El polaco
Ferrán estaba temblando, se incorporaba al Regimiento de Caballería nº 7 de Sevilla. La entrada, como casi la de todos los cuarteles, olía por las mañanas a lejía y por las noches a humedad.
Venía del corto permiso después de jurar bandera, al igual que otros, o de Ovejo o del Muriano. Unos días para estar con la familia y para pensar en el año que le quedaba por delante. En su mente sacarse todos los carnéts de conducir posibles para ayudar en casa.
Formaba con los que llegaban soñolientos después de pasar toda la noche en autobuses y trenes, pero asustados de lo que las leyendas de abuelos pendencieros habían escuchado de reclutas.
A formar... Firmessssss. Y su brazo se estiró todo lo que pudo hasta que las yemas de los dedos tocaron a su compañero de delante, que se le adivinaba unos trasquilones y alguna calva testigo de pedradas infantiles.
Y no se equivocaba, en el tercer escuadrón pasó días duros soportando novatadas, soportando a mandos que por querer imponer más que mandar hacían que los arrestos fueran por motivos casi infantiles. Pero le tocó un compañero de litera que al principio le molestó por su aire del sur al que le costaba acostumbrarse tras salir de su Borjas Blancas natal, allá en Lérida.
Pepe dormía arriba, y era un enjuto sevillano del barrio de La Oliva al que la suerte le llevó a hacer la mili en casa. La suerte y los siete hermanos que iban detrás de él en esos pisitos al lado de la vía.
Pepe siempre estaba de buen humor, incluso apreciaba la comida del cuartel. "En casa sí que tengo yo un cuartel" decía siempre con humor.
Una de esas primeras mañanas que el despertar venía por un toque de corneta desafinado Ferrán se fijó en una hoja de periódico que tenía impresa escudo.
- Qué es eso, Pepe?
- Por Diós, Ferrán, de dónde sales? Es el escudo del Glorioso, lo más grande que ha parío madre.
Ferrán, que de fútbol sabía lo que Pepe de las manzanas que cultivaba en Lérida, se quedó un poco perplejo. Pero Pepe no se callaba, y camino del comedor le habló de mil y una historias vividas con su padre, con sus hermanos, con sus vecinos, todas con el Betis de nexo de unión. Y el Betis siguió en la boca de Pepe, que cuando rompían filas en el patio siempre soltaba un "viva el Betis".
Ferrán y Pepe compartieron también aquellos M47 veteranos de otras guerras que en el ejército español cobraban segunda vida en viejos cuarteles. En su mole de acero, al lado del compartimento de munición, había grabado el manquepierda, que es como se le conocía a aquel tanque entre los soldados del escuadrón de Ferrán.
Las navidades de 1980 fueron agridulces para Ferrán, que no pudo ir a Lérida a celebrarlas. Pero siempre tenía al incombustible Pepe, que se lo llevó a su casa en Nochebuena y lo sentó entre su prole. Donde comen 9 comen 10, decía con la risa contagiosa que siempre dejaba ver sus desencajados dientes. También lo coló en el partido del día de los inocentes, cuando vestidos de militar entraban con ciertas súplicas por gol sur. Perdimos con el Español, pero los béticos de alrededor de los dos soldaditos se divirtieron con los cánticos de acento catalán cerrado y cómo Ferrán mordía la gorra.
Aquella mañana de lunes de febrero a Ferrán le tocó retén de vehículos y a Pepe guardia. Parecía un día normal salvo por los movimientos que había entre los oficiales. Ferrán movía su camión por Sevilla llevando material de un sitio a otro. Un poquito más de trabajo de lo normal pero poco más.
Pepe pasaba de estar firmes por llegar el coronel a la garita a mirar el canal del Guadaira. La monotonía de la guardia era algo a lo que se había acostumbrado y se había traído el ABC de la cantina para leer noticias del Betis una y otra vez. Pero tras la rápida comida de la guardia empezaron a verse movimientos en el cuartel. Algo no olía bien y en los cruces de miradas en el cuerpo de guardia de Ferrán y Pepe la preocupación saltaba a la vista.
Cayó la noche sobre Sevilla y era fría y húmeda, el cuartel estaba en alerta pero los soldados estaban confusos. Pepe estaba al lado del cuerpo de guardia, cuando fue llamado al despacho del Capitán de la Guardia. Allí se sorprendió al encontrarse a Ferrán, y no era el capitán de la guardia el que les hablaba. Un oficial de alto rango que no reconocían les ordenó llevar una carta a Capitanía General. Allí, en la puerta, otro oficial los esperaría. Junto con la carta había veladas amenazas de urgencia y diligencia en la entrega.
A Pepe se le cayó el periódico que guardaba entre el tres cuartos abriéndose por las páginas donde hablaban del gol de Morán al Barcelona y del empate de SChuster en el 71. Pero en esos momentos nadie se fijó en ese detalle. La orden era clara, llevar inmediatamente un sobre a Capitanía en un jeep que conduciría Ferrán y lo acompañaría Pepe. A los dos les temblaban las piernas.
Salieron escopetados en el jeep y se encaminaron por la avenida de Jerez camino del Parque de Maria Luisa. Con un sudor frío que le recorría el cuerpo Pepe miraba y remiraba el sobre cerrado. A la altura de la Venta Ruiz se fijaron en una furgoneta de panadería con más ocupantes de lo habitual repostando en la gasolinera. En ella Pepe reconoció a un vecino y lo saludó. El vecino, Tomás, se había sobresaltado y después le dió un apretón de manos. Le dijo que si estaban locos de salir por ahí, que un guardia civil había entrado en el Congreso y que se cuidasen mucho.
