Iba yo sin pensar en nada, cuando al pasar al lado de una antena de teléfonos móviles algo cortocicuitó en medio de receptor emisor y derivó un mensaje en forma de tornillo de buen diámetro que impactó en mi gorra, cosa que no amortiguó el golpe con lo que había debajo de ésta.
Y me fue concedido el milagro, milagro tecnológico, eso sí, empecé a ver la fórmula mágica para acabar con los destructores.
Así, es bien sencilla, aunque en su sencillez me quedé mirándola y me quedé alucinado. Voy a relatarla tal y cómo me fue conferida, porque por mucha tecnología que valga parecía más alquimia que otra cosa...
Sírvase el interesado en acabar con los duros callos opositores tener a mano un buen puñado de ladrillos y en hileras, con maña y mortero, chispas y golpes cuerdos, un campo de fútbol entero, con todo, hasta con sombrero. Este arte y hechizo no debe ser caducado en el tiempo, porque lejos de ser certero, se convertirá en sapo partero.
Una vez el primer hechizo desarrollado, comprobará el brujo acaudalado que los destructores por arte de magia habrán menguado. Pero no queda ahí la cosa, pues la fórmula tiene más encantos pendientes de realizar. Aquí va el siguiente... Reunirá el Brujo en su campo de entrenamiento, sobre alfombras verdes ya sean de fino césped o de textil sin par, a todas las huestes de su escudo de nuevo a jugar. No demorarse en empezar es ya un éxito visto al final. Caminos duros son los que llevan de nuevo a las huestes a esa casa ideal cuando a final de semana todo es correr y ganar.
Dos brujerías hechas se supone con alegría, sin disimulos ni malicias, y comprobará de nuevo el brujo acaudalado, que el hechizo ha funcionado. Cuántos de los primigenios destructores, banderitas y buena labor quedan? Muchos menos, se podrá comprobar.
Siguiendo la senda de la fórmula mágica, todavía queda trabajo por hacer, pues en esta parte el encantamiento pasa por pasar del brujo al encantador encantado. Bajo las reuniones anuales, cercanas al solsticio de invierno, no mostrará malos humos, no sacará de sus alforjas malos conjuros ni invocará demonios durante la congregación, pues es el brujo aquel que debe dar más que recibir de sus iguales, aunque estos no estén iniciados en las artes mágicas y entre ellos estén aquellos con los que quiere acabar.
Comprobará que tras la celebración de varias congregaciones, el hechizo será hasta beneficioso para el propio brujo, pues lejos de estar sujeto a un encantamiento perverso, éste se liberará y ante sus ojos menguará el número de destructores.
Otro método a aplicar en las artes mágicas es el del cuerno que avisa de las tempestades, ese que habla lo que queremos oir, ese que esconde al pérfido duende que cabe como puede y grita como el que más. Éste, el duende, que debe de adelgazar, y en la dieta mágica a aplicar, líbrenme los dioses del bosque poder detallar por su complejidad, y a cada kilo a volatizar los pergaminos azules debe cambiar. Del cuerno sonoro deben salir otros sonidos que, al cambiar, hará a los destructores menguar.
Es el brujo el encargado del reino de reclutar guerreros para las justas con otros castillos, para las guerras con otros reinos. Debe ser certero y tener en el espejo mágico no un genio de las tierras de Mompar y Let, sino un espejo de última generación, un espejo que le haga de adivino hábil y diestro, un espejo mágico al que invocar y sacar consejo acertado para que la compañía en la que los guerreros moran se vea habitada por aquellos que sientan el escudo de armas que los ampara, además de recibir buenos sueldos. Es éste espejo, así como de reflejo, el que hará que, de nuevo, los destructores aminorarán.
