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A mí ¡ME VA A OIR!
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el autoproclamado “salvador” del Betis va a volver a presentar al resto de accionistas, por enésima vez, un balance deficitario, viejas aunque nuevas pérdidas de explotación fruto de la incapacidad y el saqueo, culpando de ello demagógica y cobardemente a la afición, a esa misma afición que por mal que hayan ido las cosas, haciendo de tripas corazón, se las ha apañado para seguir poniendo a su disposición decenas de millones de euros al año para financiar al Betis. Y yo no puedo permanecer callado.
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el de los pagarés que garantizan préstamos sindicados que nunca se devuelven, el de los contravales y el “aquí no se le debe un duro a nadie”, va a angustiar de nuevo al beticismo arrojándole una gigantesca deuda acumulada, incrementada ya hasta más del triple del presupuesto anual, y disfrazada de chantaje, de “sin mí la ruina”, de avales fantasma que nadie vio nunca pero sirven de amenaza, de “no sois nada si me voy”, insultándonos con la ignorancia de los porcentajes desviados a Tegasa o las autoindemnizaciones regaladas a Encadesa. Y, a mí, me es imposible mirar para otro lado.
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el “mesías” del Betis grande y de fichajes “de boutique”, el que abre los bancos a cualquier hora porque trabaja 50 horas al día, va a tener la desfachatez de defender una “gestión” deportiva, que de calamitosa hace tiempo que pasó a humillante, mostrando como único logro el haber ido consiguiendo trasladar al terreno de juego, con tesón y voluntad, la misma mugre, desidia y deshonor que ya habitaba en las “oficinas” del club, unificando por lo bajo el más horrendo nivel de representación de nuestros colores desde el mancillado palco hasta el avergonzado césped. Y yo no puedo guardar silencio.
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el que nos iba a entregar un Betis limpio, libre y nuestro, el que iba tener por siempre las acciones a nuestra disposición, el que nos las iba a dejar en herencia, va a volver a sortear su responsabilidad primordial en una degradación social sin precedentes, un nivel de “destrucción de Betis” que nadie hubiera podido imaginarse, una cota de hundimiento anímico, depresión colectiva y desconcierto social que debe tener aterrorizados a los más aguerridos béticos del cuarto anillo, y lo volverá a hacer con jactancia y desvergüenza, culpando a todo y a todos, menos a sí mismo, redoblando el daño en su defensa. Y yo no estoy dispuesto a consentirlo mudo.
Soy de los que confían en que la acción penal que los béticos ejercemos ante la Administración de Justicia acabará poniendo a cada cual en su sitio, pero eso no me alivia la necesidad imperiosa de gritar que ya basta.
Ante este nivel de afrenta siento el peso de una deuda mayor que la económica: la adquirida con los que nos precedieron, desde los campeones del 35 hasta los viajeros de aquel tren a Utrera; la pendiente con los que nos suceden, que tienen derecho a una opción digna. Pienso en mi tío Antonio, que tanta “culpa” tuvo de que me metiera en esto, y en mi sobrino de 7 años, todavía apenas tocado en su ilusión pero escamado ya ante el panorama, y no me puedo quedar en casa mientras el oprobio se desarrolla a pocos metros de Heliópolis.
No convoco a nadie, me pronuncio personalmente.
El que hace tantos años que no se atreve a pisar el estadio al que puso su nombre aún detenta el derecho legal, por el momento sólo indiciariamente ilegal pero tiempo ha que profundamente inmoral, de valerse de las acciones de Farusa para prolongar esta tortura, de la que sólo espera ya la obtención de un último pelotazo.
De modo aún más intenso, en cuanto que “derechos fundamentales” no cuestionables en proceso alguno, a mí me asisten el de la libre circulación y la libre expresión para plantarme en la puerta del Hotel Al Ándalus y, desde el más absoluto civismo, dejarle clara mi profunda repulsa.
Y así lo voy a hacer. Ante una nueva edición de esta dramática pantomima de Junta de Accionistas, me voy a plantar en la puerta y dejar bien clarito lo que pienso de que se trate así al Real Betis Balompié.
A mí ¡ME VA A OIR!
