita por mi parte), habría cosechado menos resultados en los años de bonanza, pero habría creado, a buen seguro, paladares más preparados para disfrutar de las carreras cuando la era alonsista tocara a su fin.
Pero no se hizo así. Alimentamos el monstruo del enfoque forofista, por y para beneficiar a unos pocos (las televisiones con su audiencia, y las marcas que las patrocinaban, que intentaban rentabilizar al máximo su apuesta por el piloto en cuestión), y ahora nos encontramos con que la Fórmula 1 se está hundiendo en audiencia.
Lo hace a un ritmo realmente preocupante. El share de la retransmisión del GP de España del domingo pasado no alcanzó el 25%, cuando la televisión estaba mal acostumbrada a ver ratios de más del 40% para la cita “reina” del calendario anual de F1 en nuestro mercado.
Y la cosa irá a peor. El año que viene no habrá F1 en abierto, y habrá que pagar por verla en Movistar F1, o tirar de recursos regionales, aquellos que las tengan, claro.
Pero ¿cuánta gente estará dispuesta a pagar por ver la F1?
A Movistar le habría salido bien la jugada si todo esto hubiera ocurrido dentro de dos años, y a Carlos Sainz le diera tiempo a llegar a luchar por victorias. Pero ahora mismo, con un espectáculo en el que Alonso lucha contra sus propias decisiones de optar por correr con un coche en desarrollo que no le dará opciones de victoria y lucha por el campeonato hasta dentro de uno o dos años, y con un Sainz que está empezando a labrarse un complicado camino en esto, va a ser muy difícil convencer a la gente para que pague por ver F1 en España.
¿Dejarla en abierto? Pues, sinceramente, tampoco lo veo viable. Con un share como el actual, y en caída libre, cualquier televisión privada tiene muy complicado poder pagar lo que Ecclestone y su ***** les pide por los derechos televisivos. Porque es Ecclestone el otro demonio de todo esto. Su modelo de negocio de “paga mucho por emitir la F1″ obliga a las televisiones a ese enfoque de “deporte de masas”.
A toro pasado es fácil juzgar y opinar. Pero yo me pregunto qué habría sido de la afición por la F1 en España si, en lugar del enfoque forofista hubieramos tenido un enfoque más neutro, que no totalmente objetivo. ¿Tendríamos ahora una mayor base de aficionados dispuestos a seguir viendo la F1 cuando Alonso ya no esté, y aunque Sainz no pueda luchar por victorias? ¿Son mejores las retransmisiones cuando van dirigidas a un nicho y no hay pilotos “patrio” que obligen al forofismo a los narradores?
Lo “bueno” de “la nueva televisión” de “pago bajo demanda” es que los nichos cobran sentido. Puede que a Movistar le salga muy cara su apuesta por quedarse los derechos de la F1 bajo un modelo de pago, pero con muchos menos espectadores podemos esperar mucho más del enfoque de sus narradores. Como ya sucede con el WEC, y más concretamente con Le Mans, yo espero que, al menos que ahora las carreras las vamos a ver de nuevo cuatro gatos, las narraciones abandonen ese “héroe contra villanos” y se centren en contar apasionantes historias acerca de este campeonato que, por otra parte, está en claro declive global.
Y es que no todo el problema iba a ser español, claro…
Recogiendo tempestades tras sembrar vientos | Pistonudos
El fracaso del modelo forofista de difusión de Fórmula 1 en España
El problema del automovilísmo en España es tan viejo como el mismo automovilismo. Según datos que manejamos en Pistonudos, la afición del motor se extiende en todo el país sobre unas 350.000 personas que podríamos considera “aficionados de verdad” (hey, estas entre ellos, enhorabuena).
Al resto de la población le pueden gustar más o menos los coches, pero no es una afición al uso. Ni se van a enlazar curvas los fines de semana por puro placer, ni se tragan unas 24 Horas de Nürburgring, ni te sabrían decir qué es eso de la Mille Miglia. Pero no se trata de hacer aquí un concurso o un examen sobre quién sabe de coches y quién no sabe. Este artículo de opinión va sobre oportunidades perdidas, o por lo menos, mal aprovechadas.
Ayer, mientras le preparaba la cena a la pequeñaja de la casa, escuchaba en RNE cómo intentaban en su programa deportivo hablar de Fórmula 1. El ridículo protagonizado por la mayor parte del equipo fue tal que sonrojaría al mismísimo Fangio. ¿Culpa de ellos? Bueno, todo es relativo. La realidad periodística deportiva en España es que contamos con centenares sino miles de profesionales cuya primera formación es esa: periodismo. La mayor parte de ellos está especializada en fútbol. Por gusto propio y porque es el deporte “rey” en dar salida a una carrera en ese negocio.
