Fue una calurosa tarde del mes de Junio madrileño, unas horas antes nos habíamos bajado del AVE con origen en Santa Justa y destino Atocha. Unos momentos antes apurábamos los últimos tragos de nuestro refresco favorito conseguido por chicotás en varios de los supermercados del barrio de la ribera del Manzanares. En los establecimientos, así como en las calles, cuando los empleados o los vecinos del barrio veían nuestros colores verdiblancos en camisetas, bufandas y banderas, nos animaban y nos deseaban suerte para la noche. Nosotros, cada vez que esto pasaba, nos veníamos arriba y se nos llenaba el pecho de orgullo, de ver como todo Madrid deseaba la fortuna del equipo de las trece barras.
Era una soleada tarde de principios de verano en la capital de España, poco a poco, muy poco a poco, nos acercábamos a las calles aledañas a unos de los estadios talismán en verdiblanco, el Vicente Calderón... “arriba, arriba arriba...”, escrito con letras de oro por siempre en la historia centenaria Bética. El tiempo avanzaba inexorable hacia la hora H, al tiempo que la sombra del coliseo colchonero se agrandaba a nuestra vista. Y entonces sucedió...
De las calles por las que habíamos caminado hacía apenas unos minutos, surgía un susurro, que pronto se convirtió en rumor y momentos después se transformó en clamor, cuando por la esquina de la avenida aparecía el autocar del Betis que transportaba a todos los jugadores y cuerpo técnico del equipo. Los gritos de ánimo de l@s Bétic@s que allí estábamos era ensordecedor, se enarbolaron banderas, se lanzaron al viento las bufandas y las camisetas botaban sobre los cuerpos de brazos en alto y gargantas al límite.
Y entonces pude ver como los jugadores dentro del autocar estaban también gritando y botando, como nos animaban ellos a nosotros, como Alejandro Lembo, golpeaba enloquecido las ventanas del autocar, como Dani boquiabierto y los ojos como platos, no podía reaccionar, como Ricardo Oliveira sonreía confiado y emocionado al mismo tiempo, como Rivas saltaba rozando con su calva el techo del interior del autocar, como Denilson con los cascos puestos, escuchando samba casi bailaba mirando las calles... Vi como los jugadores disfrutaban, vi como hombres como castillos en las aceras lloraban como niños viendo el espectáculo dentro y fuera del vehículo, un espectáculo inigualable en verdiblanco... Y entonces lo supe...
Entonces supe que esa noche no sería como años atrás en el Bernabeu, entonces supe que si esa noche lloraba sería de pura felicidad, entonces supe que el viaje de vuelta en el AVE no sería en silencio...
Y entonces supe que eso no sería un sueño, que no habría que despertar, que el Betis, el Real Betis Balompié nos haría grandes esa noche, una vez más...
Entonces lo supe, supe que, esa noche, seríamos CAMPEONES.
Era una soleada tarde de principios de verano en la capital de España, poco a poco, muy poco a poco, nos acercábamos a las calles aledañas a unos de los estadios talismán en verdiblanco, el Vicente Calderón... “arriba, arriba arriba...”, escrito con letras de oro por siempre en la historia centenaria Bética. El tiempo avanzaba inexorable hacia la hora H, al tiempo que la sombra del coliseo colchonero se agrandaba a nuestra vista. Y entonces sucedió...
De las calles por las que habíamos caminado hacía apenas unos minutos, surgía un susurro, que pronto se convirtió en rumor y momentos después se transformó en clamor, cuando por la esquina de la avenida aparecía el autocar del Betis que transportaba a todos los jugadores y cuerpo técnico del equipo. Los gritos de ánimo de l@s Bétic@s que allí estábamos era ensordecedor, se enarbolaron banderas, se lanzaron al viento las bufandas y las camisetas botaban sobre los cuerpos de brazos en alto y gargantas al límite.
Y entonces pude ver como los jugadores dentro del autocar estaban también gritando y botando, como nos animaban ellos a nosotros, como Alejandro Lembo, golpeaba enloquecido las ventanas del autocar, como Dani boquiabierto y los ojos como platos, no podía reaccionar, como Ricardo Oliveira sonreía confiado y emocionado al mismo tiempo, como Rivas saltaba rozando con su calva el techo del interior del autocar, como Denilson con los cascos puestos, escuchando samba casi bailaba mirando las calles... Vi como los jugadores disfrutaban, vi como hombres como castillos en las aceras lloraban como niños viendo el espectáculo dentro y fuera del vehículo, un espectáculo inigualable en verdiblanco... Y entonces lo supe...
Entonces supe que esa noche no sería como años atrás en el Bernabeu, entonces supe que si esa noche lloraba sería de pura felicidad, entonces supe que el viaje de vuelta en el AVE no sería en silencio...
Y entonces supe que eso no sería un sueño, que no habría que despertar, que el Betis, el Real Betis Balompié nos haría grandes esa noche, una vez más...
Entonces lo supe, supe que, esa noche, seríamos CAMPEONES.
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