Del Bosque dimisión
Qué incompetente Del Bosque. Ha conseguido que esta selección sea un auténtico desastre, acabando con la felicidad de millones de españoles acostumbrados a salir de sus casas para celebrar que su selección era la campeona del mundo de los amistosos y que su equipo caminaba, de victoria en victoria, hacia la derrota final. Qué tiempos aquellos en los que la multitud perdía el lugar donde la espalda pierde su casto nombre para brindar por una maravillosa derrota en Chipre. Qué dichosos éramos los periodistas cuando podíamos sentirnos orgullosos y bien representados cayendo, año tras año, en cuartos de final, para acto seguido hacer famoso a un árbitro que lograba una división de opiniones unánime: unos se ciscaban en su señor padre y otros, en su señora madre. Qué felicidad ha destrozado Del Bosque al defender a un grupo de jugadores y recoger por el camino a los heridos para reintegrarlos en esa familia. Qué indecente no dar carnaza a los de Sálvame.
Qué soberbia insoportable la de este seleccionador patético que ha cometido la torpeza de perder 3-0 con Brasil, ese equipo de amiguetes al que la selección española, desde tiempos inmemoriales, goleaba con suma facilidad y sin despeinarse. Qué muro de pomposidad no habrá levantado Del Bosque, tras ganar una Eurocopa y un Mundial, títulos de cartón piedra, torneos de la galleta que los españoles están cansados de ganar desde hace lustros. Qué oquedad y nata la de este Vicente que, en un país donde no hay pan para tanto *******, hace de la naturalidad su hoja de ruta y de los valores un alfiler prendido en su solapa. Qué pecado capital el de Del Bosque reconociendo la influencia del fútbol del Barça en el estilo de juego de la selección, una patraña despreciable que merece una lapidación pública, porque como todo el mundo sabe, no hacía falta un estilo así, porque con aquello de La Furia, España lo había ganado siempre todo. Pregúntenle a Italia y a Alemania, ya verán.
Qué hipócrita es el marqués, ese hombre de **** al que le dieron el título de entrenador en una tómbola, que necesita un librillo tecnificado y se empeña en salir a las ruedas de prensa con los tacos por delante, pasando factura a los que no piensan como él. Qué falsa modestia y humildad de cartón piedra de esta gran mentira con que se permite el lujo de atemperar los deslices de sus jugadores, en vez de señalarles en público para arrogarse la paternidad de cada victoria. Qué prepotencia la de Vicente al reconocer errores tácticos y airear malas decisiones, qué pirómano sin escrúpulos se esconde bajo ese bigote mefistofélico que reconoce el mérito de su predecesor en el cargo, que culpa al empedrado sistemáticamente y nunca habla bien del prójimo. Sólo se trata de un alineador políticamente correcto que tuvo la flor en el trasero de ganar dos Copas de Europa en una tienda de todo a cien. Hoy, sin él ahí, estorbando, las Copas de Europa llueven sobre el Bernabéu.
Hay que tener más cara que un caballo para pedir perdón si el equipo no ha estado a la altura, para encajar las críticas, para asumirlas, para ponerse en el primer lugar de la fila de los culpables y también exonerar a los demás de su cuota de responsabilidad. Qué ser tan despreciable aquel que reconoce públicamente que el rival ha sido mejor que su equipo, que no ha estado afortunado a la hora de plantear un encuentro y que quizá no ha acertado con los cambios. Qué altura sería la ideal del ático que habría que comprarle a Del Bosque cerca del Cristo del Corcovado, nada más volver a Brasil a nado y sin flotador, para exigirle que se lanzase al vacío, no sin antes peregrinar por cada provincia de España, con el culo entre las piernas, pidiendo perdón a cada españolito a la puerta de su domicilio, por haber jugado casi siempre bien y haber ganado casi siempre. Intolerable. Del Bosque, dimisión.
