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Allá en una de las esquinas béticas con más calado verdiblanco, la de gol norte con La Palmera, existe un trozo de bronce que el día que allí se colocó parecía que atraería hacia él todo lo bueno que tiene el Betis en sus entrañas. Era un sitio que podía volverse mítico, un sitio donde recordar en silencio o con cánticos alegres a los que ya no están, un sitio donde fundirse en pensamientos y deseos con otros béticos, donde encontrar el sentimiento sólo con tocarlo. Un trozo de bronce lo bastante importante como para que fuese sagrado, para que adquiriese protagonismo entre miles de béticos, donde en las derrotas encontrásemos inspiración y en las victorias la humildad.
Pero el mismo día que se bautizó desde la tribuna anexa se creó el término destructores. Y fue el único momento donde algo se celebró allí. Desde entonces, sólo esperádicas botellonas dejaron "flores" en forma de botellas de alcohol abandonadas sobre su peana. Peana, por otro lado, huérfana de unos nombres cuya idea los béticos acogieron con cariño y que gracias al mecenas todavía vuelan en un supuesto dvd en alguna notaría, supuestamente sevillana. Mecenas de un monumento que al poquito se fue de visita avenida de Jerez adelante para comprar eso, el Jerez con X. Ahora vuelve a ser consjero del Betis... de nuevo.
Y el trozo de bronce sigue allí, aparcado en la esquina de gol norte con La Palmera. Los béticos no lo hacen suyo porque desde el primer día se dejó allí medio tirado. Podía haber sido y todavía puede ser el sitio donde celebrar efemérides, acontecimientos, ofrendas florales a mitos del beticismo, desde jugadores históricos a béticos de toda la vida que podrían encontrar en ese lugar un rinconcito donde ser recordados. Hasta hoy, sólo es eso, un trozo de bronce, como podía serlo una farola o un banco del parque.
¿Por qué me acuerdo ahora del trozo de bronce? Hemos cumplido 102 años de historia, y ha pasado como si celebrásemos el aniversario de la fundación de Nueva Caledonia.
Allá en una de las esquinas béticas con más calado verdiblanco, la de gol norte con La Palmera, existe un trozo de bronce que el día que allí se colocó parecía que atraería hacia él todo lo bueno que tiene el Betis en sus entrañas. Era un sitio que podía volverse mítico, un sitio donde recordar en silencio o con cánticos alegres a los que ya no están, un sitio donde fundirse en pensamientos y deseos con otros béticos, donde encontrar el sentimiento sólo con tocarlo. Un trozo de bronce lo bastante importante como para que fuese sagrado, para que adquiriese protagonismo entre miles de béticos, donde en las derrotas encontrásemos inspiración y en las victorias la humildad.
Pero el mismo día que se bautizó desde la tribuna anexa se creó el término destructores. Y fue el único momento donde algo se celebró allí. Desde entonces, sólo esperádicas botellonas dejaron "flores" en forma de botellas de alcohol abandonadas sobre su peana. Peana, por otro lado, huérfana de unos nombres cuya idea los béticos acogieron con cariño y que gracias al mecenas todavía vuelan en un supuesto dvd en alguna notaría, supuestamente sevillana. Mecenas de un monumento que al poquito se fue de visita avenida de Jerez adelante para comprar eso, el Jerez con X. Ahora vuelve a ser consjero del Betis... de nuevo.
Y el trozo de bronce sigue allí, aparcado en la esquina de gol norte con La Palmera. Los béticos no lo hacen suyo porque desde el primer día se dejó allí medio tirado. Podía haber sido y todavía puede ser el sitio donde celebrar efemérides, acontecimientos, ofrendas florales a mitos del beticismo, desde jugadores históricos a béticos de toda la vida que podrían encontrar en ese lugar un rinconcito donde ser recordados. Hasta hoy, sólo es eso, un trozo de bronce, como podía serlo una farola o un banco del parque.
¿Por qué me acuerdo ahora del trozo de bronce? Hemos cumplido 102 años de historia, y ha pasado como si celebrásemos el aniversario de la fundación de Nueva Caledonia.
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