Está siendo el partido más largo y extenuante que haya jugado jamás nuestro querido Real Betis Balompié. Y ello no es por nada, sino porque también es el más trascendente que haya afrontado nunca, porque en él no se juega unos puntos, una clasificación ni un título, sino su esencia y supervivencia.
De un lado el beticismo, asociado o disperso, organizado o espontáneo, el beticismo todo, con sus armas y bagajes, humildes pero irreductibles.
Enfrente las poderosas fuerzas antibéticas. Bajo palos el rufián imputado, con sus mil tentáculos; en el campo, poca delantera, apenas mediocampo, renuncia total al gol y a la construcción de juego, sólo destrucción y defensa, pero temible, con efectivos sin número: cómplices de ayer y de hoy, sociedades interpuestas, consejeros traidores, quiebraempresas de importación, carísimos abogados, exfiscales a sueldo y fiscales en activo, periodistas palanganas, el poder del dinero, la fuerza de la técnicas mafiosas y las malas artes; una horda temible.
Entre esa tremenda maraña de peculiares “jugadores”, la Justicia, a cuya legítima tutela recurrimos los béticos, con sus ojos vendados y su balanza a cuestas, ha conseguido culminar un pase maestro, de esos de tiralíneas que se hacen míticos, que ha atravesado limpiamente las nutridas huestes antibéticas; un soberbio pase vertical hacia la banda izquierda que habilita a un campeón nato, a un auténtico vendaval de honestidad que va a subir imparable por su banda presto a dar el “pase de la muerte”.
El área a que ese centro va a llegar solo la podemos cubrir los béticos, miles de béticos que vamos a tener que rematar al unísono. En este partido, el de nuestras vidas, los béticos tenemos que jugar además de cómo el número 12 más aguerrido de la historia, como masivo y sincronizado número 9.
La Justicia cumple su papel constitucional de amparo a la víctima, y habilita al eterno número 3 para que avance con sus medias caídas en bien del Betis, pero nadie va a animar por nosotros, nadie va a rematar por nosotros.
Ahora, más que nunca jamás, sí que ha llegado el momento de demostrar de verdad todo aquello de “yo nunca te he fallado” o “nunca dejaré sólo a mi Betis”. Los mismos que de un modo u otro hemos consentido la degradación sin precedentes, tenemos ahora la ocasión y la obligación de engrandecer de veras la leyenda, de que no se pierda ese pase genial, de que el fenómeno del Polígono –Betis en estado puro– esté debidamente arropado de Betis, de que su centro sólo pueda encontrar Betis.
Vamos Betis, vamos béticos, más de un siglo nos contempla, jugamos el partido de nuestras vidas y tenemos que demostrar de que pasta estamos hechos. No habrá liguillas ni repescas, nos ha llegado el momento de hacer frente al destino ¡Ahora, Betis, ahora!
De un lado el beticismo, asociado o disperso, organizado o espontáneo, el beticismo todo, con sus armas y bagajes, humildes pero irreductibles.
Enfrente las poderosas fuerzas antibéticas. Bajo palos el rufián imputado, con sus mil tentáculos; en el campo, poca delantera, apenas mediocampo, renuncia total al gol y a la construcción de juego, sólo destrucción y defensa, pero temible, con efectivos sin número: cómplices de ayer y de hoy, sociedades interpuestas, consejeros traidores, quiebraempresas de importación, carísimos abogados, exfiscales a sueldo y fiscales en activo, periodistas palanganas, el poder del dinero, la fuerza de la técnicas mafiosas y las malas artes; una horda temible.
Entre esa tremenda maraña de peculiares “jugadores”, la Justicia, a cuya legítima tutela recurrimos los béticos, con sus ojos vendados y su balanza a cuestas, ha conseguido culminar un pase maestro, de esos de tiralíneas que se hacen míticos, que ha atravesado limpiamente las nutridas huestes antibéticas; un soberbio pase vertical hacia la banda izquierda que habilita a un campeón nato, a un auténtico vendaval de honestidad que va a subir imparable por su banda presto a dar el “pase de la muerte”.
El área a que ese centro va a llegar solo la podemos cubrir los béticos, miles de béticos que vamos a tener que rematar al unísono. En este partido, el de nuestras vidas, los béticos tenemos que jugar además de cómo el número 12 más aguerrido de la historia, como masivo y sincronizado número 9.
La Justicia cumple su papel constitucional de amparo a la víctima, y habilita al eterno número 3 para que avance con sus medias caídas en bien del Betis, pero nadie va a animar por nosotros, nadie va a rematar por nosotros.
Ahora, más que nunca jamás, sí que ha llegado el momento de demostrar de verdad todo aquello de “yo nunca te he fallado” o “nunca dejaré sólo a mi Betis”. Los mismos que de un modo u otro hemos consentido la degradación sin precedentes, tenemos ahora la ocasión y la obligación de engrandecer de veras la leyenda, de que no se pierda ese pase genial, de que el fenómeno del Polígono –Betis en estado puro– esté debidamente arropado de Betis, de que su centro sólo pueda encontrar Betis.
Vamos Betis, vamos béticos, más de un siglo nos contempla, jugamos el partido de nuestras vidas y tenemos que demostrar de que pasta estamos hechos. No habrá liguillas ni repescas, nos ha llegado el momento de hacer frente al destino ¡Ahora, Betis, ahora!
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