Con respecto a este tema, y al menos en lo que a mí concierne, he hecho lo más sensato, comprar un bonito y suave pañuelo de seda. Va siempre conmigo desde hace unas dos semanas. En el bolsillo del pantalón, en el macuto del trabajo, en la riñonera y a veces muy cerquita del corazón, en el bolsillo de una de mis innumerables camisas de cuadros.
Y así, deshojando el paso de los minutos, la noche y el día, la muerte y la vida, un día lo agarraré con mis dedos fríos y quebradizos, como las ramas de un rosal inerte, y lo dejaré caer con la mano hacia atrás mientras me desmayo, justo en el mismo momento, en el que Guido confirme que, finalmente, se va.
Y así, deshojando el paso de los minutos, la noche y el día, la muerte y la vida, un día lo agarraré con mis dedos fríos y quebradizos, como las ramas de un rosal inerte, y lo dejaré caer con la mano hacia atrás mientras me desmayo, justo en el mismo momento, en el que Guido confirme que, finalmente, se va.
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