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el autoproclamado “salvador” del Betis va a volver a presentar al resto de accionistas, por enésima vez, un balance deficitario, viejas aunque nuevas pérdidas de explotación fruto de la incapacidad y el saqueo, culpando de ello demagógica y cobardemente a la afición, a esa misma afición que por mal que hayan ido las cosas, haciendo de tripas corazón, se las ha apañado para seguir poniendo a su disposición decenas de millones de euros al año para financiar al Betis. Y yo no puedo permanecer callado.
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el de los pagarés que garantizan préstamos sindicados que nunca se devuelven, el de los contravales y el “aquí no se le debe un duro a nadie”, va a angustiar de nuevo al beticismo arrojándole una gigantesca deuda acumulada, incrementada ya hasta más del triple del presupuesto anual, y disfrazada de chantaje, de “sin mí la ruina”, de avales fantasma que nadie vio nunca pero sirven de amenaza, de “no sois nada si me voy”, insultándonos con la ignorancia de los porcentajes desviados a Tegasa o las autoindemnizaciones regaladas a Encadesa. Y, a mí, me es imposible mirar para otro lado.
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el “mesías” del Betis grande y de fichajes “de boutique”, el que abre los bancos a cualquier hora porque trabaja 50 horas al día, va a tener la desfachatez de defender una “gestión” deportiva, que de calamitosa hace tiempo que pasó a humillante, mostrando como único logro el haber ido consiguiendo trasladar al terreno de juego, con tesón y voluntad, la misma mugre, desidia y deshonor que ya habitaba en las “oficinas” del club, unificando por lo bajo el más horrendo nivel de representación de nuestros colores desde el mancillado palco hasta el avergonzado césped. Y yo no puedo guardar silencio.
El 30 de diciembre, a las ocho de la tarde, el que nos iba a entregar un Betis limpio, libre y nuestro, el que iba tener por siempre las acciones a nuestra disposición, el que nos las iba a dejar en herencia, va a volver a sortear su responsabilidad primordial en una degradación social sin precedentes, un nivel de “destrucción de Betis” que nadie hubiera podido imaginarse, una cota de hundimiento anímico, depresión colectiva y desconcierto social que debe tener aterrorizados a los más aguerridos béticos del cuarto anillo, y lo volverá a hacer con jactancia y desvergüenza, culpando a todo y a todos, menos a sí mismo, redoblando el daño en su defensa. Y yo no estoy dispuesto a consentirlo mudo.
Soy de los que confían en que la acción penal que los béticos ejercemos ante la Administración de Justicia acabará poniendo a cada cual en su sitio, pero eso no me alivia la necesidad imperiosa de gritar que ya basta.
Ante este nivel de afrenta siento el peso de una deuda mayor que la económica: la adquirida con los que nos precedieron, desde los campeones del 35 hasta los viajeros de aquel tren a Utrera; la pendiente con los que nos suceden, que tienen derecho a una opción digna. Pienso en mi tío Antonio, que tanta “culpa” tuvo de que me metiera en esto, y en mi sobrino de 7 años, todavía apenas tocado en su ilusión pero escamado ya ante el panorama, y no me puedo quedar en casa mientras el oprobio se desarrolla a pocos metros de Heliópolis.
No convoco a nadie, me pronuncio personalmente.
El que hace tantos años que no se atreve a pisar el estadio al que puso su nombre aún detenta el derecho legal, por el momento sólo indiciariamente ilegal pero tiempo ha que profundamente inmoral, de valerse de las acciones de Farusa para prolongar esta tortura, de la que sólo espera ya la obtención de un último pelotazo.
De modo aún más intenso, en cuanto que “derechos fundamentales” no cuestionables en proceso alguno, a mí me asisten el de la libre circulación y la libre expresión para plantarme en la puerta del Hotel Al Ándalus y, desde el más absoluto civismo, dejarle clara mi profunda repulsa.
Y así lo voy a hacer. Ante una nueva edición de esta dramática pantomima de Junta de Accionistas, me voy a plantar en la puerta y dejar bien clarito lo que pienso de que se trate así al Real Betis Balompié.
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