Éste era el año en que, ahora que mi hijo ha cumplido los 8 años, yo suponía que volvería a las gradas del Villamarín con él de la mano. Éste era el año que llevo esperando desde hace al menos 3 ó 4, pero que ya soñé el mismito día en que nació Gabriel.
Obviamente, mi corazón bético se impuso en algunas ocasiones a la razón, y sucumbí a la tentación, (¿qué culpa tenía Gabriel de lo que le ocurre en la actualidad al Betis? ¿Iba a dejarlo sin vivir esos momentos tan especiales con el club de sus amores?). Así pues, acudí orgulloso -como sólo un padre puede sentirse de la mano de su hijo enfundado en la de las trece barras- al Villamarín para que pudiese disfrutar de momentos históricos de su equipo (estreno del himno del centenario contra el Atco de Madrid, partido del centenario con el Milan, frente a Osasuna jugándonos el descenso, e incluso algún que otro partido en los que mi Asociación, PNB, me ha requerido para colaborar en el reparto del Calle Betis, o de algún tifo).
Pero desde que nació, yo soñaba con que llegara el día en que comenzáramos a disfrutar del ritual dominical de acudir juntos, domingo sí, domingo no, (como a él le gusta decir) a empaparnos de beticismo en las gradas de nuestro querido Villamarín. Tenía que contenerme un agosto detrás de otro; ansiaba, a pesar de los pesares, volver al Betis, volver al Villamarín, pero me contenía porque quería que cuando lo hiciéramos, Gabriel tuviese ya la suficiente capacidad de juicio para poder entender, por sí mismo, qué cosa tan distinta a todo es este Betis nuestro. Al mismo tiempo, por qué no decirlo, así me ahorraba el trance de explicarle lo que, con palabras no puede ser explicado.
Algo de todo ésto, en su infantil percepción de la realidad, ya entendió el día de la salvación en Santander, viéndome llorar emocionado y sin consuelo escuchando a los miles de héores béticos que en las gradas del Sardinero entonaban, en un arrebato histórico de manquepierda, las primeras estrofas de nuestro himno, apelando al aquí estamos todos... mientras el Betis se despeñaba a 2ª. Aquellas lágrimas emocionadas, tornaron, por obra y gracia de Edu, en lágrimas de alivio que Gabriel trataba de secar de mis ojos mientras gritaba gol, gol, goooooooooooool... abrazado a mí.
Pero desgraciadamente, Lopera, a lo largo de estos 16 años, ha tratado de destruir todo lo que de especial, diferente, único y pasional tiene el Betis. Y casi lo ha conseguido.
Evidentemente, el Betis de siempre, el de toda la vida, el que nos legaron nuestros abuelos, sigue viviendo en cada uno de nosotros, internamente, a la espera de ser recuperado, pero nos duele sobremanera que ese genuino Betis sólo siga existiendo en nuestro recuerdo y nuestros corazones. Y todo porque un estúpido y triste ególatra pensó un día que podía apropiarse de la grandeza del Betis, y del cariño de los béticos, por el simple hecho de pagar por ellos.
Éste era el año, Lopera, éste era mi sueño. Tú lo has destrozado. Me queda el consuelo de ver que el Betis, afortunadamente, sigue fuerte e impetuoso en los corazones de muchos de mis compañeros, pero sobre todo amigos, de PNB. Esos 4 gatos, según tú, que tantos quebraderos de cabeza te están dando, y que gracias a Dios son los responsables de que aún mantenga viva la esperanza de volver al Villamarín, ahora ya de la mano de mi hijo, para ver al Betis, al verdadero Betis, y no al Lopera CF.
Ojalá pueda ser pronto. Gabriel, como tantos otros pequeños y anónimos béticos, se lo merece.
Obviamente, mi corazón bético se impuso en algunas ocasiones a la razón, y sucumbí a la tentación, (¿qué culpa tenía Gabriel de lo que le ocurre en la actualidad al Betis? ¿Iba a dejarlo sin vivir esos momentos tan especiales con el club de sus amores?). Así pues, acudí orgulloso -como sólo un padre puede sentirse de la mano de su hijo enfundado en la de las trece barras- al Villamarín para que pudiese disfrutar de momentos históricos de su equipo (estreno del himno del centenario contra el Atco de Madrid, partido del centenario con el Milan, frente a Osasuna jugándonos el descenso, e incluso algún que otro partido en los que mi Asociación, PNB, me ha requerido para colaborar en el reparto del Calle Betis, o de algún tifo).
Pero desde que nació, yo soñaba con que llegara el día en que comenzáramos a disfrutar del ritual dominical de acudir juntos, domingo sí, domingo no, (como a él le gusta decir) a empaparnos de beticismo en las gradas de nuestro querido Villamarín. Tenía que contenerme un agosto detrás de otro; ansiaba, a pesar de los pesares, volver al Betis, volver al Villamarín, pero me contenía porque quería que cuando lo hiciéramos, Gabriel tuviese ya la suficiente capacidad de juicio para poder entender, por sí mismo, qué cosa tan distinta a todo es este Betis nuestro. Al mismo tiempo, por qué no decirlo, así me ahorraba el trance de explicarle lo que, con palabras no puede ser explicado.
Algo de todo ésto, en su infantil percepción de la realidad, ya entendió el día de la salvación en Santander, viéndome llorar emocionado y sin consuelo escuchando a los miles de héores béticos que en las gradas del Sardinero entonaban, en un arrebato histórico de manquepierda, las primeras estrofas de nuestro himno, apelando al aquí estamos todos... mientras el Betis se despeñaba a 2ª. Aquellas lágrimas emocionadas, tornaron, por obra y gracia de Edu, en lágrimas de alivio que Gabriel trataba de secar de mis ojos mientras gritaba gol, gol, goooooooooooool... abrazado a mí.
Pero desgraciadamente, Lopera, a lo largo de estos 16 años, ha tratado de destruir todo lo que de especial, diferente, único y pasional tiene el Betis. Y casi lo ha conseguido.
Evidentemente, el Betis de siempre, el de toda la vida, el que nos legaron nuestros abuelos, sigue viviendo en cada uno de nosotros, internamente, a la espera de ser recuperado, pero nos duele sobremanera que ese genuino Betis sólo siga existiendo en nuestro recuerdo y nuestros corazones. Y todo porque un estúpido y triste ególatra pensó un día que podía apropiarse de la grandeza del Betis, y del cariño de los béticos, por el simple hecho de pagar por ellos.
Éste era el año, Lopera, éste era mi sueño. Tú lo has destrozado. Me queda el consuelo de ver que el Betis, afortunadamente, sigue fuerte e impetuoso en los corazones de muchos de mis compañeros, pero sobre todo amigos, de PNB. Esos 4 gatos, según tú, que tantos quebraderos de cabeza te están dando, y que gracias a Dios son los responsables de que aún mantenga viva la esperanza de volver al Villamarín, ahora ya de la mano de mi hijo, para ver al Betis, al verdadero Betis, y no al Lopera CF.
Ojalá pueda ser pronto. Gabriel, como tantos otros pequeños y anónimos béticos, se lo merece.
Comentario