Don Ramón accedió al olimpo del fútbol a través de unas elecciones, elecciones donde el más marrullero tiene ventaja. Y ganó. Se sentó en el trono de Zeus y saboreó el poder que los rayos blancos tenían en sus manos. Todo lo podía, las deidades a su servicio todo lo podían. Pero ese trono implicaba hacer lo que de siempre han hecho los dioses del olimpo, buscar la impunidad por caminos donde la filosofía y la verdad están vetados.
Así, ese camino, corto y fructífero si no hay nadie dispuesto a disputarte el trono, se torna enconado si los vientos del norte vienen fríos. Sobre todo cuando entre los elegidos colamos de rondón a nuestra propia hidra, con cabezas que sobresalen voto en mano donde no estaba permitida su estancia.
Cerbero, ese can de tres cabezas de la prensa, se apresta siempre a negociar cabeza a cabeza, pero nunca todas juntas con el Dios todopoderoso. Y en uno de sus mordiscos más certeros, El dios blanco ha visto abiertas de par en par las puertas de su particular reino de hades.
Que lo disfrute Don Ramón, pues su inmunidad, guardada a buen recaudo en la caja de pandora se ha abierto dejando que saliesen hermanos, socios del atleti, Nanines varios y todo aquello con lo que nunca debió jugar y le ha hecho perder el trono del olimpo del fútbol.
En la mitología más casera, las reglas de nuestro olimpo bético dicen que un titán accedió al trono, y que llevado por el inmenso poder que los mortales depositaron en sus manos, no hay fuerza natural que lo haga siquiera recapacitar desde su particular altura. Mientras, muestra el Tártaro a los mortales que, desengañados, quieren pedir cuentas de tan magnífica abundancia que se seca en las puertas de la Bética.
Ha caido el Diós del olimpo blanco que creía que su impunidad era cierta, qué pasará con el Dios del olimpo bético cuya impunidad se cree perpetua?
Quizá los mortales béticos hayan ya encontrado el fuego que les negaba y que en particular hazaña, prometeos béticos han mostrado.
Por eso, porque lo mejor sería beber, aunque sea por vez primera, de la sabiduría y la riqueza de la filosofía que por más de un siglo flota en nuestor olimpo... quizá entonces se desvanezca o, algo más raro, entre en razón quien tiene pero no ocupa el sillón más verdedorado del olimpo bético.
Así, ese camino, corto y fructífero si no hay nadie dispuesto a disputarte el trono, se torna enconado si los vientos del norte vienen fríos. Sobre todo cuando entre los elegidos colamos de rondón a nuestra propia hidra, con cabezas que sobresalen voto en mano donde no estaba permitida su estancia.
Cerbero, ese can de tres cabezas de la prensa, se apresta siempre a negociar cabeza a cabeza, pero nunca todas juntas con el Dios todopoderoso. Y en uno de sus mordiscos más certeros, El dios blanco ha visto abiertas de par en par las puertas de su particular reino de hades.
Que lo disfrute Don Ramón, pues su inmunidad, guardada a buen recaudo en la caja de pandora se ha abierto dejando que saliesen hermanos, socios del atleti, Nanines varios y todo aquello con lo que nunca debió jugar y le ha hecho perder el trono del olimpo del fútbol.
En la mitología más casera, las reglas de nuestro olimpo bético dicen que un titán accedió al trono, y que llevado por el inmenso poder que los mortales depositaron en sus manos, no hay fuerza natural que lo haga siquiera recapacitar desde su particular altura. Mientras, muestra el Tártaro a los mortales que, desengañados, quieren pedir cuentas de tan magnífica abundancia que se seca en las puertas de la Bética.
Ha caido el Diós del olimpo blanco que creía que su impunidad era cierta, qué pasará con el Dios del olimpo bético cuya impunidad se cree perpetua?
Quizá los mortales béticos hayan ya encontrado el fuego que les negaba y que en particular hazaña, prometeos béticos han mostrado.
Por eso, porque lo mejor sería beber, aunque sea por vez primera, de la sabiduría y la riqueza de la filosofía que por más de un siglo flota en nuestor olimpo... quizá entonces se desvanezca o, algo más raro, entre en razón quien tiene pero no ocupa el sillón más verdedorado del olimpo bético.
Comentario