En su primer corrillo con los periodistas, justo tras acabar de decir mucho y explicar nada, él solo se desmelena. «Yo sé mil veces más que Lopera. Dejadme a mí», se le escucha susurrar con facha resuelta y media sonrisa engreída, como quien finge haber librado al Betis del demonio y ahora se revela como el salvador del mundo.
Las sospechas que levanta la actitud de Oliver son directamente proporcionales al tufo que desprende la operación que asegura haber encabezado, la compra de las acciones de Lopera por parte del misterioso grupo de empresarios de quienes se dice apoderado.
Es decir, gigantescas. Quizá no se haya asesorado bien Oliver sobre el sitio al que llega ni sobre lo que llevan encima los béticos de mentiras y burlas. Probablemente si lo supiera bien, habría dejado las fanfarronadas para otro momento menos traumático que el que se supone acababa de culminar.
A no ser, claro, que no fuese tal. Así se cree en el beticismo, escamado cada vez que Lopera ha insinuado que se iba en la pantomima de turno, y más ahora que ven llegar a un personaje cuyo historial está plagado de asuntos turbios, de empresas quebradas -ver información inferior- y de negocios oscuros en otros clubes de fútbol de segunda fila. Después de la comedia de Bsport y la mofa a Castel, ahora sufren el peor de los supuestos: un malabarismo de un Lopera a otro.
El recelo alcanza incluso a la juez que tiene acorralado al mandatario, sobre quien pesa la imputación por delito societario y apropiación indebida. Una semana antes de que Oliver y Lopera celebrasen el traspaso entre abrazos inflados, Mercedes Alaya puso en alerta al Consejo Superior de Deportes de lo que tramaban ambos, y le reclamó cualquier permiso para la compraventa que pretendiese otorgar. La juez maneja pruebas de que Lopera se hizo con las acciones que ahora dice vender de manera fraudulenta. «No están pagadas... o lo están con dinero del mismo Betis», ha denunciado la oposición. También las sospechas de autoventa invaden a la juez, que seguro aprovechará su cita con Lopera en su juzgado el próximo miércoles para preguntarle los detalles de este último invento.
Con Lopera apartado de la primera línea de fuego y centrado en lo que se le viene encima, Oliver ya asume el papel de jefe del Betis. A su intensiva campaña de imagen enfocada a encontrar el favor de la prensa, sigue ideando movimientos cordiales y rápidos con los que suavizar la tensión social que desde ya ha concentrado su imagen.
Especialmente cariñoso está con la oposición, y para ellos han sido los primeros mimos. Primero fulminó a su gran azote, el jefe de prensa de Lopera y director de su radio. El jueves les telefoneó, pero ahí Oliver pinchó en hueso. «Esto es la última pantomima de Lopera. No tenemos nada de qué hablar (con Oliver)», se aparta José Antonio Tirado, de Por Nuestro Betis.
Ayer el investido nuevo jefe insistió en calmarles prometiéndoles una Junta extraordinaria de accionistas para el 20 de agosto en la que dice remodelará el consejo, que por cierto sigue compuesto por los directivos fieles a Lopera. Esto, como lo demás, no es casual.
Las sospechas que levanta la actitud de Oliver son directamente proporcionales al tufo que desprende la operación que asegura haber encabezado, la compra de las acciones de Lopera por parte del misterioso grupo de empresarios de quienes se dice apoderado.
Es decir, gigantescas. Quizá no se haya asesorado bien Oliver sobre el sitio al que llega ni sobre lo que llevan encima los béticos de mentiras y burlas. Probablemente si lo supiera bien, habría dejado las fanfarronadas para otro momento menos traumático que el que se supone acababa de culminar.
A no ser, claro, que no fuese tal. Así se cree en el beticismo, escamado cada vez que Lopera ha insinuado que se iba en la pantomima de turno, y más ahora que ven llegar a un personaje cuyo historial está plagado de asuntos turbios, de empresas quebradas -ver información inferior- y de negocios oscuros en otros clubes de fútbol de segunda fila. Después de la comedia de Bsport y la mofa a Castel, ahora sufren el peor de los supuestos: un malabarismo de un Lopera a otro.
El recelo alcanza incluso a la juez que tiene acorralado al mandatario, sobre quien pesa la imputación por delito societario y apropiación indebida. Una semana antes de que Oliver y Lopera celebrasen el traspaso entre abrazos inflados, Mercedes Alaya puso en alerta al Consejo Superior de Deportes de lo que tramaban ambos, y le reclamó cualquier permiso para la compraventa que pretendiese otorgar. La juez maneja pruebas de que Lopera se hizo con las acciones que ahora dice vender de manera fraudulenta. «No están pagadas... o lo están con dinero del mismo Betis», ha denunciado la oposición. También las sospechas de autoventa invaden a la juez, que seguro aprovechará su cita con Lopera en su juzgado el próximo miércoles para preguntarle los detalles de este último invento.
Con Lopera apartado de la primera línea de fuego y centrado en lo que se le viene encima, Oliver ya asume el papel de jefe del Betis. A su intensiva campaña de imagen enfocada a encontrar el favor de la prensa, sigue ideando movimientos cordiales y rápidos con los que suavizar la tensión social que desde ya ha concentrado su imagen.
Especialmente cariñoso está con la oposición, y para ellos han sido los primeros mimos. Primero fulminó a su gran azote, el jefe de prensa de Lopera y director de su radio. El jueves les telefoneó, pero ahí Oliver pinchó en hueso. «Esto es la última pantomima de Lopera. No tenemos nada de qué hablar (con Oliver)», se aparta José Antonio Tirado, de Por Nuestro Betis.
Ayer el investido nuevo jefe insistió en calmarles prometiéndoles una Junta extraordinaria de accionistas para el 20 de agosto en la que dice remodelará el consejo, que por cierto sigue compuesto por los directivos fieles a Lopera. Esto, como lo demás, no es casual.
Santiago Salas, El Mundo, edición impresa.
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