Del Bosque dimisión - El Hacha de Rubén Uría
Qué incompetente Del Bosque. Ha conseguido que esta selección sea un auténtico desastre, acabando con la felicidad de millones de españoles acostumbrados a salir de sus casas para celebrar que su selección era la campeona del mundo de los amistosos y que su equipo caminaba, de victoria en victoria, hacia la derrota final. Qué tiempos aquellos en los que la multitud perdía el lugar donde la espalda pierde su casto nombre para brindar por una maravillosa derrota en Chipre. Qué dichosos éramos los periodistas cuando podíamos sentirnos orgullosos y bien representados cayendo, año tras año, en cuartos de final, para acto seguido hacer famoso a un árbitro que lograba una división de opiniones unánime: unos se ciscaban en su señor padre y otros, en su señora madre. Qué felicidad ha destrozado Del Bosque al defender a un grupo de jugadores y recoger por el camino a los heridos para reintegrarlos en esa familia. Qué indecente no dar carnaza a los de Sálvame.
Qué soberbia insoportable la de este seleccionador patético que ha cometido la torpeza de perder 3-0 con Brasil, ese equipo de amiguetes al que la selección española, desde tiempos inmemoriales, goleaba con suma facilidad y sin despeinarse. Qué muro de pomposidad no habrá levantado Del Bosque, tras ganar una Eurocopa y un Mundial, títulos de cartón piedra, torneos de la galleta que los españoles están cansados de ganar desde hace lustros. Qué oquedad y nata la de este Vicente que, en un país donde no hay pan para tanto *******, hace de la naturalidad su hoja de ruta y de los valores un alfiler prendido en su solapa. Qué pecado capital el de Del Bosque reconociendo la influencia del fútbol del Barça en el estilo de juego de la selección, una patraña despreciable que merece una lapidación pública, porque como todo el mundo sabe, no hacía falta un estilo así, porque con aquello de La Furia, España lo había ganado siempre todo. Pregúntenle a Italia y a Alemania, ya verán.
Qué hipócrita es el marqués, ese hombre de **** al que le dieron el título de entrenador en una tómbola, que necesita un librillo tecnificado y se empeña en salir a las ruedas de prensa con los tacos por delante, pasando factura a los que no piensan como él. Qué falsa modestia y humildad de cartón piedra de esta gran mentira con que se permite el lujo de atemperar los deslices de sus jugadores, en vez de señalarles en público para arrogarse la paternidad de cada victoria. Qué prepotencia la de Vicente al reconocer errores tácticos y airear malas decisiones, qué pirómano sin escrúpulos se esconde bajo ese bigote mefistofélico que reconoce el mérito de su predecesor en el cargo, que culpa al empedrado sistemáticamente y nunca habla bien del prójimo. Sólo se trata de un alineador políticamente correcto que tuvo la flor en el trasero de ganar dos Copas de Europa en una tienda de todo a cien. Hoy, sin él ahí, estorbando, las Copas de Europa llueven sobre el Bernabéu.
Hay que tener más cara que un caballo para pedir perdón si el equipo no ha estado a la altura, para encajar las críticas, para asumirlas, para ponerse en el primer lugar de la fila de los culpables y también exonerar a los demás de su cuota de responsabilidad. Qué ser tan despreciable aquel que reconoce públicamente que el rival ha sido mejor que su equipo, que no ha estado afortunado a la hora de plantear un encuentro y que quizá no ha acertado con los cambios. Qué altura sería la ideal del ático que habría que comprarle a Del Bosque cerca del Cristo del Corcovado, nada más volver a Brasil a nado y sin flotador, para exigirle que se lanzase al vacío, no sin antes peregrinar por cada provincia de España, con el culo entre las piernas, pidiendo perdón a cada españolito a la puerta de su domicilio, por haber jugado casi siempre bien y haber ganado casi siempre. Intolerable. Del Bosque, dimisión.
Del Bosque dimisión - El Hacha de Rubén Uría
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