Premio para los más fieles
Nunca he entendido a los que se marchan del estadio antes de que finalice el partido. Algunos dicen que lo hacen para ahorrarse el sufrimiento cuando pintan bastos, pero yo dudo mucho que esa intranquilidad se difumine al bajar las escaleras y escuchar el runrún de los permanencen en sus asientos. Otros se van por despecho, como castigo al mal juego, o cuando ya lo dan todo por perdido, y también hay gente que prefiere evitar el tráfico antes que presenciar los minutos decisivos. Todos esos argumentos son respetables, pero me parecen de poco peso teniendo en cuenta el alto precio que se paga por ver el fútbol de élite en la actualidad.
En todos los clubes del mundo suceden estas postreras ‘minidesbandadas’ y el Betis no es ninguna excepción. Algunos aficionados no confiaron en la remontada de los suyos el pasado sábado y desfilaron antes de tiempo, pero el grueso de la afición se mantuvo estoicamente en sus asientos, confiando irracionalmente en una gesta que parecía imposible. Yesa fe ciega obtuvo por fin su recompensa cuando Rubén Castro marcó el segundo y llevó el delirio a la grada. Fue uno de los goles más celebrados en Heliópolis en los últimos tiempos, de esos que hacen que los aficionados que sólo coinciden en el estadio se abracen con efusividad sin ni siquiera saber sus nombres. Pero eso da igual, ya que se vieron llorar mutuamente en el último descenso y eso les basta para saber que comparten algo grande.
La victoria fue un premio para los más fieles, para los que desafiaron a la lluvia y el frío, para los que estaban dispuestos a tragarse la amargura de otra nueva derrota, para los que les importaba un pimiento el Clásico, para los que nunca fallan.
::::.....estadiodeportivo.com.....::::
Hago mías las palabras de David Diaz.
Nunca he entendido a los que se marchan del estadio antes de que finalice el partido. Algunos dicen que lo hacen para ahorrarse el sufrimiento cuando pintan bastos, pero yo dudo mucho que esa intranquilidad se difumine al bajar las escaleras y escuchar el runrún de los permanencen en sus asientos. Otros se van por despecho, como castigo al mal juego, o cuando ya lo dan todo por perdido, y también hay gente que prefiere evitar el tráfico antes que presenciar los minutos decisivos. Todos esos argumentos son respetables, pero me parecen de poco peso teniendo en cuenta el alto precio que se paga por ver el fútbol de élite en la actualidad.
En todos los clubes del mundo suceden estas postreras ‘minidesbandadas’ y el Betis no es ninguna excepción. Algunos aficionados no confiaron en la remontada de los suyos el pasado sábado y desfilaron antes de tiempo, pero el grueso de la afición se mantuvo estoicamente en sus asientos, confiando irracionalmente en una gesta que parecía imposible. Yesa fe ciega obtuvo por fin su recompensa cuando Rubén Castro marcó el segundo y llevó el delirio a la grada. Fue uno de los goles más celebrados en Heliópolis en los últimos tiempos, de esos que hacen que los aficionados que sólo coinciden en el estadio se abracen con efusividad sin ni siquiera saber sus nombres. Pero eso da igual, ya que se vieron llorar mutuamente en el último descenso y eso les basta para saber que comparten algo grande.
La victoria fue un premio para los más fieles, para los que desafiaron a la lluvia y el frío, para los que estaban dispuestos a tragarse la amargura de otra nueva derrota, para los que les importaba un pimiento el Clásico, para los que nunca fallan.
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Hago mías las palabras de David Diaz.
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