Copio y pego el artículo de Burgos en el ABC de hoy:
Un Betis que vuelva a serlo
Por ANTONIO BURGOS
«HASTA que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son», dijo Manuel Machado. Y hasta que los correos electrónicos los repiten e Internet los repica, los textos ingeniosos y rotundos no son tales. Lo digo porque me ha llegado ya por varios sitios un texto que se titula «Por qué soy del Betis», anónimo en unas copias, firmado por un tal Julio en otras. Nadie ha sabido decirme autor y fecha de esta especie de Cadena de San Antonio del Beticismo, quizá leyenda urbana de sí misma, como ahora se dice. (Qué ***** con las dichosas leyendas urbanas. ¿Es que no hay leyendas de campo o leyendas de pueblo, hijos míos? ¡Pues anda que no hay hermosas leyendas poéticas en los pueblos ni ná!)
¿Quién es este Julio que firma un texto bético ciertamente de antología, de sacar el pañuelo para pedir la oreja? ¿Es su autor o sólo un transmisor? Por el estilo, por su hondo beticismo lírico, el texto me suena a un querido verderón que se nos fue: a Manuel Ramírez Fernández de Córdoba. Ustedes, que leían a Ramírez, me darán la razón cuando ahora lo vean. Ese texto o bien lo escribió Manolo Ramírez o bien uno que se hartó de leer a Manolo Ramírez. Juzguen ustedes mismos, pues aquí lo recorto y pego, que esta Cadena de San Antonio del Beticismo me va a dar ganado medio jornal de hoy. Dice así:
«Mi hermano Diego tiene 9 años. Está en la edad de elegir equipo, algo que decidirá sus amistades, muchas alegrías, mucho sufrimiento y de verdad lo creo, su personalidad. Hace dos semanas me preguntó por qué era del Betis, entonces me quedé con las ganas de explicárselo todo, ahora lo hago con esta carta. Diego, soy del Betis por lo que cabe en él: la risa, la paciencia eterna, los goles en contra al final del partido y la increíble respuesta a tiempo. En el Betis cabe lo distinto: un alemán negro, un brasileño rubio, un guineano de Valladolid, un portero sin dedos, un suizo beligerante. Caben bicicletas que no llevan a ningún sitio, pero emocionan y valen más que cualquier fortuna, caben delanteros inofensivos, la maldición del extremo izquierdo, el gorro de Finidi, el fallo de Cardeñosa, el penalti de Joaquín, los goles de falta de un portero, el manquepierda, las rimas de Melado, el Currobetis, los 21 penaltis contra el Bilbao, las lágrimas de Esnaola, el regate de la tostá, un escudo masónico, las marchas verdes. En el Betis cabe el sentirse raro al ganar, la pasión por sufrir, el absurdo, el no saber explicar por qué y sin embargo nunca dudar de que hay algo especial que lo rodea todo. El Betis nació para evitar una injusticia a un minero: era suficientemente bueno jugando al fútbol pero no suficientemente rico. Desde entonces, al Betis le roban lo que regala, se ríe de los puristas, de los resultadistas de lo que es útil pero feo, es un 2-4 en la inauguración del Pizjuán. Es sorpresa, no es fútbol es balompié, el Betis es sacar el balón jugado cuando no se puede, la poesía frente al informe, la resaca, no la aspirina, Rogelio comiéndose un huevo duro que le tiraron en un derbi, la broma antes que el esfuerzo, es no saber perder tiempo, es desafiar al destino poniendo trece barras en su escudo o tener una peña en Chechenia. El Betis es la vena del cuello de Kiko Veneno cuando canta «El mundo es una tontería», el Rey don San Fernando conquistando Sevilla, Curro Romero abucheado, un cubata de Silvio, los canteranos que quedan por salir, los extranjeros que se quedarán a vivir aquí, una pegatina en una portada de la feria o un tetra brick lleno de cenizas y promesas. En el Betis cada jugada es el principio de una revolución preciosa que tarda pero llegará, los regates son desafíos al orden, la gente, quijotes orgullosos de haberse equivocado al elegir y de participar en una mentira que vale la pena.»
Y cuanto se proclama en esa carta es lo que mañana noche, en Villa Luisa, unos béticos de corazón se dirán a sí mismos y proclamarán al mundo. Los béticos queremos recuperar arte, magia, esperanza, gracia, lírica de las trece barras. Yo no sé si los andaluces queremos o no volver a ser lo que fuimos. Los béticos, desde luego que sí. Le quitas al Glorioso Betis y al Betis Doloroso en sus misterios gozosos todo ese arte, como se lo quitaron por el procedimiento del tirón cuando ya tenía 85 años, y se queda en lo que hoy, ay, es: la antipática libreta de apuntes de un ditero esaborío con una jartá de guasa.