Con una masa crítica de afición al automóvil tan baja, resulta complicado justificar tener en equipos pluridisciplinares a gente que realmente sepa de lo que habla. Así que, claro, se tira de expertos en fútbol que hablan luego de cualquier cosa. El problema no es el hecho de que hablen, sino el hecho de que intentan sentar cátedra y opinan. Y si bien su opinión es más que respetable en materia de fútbol, ya que es su “especialidad”, cuando hablan de F1 hacen el ridículo. Ridículo resultado de la falta de conocimiento real del mundo del automóvil.
Pero este no es nuestro principal problema al uso. El problema que tenemos es el futuro que nos depara la disciplina “reina”, el Gran Circo, en este país.
Fernando Alonso nos cayó “como un regalo del cielo” a los aficionados al mundo del motor, las cosas como son. Puede que a ti, amigo lector, te caiga mejor o te caiga peor, pero hay realidades que no son opinables. Gracias al fenómeno de Alonso, el mundo del motor en España cambió radicalmente. De golpe y porrazo, de ver la Fórmula 1 en alemán (salvo que vivieras en una región con televisión regional con derechos de F1), a tenerla en abierto y con una cobertura que jamás de los jamases habíamos visto en este país. Se abrieron circuitos por doquier, la afición por aquello de las pistas empezó a crecer y… bueno, todo lo demás ya lo conoces, porque lo has vivido.
Pero arrancamos con un problema de base. Un problema del que en 2006 ya me atrevía a hablar, y que ahora, nueve años después, está empezando a manifestarse como una seria amenaza para la afición del motor: El desarrollo del modelo mediático alrededor de Alonso fue erróneo de base.
Cuando un fenómeno deportivo que se sale del fútbol sucede en España, la manera de afrontarlo por los frentes deportivos de los medios de comunicación siempre es la misma: Forofismo.
Y es que si bien el público y los periodistas están dispuestos a hablar en profundidad de táctica y complejidades del fútbol que llegan hasta la política entre clubs y la vida privada de jugadores y entrenadores, en Fórmula 1 había tal falta de conocimiento y cultura que la creación del “boom” mediático tenía que partir del genio y figura que daba luz a un campeonato del que la mayor parte de la población generalista directamente pasaba.
No es nada nuevo esto. Cuando España dominaba en waterpolo (en mundiales, olimpiadas…) había waterpolo en la tele y hasta opinadores generalistas sobre el equipo. Cuando Nadal brilla, vemos tenis. Cuando tenemos a un o una nadadora brillante, la natación está de moda. Somos presas de esto, es lógico en cierto modo y hasta respetable a nivel de masas.
Porque la televisión está dirigida (o estaba dirigida) a las masas. Las grandes cadenas no pueden dedicarse a un discurso complicado dedicado al fan “genuino”. Necesitan, en cambio, un lenguaje mucho más genérico y un formato de fácil consumo con el que enganchar al máximo número de personas posibles. No se trata de disparar como un francotirador a un objetivo concreto, sino que se busca “tirar napal a lo bestia” para intentar “quemarlo todo”.
No siempre fue así, hay que reconocerlo. Poco antes de Alonso y la Alonsomanía habíamos tenido la llegada de Gené y De La Rosa a la Fórmula 1. Una conquista doble producida al mismo tiempo, a través de caminos muy dispares. Aunque Gené es un buen amigo, diré que De La Rosa había hecho un camino extremadamente duro y complejo, y que, en cierto modo, no pudo culminarlo por “las circunstancias” (le llaman suerte, pero digamos que De La Rosa no tuvo oportunidad de estar en el lugar adecuado en el momento justo, a pesar de ser todo un pilotazo). Gené venía de ganar lo que ahora son las World Series, y había sabido convencer a Telefónica de apoyarle económicamente para comprar un asiento en un Minardi realmente lento.
