Una era tiene anunciada fecha de caducidad, 4 de octubre de 2008. Se supone que en el cambio de manos de las acciones deberían actuar más actores que los que se dedican a leer la letra pequeña y los famosos flecos.
Se supone que tras tantos años de estar en la presidencia del Betis, Don José León debiera tener el reconocimiento merecido de la afición. Igualmente, en el supuesto secretismo de las negociaciones, supuestamente también deberían cambiar de manos las responsabilidades en amplias áreas. ASí, el Señor Castaño debiera ser reconocido por su amplia labor en aras de conseguir la terminación de la ciudad deportiva.
Desgraciadamente hay otros baluartes que abandonaron el consejo antes de reconocerles nada. El señor Nuchera, que ya que visita tanto el palco podría ser homenajeado por el monumento inacabado y aquel que casi nadie sabe dónde está ni siquiera si lo que está escrito en él está bien escrito, todo un dechado de filantrópicas virtudes sin interés ninguno. Por supuesto, los que le siguen y le seguirán también debieran tener ese reconocimiento (un saque de honor, una vuelta al campo) por todo lo hecho y prometido.
Estoy seguro que todos los béticos sabrán expresar tantísimo por lo que han luchado y hecho por el club.
Pero... parece que esto se agota como una vela en las últimas, chorreando cera por todos lados, con una llamita que se apaga... O eso quieren decirnos.
El caso es que tenemos unos compradores que, a priori, tienen menos credibilidad que el Dioni con una cartilla de ahorro, tenemos un máximo accionista que si hiciéramos un libro con las promesas incumplidas daría para varios tomos. Consejeros variados que no se sabe ni qué aconsejan. Una jueza que pasaba por ahí y un perro que ladra los goles del Betis.
En medio de todo eso estamos, para bien o para mal, los béticos, que ante el cambio institucional más grande que se recuerda en el Betis, parece que vamos a cambiar de ubicación en el campo, de la zona donde te mojas a la zona donde te mojas más.
Lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a no confiar en nada de lo que nos digan o prometan, y eso duele, y ese es una parte importante del legado que nos dejan.
Se supone que tras tantos años de estar en la presidencia del Betis, Don José León debiera tener el reconocimiento merecido de la afición. Igualmente, en el supuesto secretismo de las negociaciones, supuestamente también deberían cambiar de manos las responsabilidades en amplias áreas. ASí, el Señor Castaño debiera ser reconocido por su amplia labor en aras de conseguir la terminación de la ciudad deportiva.
Desgraciadamente hay otros baluartes que abandonaron el consejo antes de reconocerles nada. El señor Nuchera, que ya que visita tanto el palco podría ser homenajeado por el monumento inacabado y aquel que casi nadie sabe dónde está ni siquiera si lo que está escrito en él está bien escrito, todo un dechado de filantrópicas virtudes sin interés ninguno. Por supuesto, los que le siguen y le seguirán también debieran tener ese reconocimiento (un saque de honor, una vuelta al campo) por todo lo hecho y prometido.
Estoy seguro que todos los béticos sabrán expresar tantísimo por lo que han luchado y hecho por el club.
Pero... parece que esto se agota como una vela en las últimas, chorreando cera por todos lados, con una llamita que se apaga... O eso quieren decirnos.
El caso es que tenemos unos compradores que, a priori, tienen menos credibilidad que el Dioni con una cartilla de ahorro, tenemos un máximo accionista que si hiciéramos un libro con las promesas incumplidas daría para varios tomos. Consejeros variados que no se sabe ni qué aconsejan. Una jueza que pasaba por ahí y un perro que ladra los goles del Betis.
En medio de todo eso estamos, para bien o para mal, los béticos, que ante el cambio institucional más grande que se recuerda en el Betis, parece que vamos a cambiar de ubicación en el campo, de la zona donde te mojas a la zona donde te mojas más.
Lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a no confiar en nada de lo que nos digan o prometan, y eso duele, y ese es una parte importante del legado que nos dejan.
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