Esta leyenda nuestra “que recorre el mundo entero” se ha fraguado a través de gestas indelebles, a veces enormes y mediáticas y a veces discretas e íntimas: desde desplazamientos masivos en circunstancias inverosímiles, hasta camisetas lavadas y bocadillos preparados en la cocina de algún bastión del beticismo, hoy oficialmente vituperado.
Así se ha construido nuestro patrimonio común, tanto el material como el espiritual, nuestros bienes físicos y nuestra gloria y leyenda, con esas proezas que han mantenido vivo al Betis en los momentos más duros, cuando todo lo que no fuera Betis parecía conjurarse contra el Betis.
Pero la leyenda continúa, y el beticismo no podía rendirse porque el mal se hubiera instalado en su propia casa: el mito de la indomable infantería verdiblanca sentaba un nuevo hito glorioso un lunes 15 de junio, con la manifestación “exclusivamente de sentimiento” más grande que haya contemplado la Historia. Y el sendero verde y blanco ha de seguir, la lucha continúa, y mañana hemos de consumar una gesta que abarca los dos aspectos, la renuncia íntima y la demostración masiva.
Aquel que, voluntariamente y mediante sus actos, se ha declarado enemigo mortal del beticismo, confundiendo las aguas del venerable río Betis con las de las costas somalíes, nos exige un cuantioso pago por la restitución de lo que heredamos de nuestros mayores, de lo que estos construyeron paso a paso, gesta a gesta. Nos requiere que reunamos un sustancioso rescate y, como en los secuestros del más sórdido cine de gánsters, nos tortura el alma enviándonos con cada declaración o comunicado, con cada actitud o gesto –hasta ante el fallecimiento de nuestros próceres–, con cada partido y cada acto, un miembro seccionado de su inmaterial cuerpo, restregándonos una y otra vez la insoportable idea de que lo está colmando de muñones, que costará sangre y sudor reverdecer.
No puede entender, incapacitado congénitamente para percibir más motivación que el vil metal, la clase de sentimiento al que se enfrenta, su potencia y su perseverancia: un colosal león de verde melena se despereza, se apresta a rugir 20 minutos, tan sólo rugir, tan sólo 20 minutos, y ya produce pánico...
Ha quedado atrás la línea antes de la cual cabía la esperanza en la pura suerte, en el “ya se arreglará” o el “ya veremos que pasa”, las intenciones de las partes están ya al descubierto, y son absolutamente antagónicas.
El no descansa, nos sigue enviando miembros cercenados de una anatomía bética cada vez mas mermada, mientras sueña ansioso con su rescate, sin reparar en que momento puede llegar el drama a lo irreversible.
Los béticos estamos ya en territorio sin vuelta atrás, donde la única salida es el combate de frente, la lucha por derecho, la exigencia de lo nuestro hasta que se nos devuelva. No hay más, ha de ser así y así será.
Engrandezcamos la leyenda pues. Con nuestra rebeldía indómita y nuestro civismo ejemplar, con nuestra altiva dignidad y nuestras humildes maneras, con nuestro concertado sacrificio momentáneo por un futuro mejor. Que se entere el mundo entero, que recuerde el que lo supiera, que lo asuma el que sabiéndolo lo dudaba, y que se fije bien el que habiéndolo visto lo ha despreciado, de que es lo que queremos decir cuando cantamos al unísono eso de “y es que no hay quien pueda con esta afición”.
El 29 N, POR TI BETIS,
HASTA EL MINUTO 20
YO NO ENTRO
Así se ha construido nuestro patrimonio común, tanto el material como el espiritual, nuestros bienes físicos y nuestra gloria y leyenda, con esas proezas que han mantenido vivo al Betis en los momentos más duros, cuando todo lo que no fuera Betis parecía conjurarse contra el Betis.
Pero la leyenda continúa, y el beticismo no podía rendirse porque el mal se hubiera instalado en su propia casa: el mito de la indomable infantería verdiblanca sentaba un nuevo hito glorioso un lunes 15 de junio, con la manifestación “exclusivamente de sentimiento” más grande que haya contemplado la Historia. Y el sendero verde y blanco ha de seguir, la lucha continúa, y mañana hemos de consumar una gesta que abarca los dos aspectos, la renuncia íntima y la demostración masiva.
Aquel que, voluntariamente y mediante sus actos, se ha declarado enemigo mortal del beticismo, confundiendo las aguas del venerable río Betis con las de las costas somalíes, nos exige un cuantioso pago por la restitución de lo que heredamos de nuestros mayores, de lo que estos construyeron paso a paso, gesta a gesta. Nos requiere que reunamos un sustancioso rescate y, como en los secuestros del más sórdido cine de gánsters, nos tortura el alma enviándonos con cada declaración o comunicado, con cada actitud o gesto –hasta ante el fallecimiento de nuestros próceres–, con cada partido y cada acto, un miembro seccionado de su inmaterial cuerpo, restregándonos una y otra vez la insoportable idea de que lo está colmando de muñones, que costará sangre y sudor reverdecer.
No puede entender, incapacitado congénitamente para percibir más motivación que el vil metal, la clase de sentimiento al que se enfrenta, su potencia y su perseverancia: un colosal león de verde melena se despereza, se apresta a rugir 20 minutos, tan sólo rugir, tan sólo 20 minutos, y ya produce pánico...
Ha quedado atrás la línea antes de la cual cabía la esperanza en la pura suerte, en el “ya se arreglará” o el “ya veremos que pasa”, las intenciones de las partes están ya al descubierto, y son absolutamente antagónicas.
El no descansa, nos sigue enviando miembros cercenados de una anatomía bética cada vez mas mermada, mientras sueña ansioso con su rescate, sin reparar en que momento puede llegar el drama a lo irreversible.
Los béticos estamos ya en territorio sin vuelta atrás, donde la única salida es el combate de frente, la lucha por derecho, la exigencia de lo nuestro hasta que se nos devuelva. No hay más, ha de ser así y así será.
Engrandezcamos la leyenda pues. Con nuestra rebeldía indómita y nuestro civismo ejemplar, con nuestra altiva dignidad y nuestras humildes maneras, con nuestro concertado sacrificio momentáneo por un futuro mejor. Que se entere el mundo entero, que recuerde el que lo supiera, que lo asuma el que sabiéndolo lo dudaba, y que se fije bien el que habiéndolo visto lo ha despreciado, de que es lo que queremos decir cuando cantamos al unísono eso de “y es que no hay quien pueda con esta afición”.
El 29 N, POR TI BETIS,
HASTA EL MINUTO 20
YO NO ENTRO
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