El Real Madrid es, sin género de dudas, el club más grande de la Historia mundial del Fútbol. Lo es, aparte de por la cantidad enorme, inaudita, colosal de campeonatos ganados, por la aureola de equipo mítico que lo acompaña. Por eso mismo, que una escuadra que atesora cien trofeos oficiales ¡cien! y cincuenta y ocho sub-campeonatos, a lo largo de sus once décadas de existencia, tenga en el lugar más privilegiado del camarín donde guarda la plata, una copa de oro de veintidós quilates con el escudo del Real Betis Balompié en medio y que, por más abundar, la considere su más preciado bien, no es sino para que, los que torcemos por la casaca barrada en verdiblanco, nos sintamos bien orgullosos.
Pero ¿cual es la historia de este torneo que solo se jugó una vez? De eso nos vamos a ocupar en las próximas líneas.
Mayo de 1960. En Heliópolis, se disputará un peculiar cuadrangular con motivo del cincuentenario del nacimiento del equipo Madridista. Peculiar porque va a hacerlo tres años después de la efeméride oficial. Peculiar porque, en juego, se van a poner unos premios con un valor inusual. Los campeones -los de Miguel Muñoz- se llevarán el coloso antes descrito valorado en 900.000 pesetas de la época. Quienes sucumbirían -los de Sabino Barinaga- tampoco escaparían mal. Su consolación sería una Copa de plata de ley de 999 milésimas, de planta achampanada e, igualmente, con el sello de origen masón en su centro. Aparte de merengues y béticos, participarían también los alemanes del Borussia Dortmund y los ingleses del Bolton Wanderers.
El día 26 del quinto mes del año, en la primera semifinal, el Realísimo se deshacía cómodamente de la escuadra teutona. Di Stéfano, Vidal y Puskas anotarían los tres únicos goles del choque. Un día más tarde, Kuzmann y Lasa hacían inútil el tanto de Deakin para los anglosajones, que llegaban con Banks y Stanley como estrellas. El 28, en un entretenido partido, los perdedores se enfrentaron entre sí con victoria final de los representantes de la Bundesliga, entrenados por Max Merkel, por tres a dos. Todo quedaba presto para que, veinticuatro horas más tarde, colisionasen los equipos españoles en la gran final.
A la hora de autos, el Betis formó con Otero bajo palos, Azcueta, Ríos y Santos en defensa, Portu y Villa en la medular y Gargallo, Kuzmann, Rojas y Azpeitia en punta, participando también Pallarés y León Lasa. Los campeones de Europa, saltaron a la pradera con Domínguez en la portería, el recientemente fallecido Marquitos, Santamaría y Pachín detrás, Vidal y Zárraga como centrocampistas y, en ataque, Alfredo Di Stéfano, Puskas, Canario, don Luis del Sol Cascajares (que volvía después de ser traspasado) y el eterno suplente Manolín Bueno. Herrera sustituiría a Bueno y el ex-sevillista Pepillo, autor del único tanto, al de San Jerónimo.
La primera Copa Benito Villamarín terminó, con una explosiva entrevista del Presidente y promotor del evento, quejándose de la nula asistencia de los aficionados locales. No será desde luego el caso, de lo que acontecerá esta noche al final de la Avenida de la Palmera, donde el lleno está virtualmente asegurado. Eran otros tiempos, queda claro. Tiempos donde se ponían en liza tesoros como el que se exhibe en el coliseo de Concha Espina. El más caro de un lugar tan especial, que es el único donde pueden contemplarse nueve Copas de Europa juntas.
Pero ¿cual es la historia de este torneo que solo se jugó una vez? De eso nos vamos a ocupar en las próximas líneas.
Mayo de 1960. En Heliópolis, se disputará un peculiar cuadrangular con motivo del cincuentenario del nacimiento del equipo Madridista. Peculiar porque va a hacerlo tres años después de la efeméride oficial. Peculiar porque, en juego, se van a poner unos premios con un valor inusual. Los campeones -los de Miguel Muñoz- se llevarán el coloso antes descrito valorado en 900.000 pesetas de la época. Quienes sucumbirían -los de Sabino Barinaga- tampoco escaparían mal. Su consolación sería una Copa de plata de ley de 999 milésimas, de planta achampanada e, igualmente, con el sello de origen masón en su centro. Aparte de merengues y béticos, participarían también los alemanes del Borussia Dortmund y los ingleses del Bolton Wanderers.
El día 26 del quinto mes del año, en la primera semifinal, el Realísimo se deshacía cómodamente de la escuadra teutona. Di Stéfano, Vidal y Puskas anotarían los tres únicos goles del choque. Un día más tarde, Kuzmann y Lasa hacían inútil el tanto de Deakin para los anglosajones, que llegaban con Banks y Stanley como estrellas. El 28, en un entretenido partido, los perdedores se enfrentaron entre sí con victoria final de los representantes de la Bundesliga, entrenados por Max Merkel, por tres a dos. Todo quedaba presto para que, veinticuatro horas más tarde, colisionasen los equipos españoles en la gran final.
A la hora de autos, el Betis formó con Otero bajo palos, Azcueta, Ríos y Santos en defensa, Portu y Villa en la medular y Gargallo, Kuzmann, Rojas y Azpeitia en punta, participando también Pallarés y León Lasa. Los campeones de Europa, saltaron a la pradera con Domínguez en la portería, el recientemente fallecido Marquitos, Santamaría y Pachín detrás, Vidal y Zárraga como centrocampistas y, en ataque, Alfredo Di Stéfano, Puskas, Canario, don Luis del Sol Cascajares (que volvía después de ser traspasado) y el eterno suplente Manolín Bueno. Herrera sustituiría a Bueno y el ex-sevillista Pepillo, autor del único tanto, al de San Jerónimo.
La primera Copa Benito Villamarín terminó, con una explosiva entrevista del Presidente y promotor del evento, quejándose de la nula asistencia de los aficionados locales. No será desde luego el caso, de lo que acontecerá esta noche al final de la Avenida de la Palmera, donde el lleno está virtualmente asegurado. Eran otros tiempos, queda claro. Tiempos donde se ponían en liza tesoros como el que se exhibe en el coliseo de Concha Espina. El más caro de un lugar tan especial, que es el único donde pueden contemplarse nueve Copas de Europa juntas.
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