Sea como fuere, con dos pilotos de “fondo de parrilla”, la televisión nos ofrecía en abierto las carreras con la bonita ventaja de contar “lo que estaba sucediendo”, y no sólo centrados en lo que le ocurría a los españolitos. La diferencia era clara: Nuestros chicos no tenían opciones, aunque De La Rosa, con el paso de los años, lograra rozar un cuarto puesto fastidiado por un tubo de plástico del Arrows…
Pero la audiencia no despegaba. Tele5 ya había experimentado con la F1 en la era Senna-Schumacher-Hill, con malos resultados (acabó dando carreras en diferido de madrugada), y TVE tampoco sabía sacarle partido al asunto. Alonso llegaba a Minardi, y aquella temporada tampoco atraía demasiados intereses. De La Rosa en un Jaguar poco competitivo (que podría haber sido otra cosa de haber logrado confirmar el fichaje de Adrian Newey, que finalmente llegó a Milton Keynes de la mano de Red Bull), tampoco servía de elemento dinamizador de audiencias.
Y todo esto nos lleva a Malasia 2003. Alonso logra su primera pole de la historia. La F1 se ve en Televisión Española, pero en diferido y sin tener ni tan siquiera confirmado que vaya a echarse toda la temporada… Adrian Campos brama por el micrófono de Jesús Fraile sus lamentos “¡cómo es posible que no se esté viendo esto en directo! ¡este chaval está haciendo historia!”.
Fraile le llama a la calma, y le cuenta cómo Renault está negociando con TVE para patrocinar las carreras y poder pagar los derechos televisivos a fin de que la F1 se pueda ver en abierto.
La clave está en eso: Puede que Alonso esté haciendo historia, pero en España somos cuatro gatos los que, realmente, en ese momento estamos con la boca abierta ante lo que acaba de conseguir el asturiano. Renault lo sabe, y quiere capitalizar a toda costa los logros de Fernando. Y es que en las carreras lo que importa hoy en día es capitalizar cada euro inviertes y decisión que tomas. Y eso implica gastar dinero. La firma del rombo decide pagar una campaña bestial en TVE para que TVE pueda echar la F1.
Y claro, con dinero de Renault en el bolsillo cubriendo las necesidades de la F1 y con Alonso como genio y figura, la manera de contar las carreras cambia. Fraile y su equipo, que no son tontos, saben que lo ideal en ese momento, para lograr retener la inversión de Renault y la F1 en la tele, pasa por captar audiencia “en masa” y no sólo contentar a los frikis. Así nace una nueva manera de narrar las carreras. Una manera en la que Alonso tiene razón en todo lo que hace, él es el bueno. Los demás son los malos.
Se alimenta el forofismo. Se alimentan mitos y leyendas. Que si la FIA hace lo que Ferrari le manda. Que si Schumacher es un guarro. Que si adelantar bajo banderas amarillas está bien cuando lo hace Alonso, pero no cuando lo hacen los demás…
La audiencia crece y se multiplica… Las posiciones se vuelven extremas. Y es aquí donde algunos empezamos a ver un problema. La F1 puede que se haya convertido en un fenómeno televisivo, o al menos da esa sensación. Pero esa sensación es completa y absolutamente falsa. La gente no mira la F1, presta atención a los éxitos de Alonso. Jadea al orgullo automovilístico nacional, y le sigue por ello, pero realmente las carreras de coches se la siguen trayendo al paire.
Alonso, en ese momento, representa una enorme oportunidad de dimensiones inigualables en el mundo del automóvil. En todas sus facetas. Directa e indirectamente, voluntaria e involuntariamente, Alonso está haciendo un favor nunca antes visto por el deporte de motor español. Se disparan las parrillas en los campeonatos de karting más importantes del país (Cataluña, te miro a ti), se multiplica la captación de interés de patrocinadores por el mundo de las cuatro ruedas… Pero también hay pecados y pecadillos. En un momento en el que, en paralelo, los constructores están locos por invertir en plena burbuja inmobiliaria, se crean macro-proyectos de circuitos homologados para F1. Donde había que crear circuitos “de club” estilo Kotarr, muchas comunidades autónomas y constructores deciden crear macro-instalaciones con inversiones ridículamente enormes para colgarse la medalla, sin pensar que jamás de los jamases van a poder recuperarse.
Y, en paralelo, en la televisión se está haciendo un flaco favor a la difusión del deporte de la F1 y la creación de afición al uso. La manera de narrar las carreras centrada en el ídolo contra los villanos. La manera de explicar y centralizar las cosas hace que a la gente sólo le interese Alonso. Pasamos de un público de menos de medio millón de espectadores a prácticamente seis millones de personas siguiendo las carreras.