Siguiendo con las labores mágicas para acabar con todo rastro de esos destructores que parecen despiadados, el brujo debería observar que el castillo a cuidar muchas carencias debe soportar. Las justas a veces entre ***** son llamadas con trompetas rotas, los aposentos longevos están, las aguas sucias escapan y al pueblo llano van a dar. Son muchas las labores mágicas y en ésta el brujo se ha de arremangar. Hágalo, Brujo acaudalado, y más destructores desaparecerán.
En este punto, no son artes mágicas las que debe utilizar, sino más bien no invocar a nuevos brujos, desconocidos, tristes y taciturnos, no invocar a nuevas tierras conquistadas cuando no se puso pica por parte de nadie allá, no invocar nuevos guerreros para sus escudos tener en falta que echar. O sea, domar la lengua, tener las riendas de los pensamientos en voz al pueblo para que las promesas se transformen en mentiras y éstas en tristes augurios de transformaciones, en plena luna llena, de sumisos valedores del pueblo en oscuros destructores, y eso con esta fórmula no va.
Por último, y también más importante para que la fórmula pueda funcionar, no toque el brujo el tesoro que el pueblo le ha ayudado a acumular, que sus ojos no se vuelvan avariciosos, que en sus bolsillos no se llenen de vil metal. Y sobre todo, no confunda el brujo al reino al cual llegó para ayudar en un frío juego donde es el que manda más, pues entonces, aquello para lo que esta fórmula ha sido concebida no será más que triste ceniza que al río irá.
Hágase esta fórmula en conjunto y los destructores no aparecerán. Hágase esta fórmula con pasión, con ganas, con devoción, con servicio al pueblo bético y temer en nada tendrá. Pero si en su dejadez callese, si confundiese su persona con el reino a ayudar, transformará todas las lunas nuevas, llenas, plenilunios y días de sol sin igual a tantos del pueblo en destructores que su vida no será igual, ni por lo que traicionará ni por lo que la historia le hará...
Tenga cuidado el brujo acaudalado, porque con las fórmulas mágicas no se juega...
Tras tamaña revelación, cogí el tornillo y aturdido me metí en casa a escribir estas palabras, que la memoria es muy mala y creo que deben ser por todos sabidas. Y ahora, una aspirina.
Y me fue concedido el milagro, milagro tecnológico, eso sí, empecé a ver la fórmula mágica para acabar con los destructores.
Así, es bien sencilla, aunque en su sencillez me quedé mirándola y me quedé alucinado. Voy a relatarla tal y cómo me fue conferida, porque por mucha tecnología que valga parecía más alquimia que otra cosa...
Sírvase el interesado en acabar con los duros callos opositores tener a mano un buen puñado de ladrillos y en hileras, con maña y mortero, chispas y golpes cuerdos, un campo de fútbol entero, con todo, hasta con sombrero. Este arte y hechizo no debe ser caducado en el tiempo, porque lejos de ser certero, se convertirá en sapo partero.
Una vez el primer hechizo desarrollado, comprobará el brujo acaudalado que los destructores por arte de magia habrán menguado. Pero no queda ahí la cosa, pues la fórmula tiene más encantos pendientes de realizar. Aquí va el siguiente... Reunirá el Brujo en su campo de entrenamiento, sobre alfombras verdes ya sean de fino césped o de textil sin par, a todas las huestes de su escudo de nuevo a jugar. No demorarse en empezar es ya un éxito visto al final. Caminos duros son los que llevan de nuevo a las huestes a esa casa ideal cuando a final de semana todo es correr y ganar.
Dos brujerías hechas se supone con alegría, sin disimulos ni malicias, y comprobará de nuevo el brujo acaudalado, que el hechizo ha funcionado. Cuántos de los primigenios destructores, banderitas y buena labor quedan? Muchos menos, se podrá comprobar.
