Una vez hace más de dos décadas me enrollé con una portuguesa en el Algarve y me maravillaron sus muslos peludos; pensaba que me iba a venir abajo y fue lo contario, sea porque no di la talla como el fútbol federativo, o porque la llamada internacional era muy cara, ahí quedó la cosa.
Pero cuando durante las frescas mañanas de primavera veo las copas de las jacarandas mecidas por el viento, recuerdo la morena y tersa piel de hojarasca y musgo de María Conceiçao, a grande mulher de Portimao.
Pero cuando durante las frescas mañanas de primavera veo las copas de las jacarandas mecidas por el viento, recuerdo la morena y tersa piel de hojarasca y musgo de María Conceiçao, a grande mulher de Portimao.
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