El Betis, el Betis de todos es un conjunto maravilloso de gentes que se unieron un día a una fe excepcional. Fe que no necesita confirmación excepcional para suscribirla y se transforma, sin ánimo de ofender a nadie, en una religión que impregna hasta los huesos a quien la ha practicado alguna vez.
Hoy nos desayunamos con los abonos, que si somos 35000 abonados dentro de la gran marea de un millón de béticos. Son cifras que en otras temporadas nos las hubiésemos creído a pies juntillas con una confianza tremenda. Se nos hubiese henchido el pecho de orgullo y no dudo que alguno lo tenga que le va a reventar. Pero son cifras que no se saben de dónde vienen y si vienen de ese centro neurálgico de donde parten todos los terremotos verdiblancos pero que su epicentro no está en La Palmera inmediatamente adquieren el halo de sospecha.
Esa confianza es la que junto a la fe y a la propia idiosincracia bética forman la Trinidad bética, una trilogía coja. Coja de pleno y camino de ser crónica porque de ese epicentro no suelen salir confianzas hacia los béticos. Cuando estos han querido hacer algo, manifestar algo, pedir algo, exigir al fin y al cabo a través de sus acciones, a través de sus abonos o simplemente a través de su beticismo, se han encontrado con que quien debía responder al beticismo se ha cerrado en banda. Lejos de atender a las voces que discrepan da una vuelta de tornillo más. De hecho, los béticos tenemos por norma no creer, y eso duele, duele muchísimo.
Por eso, ahora resulta que si me saco el abono, yo que he esperado hasta el último día, puedo entrar en una estadística que diga que por sacarme el abono apoyo la gestión del consejo que nos llevó a segunda. No, no señor. Me saco el abono por mil y una razones todas más fáciles y sencillas que la decisión de no sacármelo, que es la verdareamente complicada y dolorosa. Me lo saco, o eso pretendo, pero por lo que me lo saco no es precisamente por apoyo a esa gestión.
Por ello apoyo la libertad de no sacárselo de los béticos que no quieran porque sólo de pensarlo sé lo durísimo que es para ellos. Sí, yo quiero tener la fe en el Betis, en el Betis de todos los béticos, muy lejano de la idea que brota a borbotones del actual consejo. Y sí, quiero lo mejor para el Betis, como prácticamente todos los que hemos perdido la confianza en este consejo, los que pedimos un cambio, los que creemos que se pueden hacer muchísimo mejor las cosas y, sobre todo, los que pensamos que el beticismo está tocado por culpa de este consejo. Y tanto que quiero tener fe que quiero que el Betis gane, y gane y gane, y no ver más lágrimas como aquellas contra el Valladolid cuando al buscar confianza los que debieron darlas se escondieron hasta que pudieron y más.
Seguiré siendo bético de carné, pero un bético que no confía en el consejo porque el consejo me lo ha mostrado muchísimas veces. Hoy podemos haber ganado un colombino, hoy podemos buscarnos de nuevo como béticos. Los que prefieran celebrarlo como un título tienen total libertad, los que esperan que sea un bálsamo entre tanta amargura, también. Y los que buscan nuevos caminos para un Betis mejor seguirán buscando esa confianza que transmita a su corazón bético la paz de saber que todo lo que se puede hacer por el Betis se hace.
Por supuesto, a finales de agosto, iré a animar al Betis, como el año pasado, de principio a fin. Al campo, al campo del Betis. Pero si al mirar al palco no veo nada más que más de lo mismo no podré nada más que pensar que ese palco no me representa, pues no puedo confiar en él.
Hoy nos desayunamos con los abonos, que si somos 35000 abonados dentro de la gran marea de un millón de béticos. Son cifras que en otras temporadas nos las hubiésemos creído a pies juntillas con una confianza tremenda. Se nos hubiese henchido el pecho de orgullo y no dudo que alguno lo tenga que le va a reventar. Pero son cifras que no se saben de dónde vienen y si vienen de ese centro neurálgico de donde parten todos los terremotos verdiblancos pero que su epicentro no está en La Palmera inmediatamente adquieren el halo de sospecha.
Esa confianza es la que junto a la fe y a la propia idiosincracia bética forman la Trinidad bética, una trilogía coja. Coja de pleno y camino de ser crónica porque de ese epicentro no suelen salir confianzas hacia los béticos. Cuando estos han querido hacer algo, manifestar algo, pedir algo, exigir al fin y al cabo a través de sus acciones, a través de sus abonos o simplemente a través de su beticismo, se han encontrado con que quien debía responder al beticismo se ha cerrado en banda. Lejos de atender a las voces que discrepan da una vuelta de tornillo más. De hecho, los béticos tenemos por norma no creer, y eso duele, duele muchísimo.
Por eso, ahora resulta que si me saco el abono, yo que he esperado hasta el último día, puedo entrar en una estadística que diga que por sacarme el abono apoyo la gestión del consejo que nos llevó a segunda. No, no señor. Me saco el abono por mil y una razones todas más fáciles y sencillas que la decisión de no sacármelo, que es la verdareamente complicada y dolorosa. Me lo saco, o eso pretendo, pero por lo que me lo saco no es precisamente por apoyo a esa gestión.
Por ello apoyo la libertad de no sacárselo de los béticos que no quieran porque sólo de pensarlo sé lo durísimo que es para ellos. Sí, yo quiero tener la fe en el Betis, en el Betis de todos los béticos, muy lejano de la idea que brota a borbotones del actual consejo. Y sí, quiero lo mejor para el Betis, como prácticamente todos los que hemos perdido la confianza en este consejo, los que pedimos un cambio, los que creemos que se pueden hacer muchísimo mejor las cosas y, sobre todo, los que pensamos que el beticismo está tocado por culpa de este consejo. Y tanto que quiero tener fe que quiero que el Betis gane, y gane y gane, y no ver más lágrimas como aquellas contra el Valladolid cuando al buscar confianza los que debieron darlas se escondieron hasta que pudieron y más.
Seguiré siendo bético de carné, pero un bético que no confía en el consejo porque el consejo me lo ha mostrado muchísimas veces. Hoy podemos haber ganado un colombino, hoy podemos buscarnos de nuevo como béticos. Los que prefieran celebrarlo como un título tienen total libertad, los que esperan que sea un bálsamo entre tanta amargura, también. Y los que buscan nuevos caminos para un Betis mejor seguirán buscando esa confianza que transmita a su corazón bético la paz de saber que todo lo que se puede hacer por el Betis se hace.
Por supuesto, a finales de agosto, iré a animar al Betis, como el año pasado, de principio a fin. Al campo, al campo del Betis. Pero si al mirar al palco no veo nada más que más de lo mismo no podré nada más que pensar que ese palco no me representa, pues no puedo confiar en él.
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