Ha acabado el partido en el Sardinero. Tanta adrenalina no podía tener otra consecuencia. Así que, exhausto, me vuelvo a sentar y, con mis manos en la nuca y mi frente casi en las odillas, me digo a mi mismo que no hay que llorar. Tengo que levantarme de nuevo y, aunque tengo la garganta rota (de hecho, no sé si es el nudo en la garganta aún, pero me duele) sé que mi deber es seguir gritando junto a mis compañeros de asiento.
Los jugadores se han acercado hasta este ríncón del campo. En los rostros de algunos también se adivinan lágrimas que corren por sus mejillas. Dudo que sean las mismas que las que se escapan alos que me rodean: o las mismas que el ví en el Villamarín el sábado pasado contra Osasuna. En Chaparro, sin embargo, se observa el rictus indisumalable de quien ha sufrido una tensión extrema.
Tengo el sentimiento contradictorio de si hacemos bien aplaudiendo a estos jugadores. Durante toda la temporada, han dado motivos para no hacerlo. Y no sólo por que no entrara la pelotita, han sido más cosas.
Mi corazón sigue desbocado. Y eso que han pasado ya casi cinco minutos desde que Sobis ha marcado justo antes del pitido final el 2-3. Un solo minuto antes la radio había escupido los goles de Urzaiz y Nené, que junto a la victoria de la Real en Mestalla, nos mandaba a 2ª. Sólo un minuto y medio después pitaba el árbitro, justo cuando el balón lanzado por Munitis rozaba el poste en la enésima desaplicación defensiva.
Por eso, mientras aplaudo, me pregunto si debo hacerlo. Si esto no hará que se perpetúe la maldición que nos aflige, que ni Egipto con siete plagas sufrió tanto.
Suena el móvil: Reconozco el número. Sé que llama para felicitarme. Pero con sentimientos tan contradictorios como tengo, no sé si cogerlo. No quiero resultar agrio, porque sé que me llaman con todo el cariño. Tampoco quiero sonar muy sensible, porque de hecho estoy rebotado por todo este año. Pero ¡qué *******!. Lo cojo (intentando sonar lo mejor que puedo):
- ¿qué pasa, vaya peaso Beti, que no? ¿Has visto el gol de Sobis? Ha sido en mi portería.
- Quillo, que no te llamo para eso. Estoy en la calle Jabugo y nada más terminar el partido han empezado a llegar gente. No te exagero, hay por lo menos 2.000 y no paramos de cantar ¡Lopera, vete ya!
- Pero ¿Dónde has visto tú el partido?
- Aquí al lado, en un Bar. Pero es que me ha llamado hace un momento mi cuñao, que lo ha visto no sé donde con un mogollón de gente y me ha dicho que se han pasao todo el partido, ganando y perdiendo el Betis, con “Lopera, vete ya” y “A Jabugo, oé”. Y que Viena para acá. Vamos, que si aquí no nos juntamos hoy 10.000, es porque estáis 3.000 en Santander.
- Pues nada, tio, si aguantáis ahí hasta las 12 de mañana, me paso.
- Y si no, nos vemos en el Macarena!
Cuelgo el teléfono. Ahora noto resbalar las lágrimas por mis mejillas. El de al lado me mira extrañado. No me importa. Con la garganta rota grito ¡viva er Beti! ¿Lopera, vete ya!. Una y otra vez, como poseido.
He dejado de oír mis propios gritos. ¿se me ha roto del todo la garganta?. No, mis gritos se han ahogado entre los de otras 3.000 gargantas que gritan lo mismo. En la tribuna de enfrente, cientos de cántabros aplauden. El Beticismo ha renacido de sus cenizas en Santander.
Los jugadores se han acercado hasta este ríncón del campo. En los rostros de algunos también se adivinan lágrimas que corren por sus mejillas. Dudo que sean las mismas que las que se escapan alos que me rodean: o las mismas que el ví en el Villamarín el sábado pasado contra Osasuna. En Chaparro, sin embargo, se observa el rictus indisumalable de quien ha sufrido una tensión extrema.
Tengo el sentimiento contradictorio de si hacemos bien aplaudiendo a estos jugadores. Durante toda la temporada, han dado motivos para no hacerlo. Y no sólo por que no entrara la pelotita, han sido más cosas.
Mi corazón sigue desbocado. Y eso que han pasado ya casi cinco minutos desde que Sobis ha marcado justo antes del pitido final el 2-3. Un solo minuto antes la radio había escupido los goles de Urzaiz y Nené, que junto a la victoria de la Real en Mestalla, nos mandaba a 2ª. Sólo un minuto y medio después pitaba el árbitro, justo cuando el balón lanzado por Munitis rozaba el poste en la enésima desaplicación defensiva.
Por eso, mientras aplaudo, me pregunto si debo hacerlo. Si esto no hará que se perpetúe la maldición que nos aflige, que ni Egipto con siete plagas sufrió tanto.
Suena el móvil: Reconozco el número. Sé que llama para felicitarme. Pero con sentimientos tan contradictorios como tengo, no sé si cogerlo. No quiero resultar agrio, porque sé que me llaman con todo el cariño. Tampoco quiero sonar muy sensible, porque de hecho estoy rebotado por todo este año. Pero ¡qué *******!. Lo cojo (intentando sonar lo mejor que puedo):
- ¿qué pasa, vaya peaso Beti, que no? ¿Has visto el gol de Sobis? Ha sido en mi portería.
- Quillo, que no te llamo para eso. Estoy en la calle Jabugo y nada más terminar el partido han empezado a llegar gente. No te exagero, hay por lo menos 2.000 y no paramos de cantar ¡Lopera, vete ya!
- Pero ¿Dónde has visto tú el partido?
- Aquí al lado, en un Bar. Pero es que me ha llamado hace un momento mi cuñao, que lo ha visto no sé donde con un mogollón de gente y me ha dicho que se han pasao todo el partido, ganando y perdiendo el Betis, con “Lopera, vete ya” y “A Jabugo, oé”. Y que Viena para acá. Vamos, que si aquí no nos juntamos hoy 10.000, es porque estáis 3.000 en Santander.
- Pues nada, tio, si aguantáis ahí hasta las 12 de mañana, me paso.
- Y si no, nos vemos en el Macarena!
Cuelgo el teléfono. Ahora noto resbalar las lágrimas por mis mejillas. El de al lado me mira extrañado. No me importa. Con la garganta rota grito ¡viva er Beti! ¿Lopera, vete ya!. Una y otra vez, como poseido.
He dejado de oír mis propios gritos. ¿se me ha roto del todo la garganta?. No, mis gritos se han ahogado entre los de otras 3.000 gargantas que gritan lo mismo. En la tribuna de enfrente, cientos de cántabros aplauden. El Beticismo ha renacido de sus cenizas en Santander.
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