Estando al caer el cierre de la fase de instrucción, y con ello las pertinentes imputaciones a los acusados, del proceso penal que por diversos delitos contra el Betis, a instancia de cualificados miembros del beticismo más activo secundados por la propia ficalía, se sigue contra el hoy consejero delegado de la SAD que por imperativo legal detenta el nombre del Real Betis Balompié, creo que proceden ciertas consideraciones.
En la sociedad de las cavernas muy probablemente las cosas se solucionaran por la ley del más fuerte. Pero, en el mundo en que hoy vivimos, está generalmente asumido que hay que dar explicaciones de todas nuestras decisiones y actuaciones que afectan a los demás. Nadie está ya por encima del bien y del mal, ni puede ignorar los requerimientos de aquellos a los que afecta con sus responsabilidades.
Todo el mundo ha de rendir cuentas.
Es innegable que para el bien de la entidad hubiera sido mucho mejor una solución menos traumática, los canales internos convencionales. Que los puntos oscuros de la gestión se hubieran aclarado en la Junta de Accionistas, o ante el beticismo en cualquier formato. Pero él no lo quiso así, cerró cualquier otra vía y sólo dejó esta alternativa.
Así pues nadie puede rasgarse las vestiduras porque unos béticos de pro exijan explicaciones a quien regenta sus intereses allí donde, bloqueado cualquier otro cauce, la Constitución les garantiza el derecho.
Y una cosa es evidente, con independencia de las condenas que en función de las responsabilidades penales pedieran asignarse, este proceso ha de aclararnos muchas cosas. Se va a aprender mucho sobre el origen y el destino de los dineros del Betis, el sistema de avales, las sociedades interpuestas y, en definitiva, los porqués de tanto oscurantismo.
Todo ello debería terminar de abrir los ojos a los que todavía no han querido ver.
Tenemos que hacer de la necesidad virtud y lograr que este juicio, objetivamente un muy mal trago, se convierta en la luz que cegó a Saulo y lo hizo caer de su caballo.
Es imprescindible que el beticismo, ante lo que llevamos visto y lo que previsiblemente nos queda por ver, reaccione como un conjunto coherente que se pueda postular a sí mismo como alternativa de poder.
De la justicia podemos esperar que declare ciertos hechos probados y que depure responsabilidades al respecto, que limpie algo la casa que está sucia, pero no que la reconstruya si está derruida.
Todos los que no creemos ya en los Jeques Magos tenemos que aunar voluntades, convencer a propios y extraños, para articular una vía que permita el control del Betis por los béticos, sin tener que volver a depender de los caprichosos designios de un supuesto “salvador”.
Si no lo logramos, habremos avanzado algo en la limpieza de nuestro pasado reciente, pero más bien poco en lo tocante a nuestro futuro.
En la sociedad de las cavernas muy probablemente las cosas se solucionaran por la ley del más fuerte. Pero, en el mundo en que hoy vivimos, está generalmente asumido que hay que dar explicaciones de todas nuestras decisiones y actuaciones que afectan a los demás. Nadie está ya por encima del bien y del mal, ni puede ignorar los requerimientos de aquellos a los que afecta con sus responsabilidades.
Todo el mundo ha de rendir cuentas.
Es innegable que para el bien de la entidad hubiera sido mucho mejor una solución menos traumática, los canales internos convencionales. Que los puntos oscuros de la gestión se hubieran aclarado en la Junta de Accionistas, o ante el beticismo en cualquier formato. Pero él no lo quiso así, cerró cualquier otra vía y sólo dejó esta alternativa.
Así pues nadie puede rasgarse las vestiduras porque unos béticos de pro exijan explicaciones a quien regenta sus intereses allí donde, bloqueado cualquier otro cauce, la Constitución les garantiza el derecho.
Y una cosa es evidente, con independencia de las condenas que en función de las responsabilidades penales pedieran asignarse, este proceso ha de aclararnos muchas cosas. Se va a aprender mucho sobre el origen y el destino de los dineros del Betis, el sistema de avales, las sociedades interpuestas y, en definitiva, los porqués de tanto oscurantismo.
Todo ello debería terminar de abrir los ojos a los que todavía no han querido ver.
Tenemos que hacer de la necesidad virtud y lograr que este juicio, objetivamente un muy mal trago, se convierta en la luz que cegó a Saulo y lo hizo caer de su caballo.
Es imprescindible que el beticismo, ante lo que llevamos visto y lo que previsiblemente nos queda por ver, reaccione como un conjunto coherente que se pueda postular a sí mismo como alternativa de poder.
De la justicia podemos esperar que declare ciertos hechos probados y que depure responsabilidades al respecto, que limpie algo la casa que está sucia, pero no que la reconstruya si está derruida.
Todos los que no creemos ya en los Jeques Magos tenemos que aunar voluntades, convencer a propios y extraños, para articular una vía que permita el control del Betis por los béticos, sin tener que volver a depender de los caprichosos designios de un supuesto “salvador”.
Si no lo logramos, habremos avanzado algo en la limpieza de nuestro pasado reciente, pero más bien poco en lo tocante a nuestro futuro.
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