Francisco Antúnez
Afortunadamente, un servidor nació varias décadas después de la Guerra Civil y del lodo y la hambre (lo que entonces se vivió en esta bendito país no era masculino, sino femenino) y no hay otro modo, por tanto, de afrontar a este personaje desde la escasa documentación añeja que se puede encontrar. Nacido el 1 de noviembre de 1922, Francisco Antúnez Espada sigue siendo, por méritos propios y ajenos, uno de los casos más llamativos de la cainita relación Betis-Sevilla, teniendo en cuenta lo que ha llovido y el calor que ha hecho desde la fecha a la que nos remontamos.
Antúnez se crió futbolísticamente primero en el Nervión, pasando posteriormente al equipo amateur del Sevilla. Sin embargo, la profesionalidad la alcanzó meses más tarde en el Real Betis Balompié. Hasta ahí, nada más extraño que la propia intrahistoria de miles de casos que se dan en la ciudad: Nimo, Diego, Conte, Carvajal, Martagón, Antoñito, Redondo, Asián, José Mari… Pero el Caso Antúnez estuvo trufado con giros de novela negra y disputas políticas, que en aquella época tenían tela.
El Betis iniciaba entonces su descenso a los infiernos, aquél que después le llevaría a enfrentarse al Utrera o al España de Tánger, mientras el eterno rival se paseaba en la Liga. Antúnez era un defensa más que codiciado y, además, el Betis necesitaba dinero, viniera de donde viniera. Y, al parecer, nuestro amado club tenía entonces un presidente del mismo perfil que el actual, es decir, hombre de ****. Su nombre era Eduardo Benjumea y, según las fuentes, quienes realmente mandaban en el equipo eran Carlos Hernández y Alfonso de la Torre, vicepresidentes.
El acuerdo estableció que Antúnez cambiaría Heliópolis por Nervión por 81.000 pesetas, lo que al Betis le suponía la vida. Aparecería entonces Benjumea, anunciando que ese traspaso se ha realizado sin su consentimiento y sin su firma y provocando que la afición del Betis buscara al defensa por debajo de las piedras. El 27 de enero, el club verdiblanco juega ante el Tarragona –en Segunda- y el Sevilla el 25 del mismo mes viaja a rendir visita al Madrid –en Primera-. La ciudad hispalense, o al menos la balompédica, vive pendiente de dónde está Antúnez y de si viaja con la expedición a la capital del régimen. El equipo de Nervión parte de la Estación de Plaza de Armas rumbo a Madrid sin el central. Los aficionados béticos se tranquilizan. No obstante, y según las fuentes, el tren realiza una extraña parada en la Estación de Los Jerónimos, donde un singular viajero, con el cuello del abrigo hasta los ojos y el sombrero encasquetado en las cejas, sube al vagón. Era Antúnez, que dos días más tarde salta como titular al Viejo Estadio de Chamartín, donde el Sevilla empata 1-1.
El bético se siente ultrajado, ofendido y traicionado y apela a su orgullo, emprendiendo una dura presión sobre Antúnez por su cambio de escudo, y una campaña en los escasos medios a los que tenía acceso. Uno de ellos fue Radio Moscú –qué tiempos-, que calificó el hecho de “injusticia del sistema español”, entendiendo que el equipo verdiblanco, por su carácter “proletario”, recibía un trato desigual ante el “capitalista” Sevilla.
Mientras el Sevilla, en el que Antúnez juega los diez últimos partidos de titular (Sporting, Espanyol, Alcoyano, At Madrid, Athletic, Valencia, Murcia, Oviedo y Barcelona), se entretiene en ganar su único campeonato de Liga, el Betis confirma su descenso a Tercera y se hunde definitivamente en tierra movediza. Así, el club verdiblanco decide ‘denunciar’ el caso Antúnez ante la Federación Andaluza y Española, en las que no encuentra respaldo. Es entonces cuando aparece en escena el temido y respetado general Moscardó, que en aquel tiempo era el Delegado Nacional de Deportes de Francisco Franco Bahamonde. Éste será el señor que le daría la razón al Betis, dejando con el culo al aire a las federaciones anteriormente referidas y cuyos representantes terminaron dimitiendo (¿por incompetencia o por un toquecito desde el Palacio de El Pardo?).
Inmediatamente, surge la duda que incluso planteó por escrito Javier Barroso, el entonces presidente de la Federación Andaluza. Si el traspaso de Antúnez es no válido, el Sevilla habría incurrido en alineación indebida y la Liga no sería suya. El caso se quedó ahí.
Pero estaba claro que Antúnez no podía militar en un Betis de Tercera y, escasas fechas después, el central volvió a ser vendido de nuevo al Sevilla por segunda vez en apenas meses (¿se puede tener más arte?) e incluso recibió un reloj de oro como regalo de la directiva bética.
Antúnez jugaría seis temporadas más en el Sevilla, alcanzando otro subcampeonato posteriormente y la Copa del 48. Su carrera la terminaría en el Xerez Deportivo, previo paso por el Málaga.
Los béticos tienen una versión de todo lo acontecido. Los sevillistas, la suya. Yo, como periodista, me debo a la objetividad. Por eso me guardo mi versión. De momento…
Lo que sí creo es que Lopera, el día de la muerte del jugador (16 agosto de 1994), le debería de haber ofrecido un minuto de silencio, al menos por el dinero que dejó en el equipo (por partida doble). Quizás fuera porque ese caluroso día, en el que Betis disputaba un amistoso, se enfrentaba al Sevilla y podrían surgir las dudas: ¿qué club daba el pésame, y cuál lo recibía?