Siguiendo la senda de la fórmula mágica, todavía queda trabajo por hacer, pues en esta parte el encantamiento pasa por pasar del brujo al encantador encantado. Bajo las reuniones anuales, cercanas al solsticio de invierno, no mostrará malos humos, no sacará de sus alforjas malos conjuros ni invocará demonios durante la congregación, pues es el brujo aquel que debe dar más que recibir de sus iguales, aunque estos no estén iniciados en las artes mágicas y entre ellos estén aquellos con los que quiere acabar.
Comprobará que tras la celebración de varias congregaciones, el hechizo será hasta beneficioso para el propio brujo, pues lejos de estar sujeto a un encantamiento perverso, éste se liberará y ante sus ojos menguará el número de destructores.
Otro método a aplicar en las artes mágicas es el del cuerno que avisa de las tempestades, ese que habla lo que queremos oir, ese que esconde al pérfido duende que cabe como puede y grita como el que más. Éste, el duende, que debe de adelgazar, y en la dieta mágica a aplicar, líbrenme los dioses del bosque poder detallar por su complejidad, y a cada kilo a volatizar los pergaminos azules debe cambiar. Del cuerno sonoro deben salir otros sonidos que, al cambiar, hará a los destructores menguar.
Es el brujo el encargado del reino de reclutar guerreros para las justas con otros castillos, para las guerras con otros reinos. Debe ser certero y tener en el espejo mágico no un genio de las tierras de Mompar y Let, sino un espejo de última generación, un espejo que le haga de adivino hábil y diestro, un espejo mágico al que invocar y sacar consejo acertado para que la compañía en la que los guerreros moran se vea habitada por aquellos que sientan el escudo de armas que los ampara, además de recibir buenos sueldos. Es éste espejo, así como de reflejo, el que hará que, de nuevo, los destructores aminorarán.
Siguiendo con las labores mágicas para acabar con todo rastro de esos destructores que parecen despiadados, el brujo debería observar que el castillo a cuidar muchas carencias debe soportar. Las justas a veces entre ***** son llamadas con trompetas rotas, los aposentos longevos están, las aguas sucias escapan y al pueblo llano van a dar. Son muchas las labores mágicas y en ésta el brujo se ha de arremangar. Hágalo, Brujo acaudalado, y más destructores desaparecerán.
En este punto, no son artes mágicas las que debe utilizar, sino más bien no invocar a nuevos brujos, desconocidos, tristes y taciturnos, no invocar a nuevas tierras conquistadas cuando no se puso pica por parte de nadie allá, no invocar nuevos guerreros para sus escudos tener en falta que echar. O sea, domar la lengua, tener las riendas de los pensamientos en voz al pueblo para que las promesas se transformen en mentiras y éstas en tristes augurios de transformaciones, en plena luna llena, de sumisos valedores del pueblo en oscuros destructores, y eso con esta fórmula no va.
Por último, y también más importante para que la fórmula pueda funcionar, no toque el brujo el tesoro que el pueblo le ha ayudado a acumular, que sus ojos no se vuelvan avariciosos, que en sus bolsillos no se llenen de vil metal. Y sobre todo, no confunda el brujo al reino al cual llegó para ayudar en un frío juego donde es el que manda más, pues entonces, aquello para lo que esta fórmula ha sido concebida no será más que triste ceniza que al río irá.
Hágase esta fórmula en conjunto y los destructores no aparecerán. Hágase esta fórmula con pasión, con ganas, con devoción, con servicio al pueblo bético y temer en nada tendrá. Pero si en su dejadez callese, si confundiese su persona con el reino a ayudar, transformará todas las lunas nuevas, llenas, plenilunios y días de sol sin igual a tantos del pueblo en destructores que su vida no será igual, ni por lo que traicionará ni por lo que la historia le hará...
Tenga cuidado el brujo acaudalado, porque con las fórmulas mágicas no se juega...
Tras tamaña revelación, cogí el tornillo y aturdido me metí en casa a escribir estas palabras, que la memoria es muy mala y creo que deben ser por todos sabidas. Y ahora, una aspirina.
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