NOTICIA DE EL MUNDO
Probablemente no pudiera ser de otra manera. La exclusiva de EL MUNDO sobre la oferta de un fondo inversor inglés para entrar en el Betis provocó una oleada de rancio patriotismo localista. «¡No al ogro extranjero!», voceó una clac reaccionaria cuyo conocimiento de la información probablemente no pasara de su lectura del titular, y que por supuesto obviaba, desconfiaba o denigraba la condición sine qua non de atomizar entre los béticos otro 30% del accionariado del club.
No podía ser de otra manera. Dos décadas de loperismo han calado hasta conformar un concepto chabacano y desdeñoso del potencial del Betis. Ha sido una larga lluvia fina de «probecitos», de «sin mí el club desaparece», de «la Champions es deficitaria» y de todo tipo de sandeces que cumplieron su misión de deformar el imaginario que el propio bético tiene de su club.
Más allá de la concepción sentimental, el aficionado apenas comprende la dimensión real de la empresa y marca Real Betis. Lo dijo ayer en Canal Sur Rafael Moreno, el hombre en Sevilla del fondo inversor británico: «En el extranjero valoran mejor al Betis que en su misma casa».
Buen ejemplo es recordar el origen, forma y motivo del contacto entre el Betis y el fondo inglés... del que probablemente nunca habríamos sabido si muchos de los hiper béticos que hoy se pegan golpes al escudo y sacan los cañones contra el invasor hubieran tenido el detalle de prestar un millón de euros a su bien amado club. No fue Mahoma a la montaña sino...
El asunto se remonta a enero del presente año. El Betis, ya liberado de la satrapía de Oliver, y con Gordillo y Bosch al frente, va como un tiro hacia Primera. Es el equipo de moda, gana con naturalidad y juega brillantemente. Cerca de terminar la primera vuelta, aventaja en seis puntos al segundo y manda al resto a la decena. En la Copa del Rey le discute al Barcelona entre la admiración general. Nadie tiene dudas de que es carne de Primera, lo cual aprovecha Bosch para forjar una de sus más brillantes operaciones como vicepresidente.
«Confiamos en que el Betis va a subir. Pero nosotros no podemos trabajar con esa sola perspectiva. Estamos obligados a observar todos los escenarios, incluido el peor, para asegurar la subsistencia del club», decía entonces Bosch. En hechos, eso se materializaba en una póliza de seguros con la que el Betis se garantizaba obtener, en caso de catástrofe y seguir en Segunda División, ¡24 millones de euros!
Al Betis le costaba sólo 1 millón... que el club no tenía. Oliver había dejado la caja llena de telarañas.
La Aseguradora mantuvo su propuesta, pero las condiciones se endurecían en caso de que la situación futbolística empeorara. Si la distancia con los perseguidores aminoraba, el precio iba subiendo. El tiempo, pues, era una amenaza en toda regla para el club. Urgía obtener el dinero para firmar el contrato que certificaba un futuro despejado, pasara lo que pasara.
Bosch pidió ayuda y eligió a un miembro del grupo Béticos por el Villamarín como intermediario. «No hubo puerta que no tocara en Sevilla», dice. Por unas razones u otras, ninguna se abrió. El tiempo pasaba. Hasta que apareció la figura de Rafael Moreno, que trasladó el asunto a uno de sus mejores clientes, un afamado broker, representante de un fondo de inversión británico. La respuesta fue sí. En 48 horas, el millón estaba de camino.
A Bosch se le quebró la voz al responder a Moreno: «Lo siento Rafael, pero ya hacen falta 3 millones». Avanzado febrero, el Betis se había metido en una impensable espiral de derrotas que engulleron su ventaja en la Liga. Las condiciones cambiaron: el precio para garantizar su vida se había triplicado.
La operación (que pasaba por una opción de cobro sobre devoluciones de Hacienda al club, con un 5% de interés) dejó de interesar al fondo. Pero no el Betis. Conocedores cercanos de la progresión del Manchester United e interesados en la repentina apertura del fútbol español a los inversores foráneos, los británicos preguntaron a More no cómo entrar. «Es complejo, pero no imposible».
Para ellos fue suficiente. Desde el primer momento manejaban estudios sobre el potencial económico del club, que consideran el tercero del país. Como el United, creen que su definitivo despegue pasa por cotizar en Bolsa, una ventaja vedada al Madrid y al Barcelona por no ser sociedades anónimas. Moreno subrayó las particularidades del Betis, especialmente lo inaceptable de dejarlo en manos de otro autárquico accionista mayoritario. Se llegó a la fórmula de vender a los béticos un 30% en dos años, tiempo suficiente para mejorar su inversión y echarse a un lado. Condiciones, en suma, que les separaban de las ofertas de Arabia Saudí, Suiza y Dubai rechazadas antes. Por ello, ésta fue atendida con una particular distinción.
Varios de los periodistas más provocadoramente ignorantes de la ciudad secundaron la reaccionaria oleada de patriotismo vacuo y no tardaron en descalificar la oferta comparándola con las patrañas con que Lopera entretenía al personal en el pasado (Bsport, el gato del jeque Al Nuiami, Bitton...). Hay decenas de motivos para separarlas, pero baste detenerse en que, esta vez, quien decidiría en última instancia sobre el asunto no sería el citado Lopera, sino la juez Mercedes Alaya. No les dio.
La cuestión, en definitiva, no es tanto que el plan del fondo inglés llegue a buen puerto, algo complicado, sino la advertencia a la hinchada de los nuevos escenarios en los que se juega el futuro del Betis.