En defensa de Fraile y después de Lobato, diremos que sus televisiones querían esos resultados. Contar las carreras de manera más neutra habría dado resultados peores en espectadores, tal vez de la mitad. Y es que el cambio de TVE a Telecinco, con Lobato acompañado de Gonzalo Serrano, prometía mucho, pero se quedó en más promesa que realidad. Al final seguimos viviendo la respuesta a una necesidad de éxito en televidentes. Éxito que se alimentaba del forofismo. Forofismo que alimentaba el éxito. La rueda sin final…
Pero hoy en día, año 2015, estamos recogiendo los frutos de aquella nefasta siembra. Hemos tenido 12 años de Fórmula 1 en explosión y efervescencia televisiva. Pero ahora nos estamos encontrando con los resultados de un trabajo realmente mal enfocado, que no mal hecho.
Las televisiones, como los partidos políticos, o nuestra sociedad actual en general, viven por los resultados cortoplacistas. El “tener ya”, en lugar del “crear algo a largo plazo”. Bajo mi punto de vista, un enfoque de la Fórmula 1 más alineado con la neutralidad (el o los pilotos patrio siempre requeriran cierto tratamiento especial, negar eso sería hipócrita por mi parte), habría cosechado menos resultados en los años de bonanza, pero habría creado, a buen seguro, paladares más preparados para disfrutar de las carreras cuando la era alonsista tocara a su fin.
Pero no se hizo así. Alimentamos el monstruo del enfoque forofista, por y para beneficiar a unos pocos (las televisiones con su audiencia, y las marcas que las patrocinaban, que intentaban rentabilizar al máximo su apuesta por el piloto en cuestión), y ahora nos encontramos con que la Fórmula 1 se está hundiendo en audiencia.
Lo hace a un ritmo realmente preocupante. El share de la retransmisión del GP de España del domingo pasado no alcanzó el 25%, cuando la televisión estaba mal acostumbrada a ver ratios de más del 40% para la cita “reina” del calendario anual de F1 en nuestro mercado.
Y la cosa irá a peor. El año que viene no habrá F1 en abierto, y habrá que pagar por verla en Movistar F1, o tirar de recursos regionales, aquellos que las tengan, claro.
Pero ¿cuánta gente estará dispuesta a pagar por ver la F1?
A Movistar le habría salido bien la jugada si todo esto hubiera ocurrido dentro de dos años, y a Carlos Sainz le diera tiempo a llegar a luchar por victorias. Pero ahora mismo, con un espectáculo en el que Alonso lucha contra sus propias decisiones de optar por correr con un coche en desarrollo que no le dará opciones de victoria y lucha por el campeonato hasta dentro de uno o dos años, y con un Sainz que está empezando a labrarse un complicado camino en esto, va a ser muy difícil convencer a la gente para que pague por ver F1 en España.
¿Dejarla en abierto? Pues, sinceramente, tampoco lo veo viable. Con un share como el actual, y en caída libre, cualquier televisión privada tiene muy complicado poder pagar lo que Ecclestone y su ***** les pide por los derechos televisivos. Porque es Ecclestone el otro demonio de todo esto. Su modelo de negocio de “paga mucho por emitir la F1″ obliga a las televisiones a ese enfoque de “deporte de masas”.
A toro pasado es fácil juzgar y opinar. Pero yo me pregunto qué habría sido de la afición por la F1 en España si, en lugar del enfoque forofista hubieramos tenido un enfoque más neutro, que no totalmente objetivo. ¿Tendríamos ahora una mayor base de aficionados dispuestos a seguir viendo la F1 cuando Alonso ya no esté, y aunque Sainz no pueda luchar por victorias? ¿Son mejores las retransmisiones cuando van dirigidas a un nicho y no hay pilotos “patrio” que obligen al forofismo a los narradores?
Lo “bueno” de “la nueva televisión” de “pago bajo demanda” es que los nichos cobran sentido. Puede que a Movistar le salga muy cara su apuesta por quedarse los derechos de la F1 bajo un modelo de pago, pero con muchos menos espectadores podemos esperar mucho más del enfoque de sus narradores. Como ya sucede con el WEC, y más concretamente con Le Mans, yo espero que, al menos que ahora las carreras las vamos a ver de nuevo cuatro gatos, las narraciones abandonen ese “héroe contra villanos” y se centren en contar apasionantes historias acerca de este campeonato que, por otra parte, está en claro declive global.
Y es que no todo el problema iba a ser español, claro…
Recogiendo tempestades tras sembrar vientos | Pistonudos
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