Fuente: SentirBetico
Afortunadamente, un servidor nació varias décadas después de la Guerra Civil y del lodo y la hambre (lo que entonces se vivió en esta bendito país no era masculino, sino femenino) y no hay otro modo, por tanto, de afrontar a este personaje desde la escasa documentación añeja que se puede encontrar. Nacido el 1 de noviembre de 1922, Francisco Antúnez Espada sigue siendo, por méritos propios y ajenos, uno de los casos más llamativos de la cainita relación Betis-Sevilla, teniendo en cuenta lo que ha llovido y el calor que ha hecho desde la fecha a la que nos remontamos.
Antúnez se crió futbolísticamente primero en el Nervión, pasando posteriormente al equipo amateur del Sevilla. Sin embargo, la profesionalidad la alcanzó meses más tarde en el Real Betis Balompié. Hasta ahí, nada más extraño que la propia intrahistoria de miles de casos que se dan en la ciudad: Nimo, Diego, Conte, Carvajal, Martagón, Antoñito, Redondo, Asián, José Mari… Pero el Caso Antúnez estuvo trufado con giros de novela negra y disputas políticas, que en aquella época tenían tela.
El Betis iniciaba entonces su descenso a los infiernos, aquél que después le llevaría a enfrentarse al Utrera o al España de Tánger, mientras el eterno rival se paseaba en la Liga. Antúnez era un defensa más que codiciado y, además, el Betis necesitaba dinero, viniera de donde viniera. Y, al parecer, nuestro amado club tenía entonces un presidente del mismo perfil que el actual, es decir, hombre de ****. Su nombre era Eduardo Benjumea y, según las fuentes, quienes realmente mandaban en el equipo eran Carlos Hernández y Alfonso de la Torre, vicepresidentes.
El acuerdo estableció que Antúnez cambiaría Heliópolis por Nervión por 81.000 pesetas, lo que al Betis le suponía la vida. Aparecería entonces Benjumea, anunciando que ese traspaso se ha realizado sin su consentimiento y sin su firma y provocando que la afición del Betis buscara al defensa por debajo de las piedras. El 27 de enero, el club verdiblanco juega ante el Tarragona –en Segunda- y el Sevilla el 25 del mismo mes viaja a rendir visita al Madrid –en Primera-. La ciudad hispalense, o al menos la balompédica, vive pendiente de dónde está Antúnez y de si viaja con la expedición a la capital del régimen. El equipo de Nervión parte de la Estación de Plaza de Armas rumbo a Madrid sin el central. Los aficionados béticos se tranquilizan. No obstante, y según las fuentes, el tren realiza una extraña parada en la Estación de Los Jerónimos, donde un singular viajero, con el cuello del abrigo hasta los ojos y el sombrero encasquetado en las cejas, sube al vagón. Era Antúnez, que dos días más tarde salta como titular al Viejo Estadio de Chamartín, donde el Sevilla empata 1-1.
El bético se siente ultrajado, ofendido y traicionado y apela a su orgullo, emprendiendo una dura presión sobre Antúnez por su cambio de escudo, y una campaña en los escasos medios a los que tenía acceso. Uno de ellos fue Radio Moscú –qué tiempos-, que calificó el hecho de “injusticia del sistema español”, entendiendo que el equipo verdiblanco, por su carácter “proletario”, recibía un trato desigual ante el “capitalista” Sevilla.
Mientras el Sevilla, en el que Antúnez juega los diez últimos partidos de titular (Sporting, Espanyol, Alcoyano, At Madrid, Athletic, Valencia, Murcia, Oviedo y Barcelona), se entretiene en ganar su único campeonato de Liga, el Betis confirma su descenso a Tercera y se hunde definitivamente en tierra movediza. Así, el club verdiblanco decide ‘denunciar’ el caso Antúnez ante la Federación Andaluza y Española, en las que no encuentra respaldo. Es entonces cuando aparece en escena el temido y respetado general Moscardó, que en aquel tiempo era el Delegado Nacional de Deportes de Francisco Franco Bahamonde. Éste será el señor que le daría la razón al Betis, dejando con el culo al aire a las federaciones anteriormente referidas y cuyos representantes terminaron dimitiendo (¿por incompetencia o por un toquecito desde el Palacio de El Pardo?).
Inmediatamente, surge la duda que incluso planteó por escrito Javier Barroso, el entonces presidente de la Federación Andaluza. Si el traspaso de Antúnez es no válido, el Sevilla habría incurrido en alineación indebida y la Liga no sería suya. El caso se quedó ahí.
Pero estaba claro que Antúnez no podía militar en un Betis de Tercera y, escasas fechas después, el central volvió a ser vendido de nuevo al Sevilla por segunda vez en apenas meses (¿se puede tener más arte?) e incluso recibió un reloj de oro como regalo de la directiva bética.
Antúnez jugaría seis temporadas más en el Sevilla, alcanzando otro subcampeonato posteriormente y la Copa del 48. Su carrera la terminaría en el Xerez Deportivo, previo paso por el Málaga.
Los béticos tienen una versión de todo lo acontecido. Los sevillistas, la suya. Yo, como periodista, me debo a la objetividad. Por eso me guardo mi versión. De momento…
Lo que sí creo es que Lopera, el día de la muerte del jugador (16 agosto de 1994), le debería de haber ofrecido un minuto de silencio, al menos por el dinero que dejó en el equipo (por partida doble). Quizás fuera porque ese caluroso día, en el que Betis disputaba un amistoso, se enfrentaba al Sevilla y podrían surgir las dudas: ¿qué club daba el pésame, y cuál lo recibía?
Fuente: SentirBetico
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