Cuando iba al colegio, hayá por los 70, en España había monopolios de muchos tipos. Sólo podíamos ver la tele pública, también sólo podíamos echar gasolina de una empresa, o al encender la luz ésta venía de un sólo productor. Cuando llamábamos por teléfono Telefónica nos esperaba al otro lado de la "conferencia". Renfe era la única que nos podía llevar en tren. Incluso la Iglesia tenía practicamente el monopolio religioso.

Viéndolo en perspectiva, si quería ver la tele, si quería llamar por teléfono o encender la luz, cocinar con gas, viajar o incluso encomendarme a Diós tenía que hacerlo con quien me impusiese ese monopolio. Podía no gustarme, pero ahí estaban impuestos los caminos por los que ir en la España preconstitucional y hasta bien entrada la Constitución. Todo fue cambiando gracias al esfuerzo colectivo de todos los españoles.

Hoy creo que el único monopolio al que estoy sometido es al de mi sentimiento verdiblanco. Es un monopolio muy particular, un monopolio en el que uno cae desde que nace. Un monopolio curioso, porque si bien fábrica de goles hay incluso en esta ciudad, no la hay como la bética. Precisamente porque no es simplemente sólo una fábrica de goles, es mucho más. Contiene el sentimiento que me monopoliza historia, amistad, culto, presencia, orgullo, humildad, talento, imaginación, vida, mucha vida y mil y una definiciones que en la coctelera bética siempre destila el mejor combinado.

Por eso los números del Betis no son los números de quienes lo mandan. Seguramente en otro monopolio la gente se quedaría sin encender la luz, sin ver la tele o sin llamar por teléfono, pero en el Betis son legión los que no pueden estar sin visitar el campo de Heliópolis, y los que lo dejan por culpa del que mal manda, lo hacen con un dolor increible. Es un monopolio que da unos números para poner en órbita cualquier empresa, pero en nuestro caso es un monopolio que manda a las colas de sus monopolizados al sol del cuarenta grados, que los castiga con precios de primera y juego de segunda, que hace oídos sordos a cualquier demanda y que persigue cualquier discrepancia.

Así se maneja el monopolio, un maná infinito de Betis que en la creencia de no dejar sólo a su equipo disiente de sus dirigentes. Un continuo afluente de vida en verdiblanco que pide muy poco en función de lo que ofrece, pero ni eso sirve para que quien cogió media parte y se adueñó de la otra media haga ejercicio de reflexión, de responsabilidad. Pues él tiene el monopolio y sabe de la fidelidad a los colores, dos partes que sabe en su poder. Pero incluso los béticos hemos aprendido a seguir con el monopolio y en paralelo avisar que nuestro monopolio es con un escudo, no con nadie más.