Probablemente no pudiera ser de otra manera. La exclusiva de EL MUNDO sobre la oferta de un fondo inversor inglés para entrar en el Betis provocó una oleada de rancio patriotismo localista. «¡No al ogro extranjero!», voceó una clac reaccionaria cuyo conocimiento de la información probablemente no pasara de su lectura del titular, y que por supuesto obviaba, desconfiaba o denigraba la condición sine qua non de atomizar entre los béticos otro 30% del accionariado del club.
No podía ser de otra manera. Dos décadas de loperismo han calado hasta conformar un concepto chabacano y desdeñoso del potencial del Betis. Ha sido una larga lluvia fina de «probecitos», de «sin mí el club desaparece», de «la Champions es deficitaria» y de todo tipo de sandeces que cumplieron su misión de deformar el imaginario que el propio bético tiene de su club.
Más allá de la concepción sentimental, el aficionado apenas comprende la dimensión real de la empresa y marca Real Betis. Lo dijo ayer en Canal Sur Rafael Moreno, el hombre en Sevilla del fondo inversor británico: «En el extranjero valoran mejor al Betis que en su misma casa».
Buen ejemplo es recordar el origen, forma y motivo del contacto entre el Betis y el fondo inglés... del que probablemente nunca habríamos sabido si muchos de los hiper béticos que hoy se pegan golpes al escudo y sacan los cañones contra el invasor hubieran tenido el detalle de prestar un millón de euros a su bien amado club. No fue Mahoma a la montaña sino...
El asunto se remonta a enero del presente año. El Betis, ya liberado de la satrapía de Oliver, y con Gordillo y Bosch al frente, va como un tiro hacia Primera. Es el equipo de moda, gana con naturalidad y juega brillantemente. Cerca de terminar la primera vuelta, aventaja en seis puntos al segundo y manda al resto a la decena. En la Copa del Rey le discute al Barcelona entre la admiración general. Nadie tiene dudas de que es carne de Primera, lo cual aprovecha Bosch para forjar una de sus más brillantes operaciones como vicepresidente.
«Confiamos en que el Betis va a subir. Pero nosotros no podemos trabajar con esa sola perspectiva. Estamos obligados a observar todos los escenarios, incluido el peor, para asegurar la subsistencia del club», decía entonces Bosch. En hechos, eso se materializaba en una póliza de seguros con la que el Betis se garantizaba obtener, en caso de catástrofe y seguir en Segunda División, ¡24 millones de euros!
Al Betis le costaba sólo 1 millón... que el club no tenía. Oliver había dejado la caja llena de telarañas.
La Aseguradora mantuvo su propuesta, pero las condiciones se endurecían en caso de que la situación futbolística empeorara. Si la distancia con los perseguidores aminoraba, el precio iba subiendo. El tiempo, pues, era una amenaza en toda regla para el club. Urgía obtener el dinero para firmar el contrato que certificaba un futuro despejado, pasara lo que pasara.
Bosch pidió ayuda y eligió a un miembro del grupo Béticos por el Villamarín como intermediario. «No hubo puerta que no tocara en Sevilla», dice. Por unas razones u otras, ninguna se abrió. El tiempo pasaba. Hasta que apareció la figura de Rafael Moreno, que trasladó el asunto a uno de sus mejores clientes, un afamado broker, representante de un fondo de inversión británico. La respuesta fue sí. En 48 horas, el millón estaba de camino.
A Bosch se le quebró la voz al responder a Moreno: «Lo siento Rafael, pero ya hacen falta 3 millones». Avanzado febrero, el Betis se había metido en una impensable espiral de derrotas que engulleron su ventaja en la Liga. Las condiciones cambiaron: el precio para garantizar su vida se había triplicado.
La operación (que pasaba por una opción de cobro sobre devoluciones de Hacienda al club, con un 5% de interés) dejó de interesar al fondo. Pero no el Betis. Conocedores cercanos de la progresión del Manchester United e interesados en la repentina apertura del fútbol español a los inversores foráneos, los británicos preguntaron a More no cómo entrar. «Es complejo, pero no imposible».
Para ellos fue suficiente. Desde el primer momento manejaban estudios sobre el potencial económico del club, que consideran el tercero del país. Como el United, creen que su definitivo despegue pasa por cotizar en Bolsa, una ventaja vedada al Madrid y al Barcelona por no ser sociedades anónimas. Moreno subrayó las particularidades del Betis, especialmente lo inaceptable de dejarlo en manos de otro autárquico accionista mayoritario. Se llegó a la fórmula de vender a los béticos un 30% en dos años, tiempo suficiente para mejorar su inversión y echarse a un lado. Condiciones, en suma, que les separaban de las ofertas de Arabia Saudí, Suiza y Dubai rechazadas antes. Por ello, ésta fue atendida con una particular distinción.
Varios de los periodistas más provocadoramente ignorantes de la ciudad secundaron la reaccionaria oleada de patriotismo vacuo y no tardaron en descalificar la oferta comparándola con las patrañas con que Lopera entretenía al personal en el pasado (Bsport, el gato del jeque Al Nuiami, Bitton...). Hay decenas de motivos para separarlas, pero baste detenerse en que, esta vez, quien decidiría en última instancia sobre el asunto no sería el citado Lopera, sino la juez Mercedes Alaya. No les dio.
La cuestión, en definitiva, no es tanto que el plan del fondo inglés llegue a buen puerto, algo complicado, sino la advertencia a la hinchada de los nuevos escenarios en los que se juega el futuro del Betis.
Comentario