Un Betis que vuelva a serlo
Por ANTONIO BURGOS
«HASTA que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son», dijo Manuel Machado. Y hasta que los correos electrónicos los repiten e Internet los repica, los textos ingeniosos y rotundos no son tales. Lo digo porque me ha llegado ya por varios sitios un texto que se titula «Por qué soy del Betis», anónimo en unas copias, firmado por un tal Julio en otras. Nadie ha sabido decirme autor y fecha de esta especie de Cadena de San Antonio del Beticismo, quizá leyenda urbana de sí misma, como ahora se dice. (Qué ***** con las dichosas leyendas urbanas. ¿Es que no hay leyendas de campo o leyendas de pueblo, hijos míos? ¡Pues anda que no hay hermosas leyendas poéticas en los pueblos ni ná!)
¿Quién es este Julio que firma un texto bético ciertamente de antología, de sacar el pañuelo para pedir la oreja? ¿Es su autor o sólo un transmisor? Por el estilo, por su hondo beticismo lírico, el texto me suena a un querido verderón que se nos fue: a Manuel Ramírez Fernández de Córdoba. Ustedes, que leían a Ramírez, me darán la razón cuando ahora lo vean. Ese texto o bien lo escribió Manolo Ramírez o bien uno que se hartó de leer a Manolo Ramírez. Juzguen ustedes mismos, pues aquí lo recorto y pego, que esta Cadena de San Antonio del Beticismo me va a dar ganado medio jornal de hoy. Dice así:
«Mi hermano Diego tiene 9 años. Está en la edad de elegir equipo, algo que decidirá sus amistades, muchas alegrías, mucho sufrimiento y de verdad lo creo, su personalidad. Hace dos semanas me preguntó por qué era del Betis, entonces me quedé con las ganas de explicárselo todo, ahora lo hago con esta carta. Diego, soy del Betis por lo que cabe en él: la risa, la paciencia eterna, los goles en contra al final del partido y la increíble respuesta a tiempo. En el Betis cabe lo distinto: un alemán negro, un brasileño rubio, un guineano de Valladolid, un portero sin dedos, un suizo beligerante. Caben bicicletas que no llevan a ningún sitio, pero emocionan y valen más que cualquier fortuna, caben delanteros inofensivos, la maldición del extremo izquierdo, el gorro de Finidi, el fallo de Cardeñosa, el penalti de Joaquín, los goles de falta de un portero, el manquepierda, las rimas de Melado, el Currobetis, los 21 penaltis contra el Bilbao, las lágrimas de Esnaola, el regate de la tostá, un escudo masónico, las marchas verdes. En el Betis cabe el sentirse raro al ganar, la pasión por sufrir, el absurdo, el no saber explicar por qué y sin embargo nunca dudar de que hay algo especial que lo rodea todo. El Betis nació para evitar una injusticia a un minero: era suficientemente bueno jugando al fútbol pero no suficientemente rico. Desde entonces, al Betis le roban lo que regala, se ríe de los puristas, de los resultadistas de lo que es útil pero feo, es un 2-4 en la inauguración del Pizjuán. Es sorpresa, no es fútbol es balompié, el Betis es sacar el balón jugado cuando no se puede, la poesía frente al informe, la resaca, no la aspirina, Rogelio comiéndose un huevo duro que le tiraron en un derbi, la broma antes que el esfuerzo, es no saber perder tiempo, es desafiar al destino poniendo trece barras en su escudo o tener una peña en Chechenia. El Betis es la vena del cuello de Kiko Veneno cuando canta «El mundo es una tontería», el Rey don San Fernando conquistando Sevilla, Curro Romero abucheado, un cubata de Silvio, los canteranos que quedan por salir, los extranjeros que se quedarán a vivir aquí, una pegatina en una portada de la feria o un tetra brick lleno de cenizas y promesas. En el Betis cada jugada es el principio de una revolución preciosa que tarda pero llegará, los regates son desafíos al orden, la gente, quijotes orgullosos de haberse equivocado al elegir y de participar en una mentira que vale la pena.»
Y cuanto se proclama en esa carta es lo que mañana noche, en Villa Luisa, unos béticos de corazón se dirán a sí mismos y proclamarán al mundo. Los béticos queremos recuperar arte, magia, esperanza, gracia, lírica de las trece barras. Yo no sé si los andaluces queremos o no volver a ser lo que fuimos. Los béticos, desde luego que sí. Le quitas al Glorioso Betis y al Betis Doloroso en sus misterios gozosos todo ese arte, como se lo quitaron por el procedimiento del tirón cuando ya tenía 85 años, y se queda en lo que hoy, ay, es: la antipática libreta de apuntes de un ditero esaborío con una jartá de guasa.
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