El miedo se les agarró más que nunca a la garganta y salieron despacio, con cuidado, y el sobre pesaba y pesaba en las manos de Pepe. Casi por instinto, Pepe rompió el sobre ante el espanto de Ferrán que empezó a insultarlo de mil maneras. Pero ya estaba roto. Frenó en seco Ferrán frente al Benito Villamarín. Pepe leyó en voz alta el mensaje que contenía el sobre:
- Preparada la toma de Caballería, mandos neutralizados, esperamos órdenes para cerrar Sevilla por el Sur.
Sin ninguna firma, la nota era de por sí demoledora. Ambos se miraron con pánico. Durante algunos segundos se mantuvieron en silencio. Transcurrido ese tiempo seco, duro y frío, Pepe le conmino a Ferrán a que se moviese rápido que cogiese la calle García Tejero, tenía que pensar. En aquella esquina, en el remozado Benito Villamarín, Pepe encontró algo de amparo.
Y su mente maquinó rápido. Había una pequeña obra de reparación de una puerta de gol norte y como una bala se bajó y le dijo a Ferrán que le siguiera. Con las manos rápidas hizo un poco de masa con cemento, agua y arena y metió el sobre en un ladrillo. Ferrán lo miraba divertido mientras pensaba en fusilamientos y cosas parecidas.
Cuando terminó, varios ladrillos con cemento fresco seguían la hilera dejada en el tajo por los albañiles que arreglaban desperfectos del gol norte. Temblando, Pepe miró a su amigo y encogiendo los hombros dijo: "vámonos a casa".
Durante el tiempo que estuvieron desaparecidos pensaron en mil cosas, todas malas, pero también pasaron otras mil cosas. Valencia tenía los tanques en la calle, el Rey llamaba a los capitanes generales, en Sevilla muchos esperaban ver a qué bando apuntarse y la cadencia viva del golpe llevaba su curso... Madrid, Valencia, Sevilla... pero Sevilla no siguió al resto y el golpe fracasó.
Ferrán y Pepe volvieron al día siguiente al cuartel donde todo estaba en tensa calma. El capitán de guardia les hizo algunas preguntas que él mismo no sabía qué hacer. Así que, en ese desbarajuste nocturno, dejó pasar a los dos reclutas sin pensar en nada que le diese dolores de cabeza.
Aquello pasó y Ferrán y Pepe, tras licenciarse no dijeron nada a nadie nunca. Siguieron siendo amigos y varias veces coincidieron en Barcelona cuando jugaba el Betis, del que Ferrán y sus hijos eran seguidores. Pepe se fué hace poco víctima de un infarto traidor, haciendo que Ferrán viniese desde Borjas Blancas a presentar sus respetos a la familia.
Jose, el hijo mayor de Pepe, lo acompañó a visitar el campo del Betis, donde Ferrán recordó las mil y una aventuras vividas esos locos años de la mili. Vió el gol norte nuevo y preguntó cuándo fue el derribo. Jose le dijo que sobre el 2000 y que los escombros fueron arrojados al antiguo cauce del Guadaira. Fueron andando hasta allí, y sobre el puente, en la barandilla de hierro forjado, Ferrán miró hacia la ciudad deportiva, escudriñando dónde estaría el ladrillo que Pepe colocó en el campo del Betis.
Ferrán estaba temblando, se incorporaba al Regimiento de Caballería nº 7 de Sevilla. La entrada, como casi la de todos los cuarteles, olía por las mañanas a lejía y por las noches a humedad.
Venía del corto permiso después de jurar bandera, al igual que otros, o de Ovejo o del Muriano. Unos días para estar con la familia y para pensar en el año que le quedaba por delante. En su mente sacarse todos los carnéts de conducir posibles para ayudar en casa.
Formaba con los que llegaban soñolientos después de pasar toda la noche en autobuses y trenes, pero asustados de lo que las leyendas de abuelos pendencieros habían escuchado de reclutas.
A formar... Firmessssss. Y su brazo se estiró todo lo que pudo hasta que las yemas de los dedos tocaron a su compañero de delante, que se le adivinaba unos trasquilones y alguna calva testigo de pedradas infantiles.
Y no se equivocaba, en el tercer escuadrón pasó días duros soportando novatadas, soportando a mandos que por querer imponer más que mandar hacían que los arrestos fueran por motivos casi infantiles. Pero le tocó un compañero de litera que al principio le molestó por su aire del sur al que le costaba acostumbrarse tras salir de su Borjas Blancas natal, allá en Lérida.
Pepe dormía arriba, y era un enjuto sevillano del barrio de La Oliva al que la suerte le llevó a hacer la mili en casa. La suerte y los siete hermanos que iban detrás de él en esos pisitos al lado de la vía.
Pepe siempre estaba de buen humor, incluso apreciaba la comida del cuartel. "En casa sí que tengo yo un cuartel" decía siempre con humor.
Una de esas primeras mañanas que el despertar venía por un toque de corneta desafinado Ferrán se fijó en una hoja de periódico que tenía impresa escudo.
- Qué es eso, Pepe?
- Por Diós, Ferrán, de dónde sales? Es el escudo del Glorioso, lo más grande que ha parío madre.
Ferrán, que de fútbol sabía lo que Pepe de las manzanas que cultivaba en Lérida, se quedó un poco perplejo. Pero Pepe no se callaba, y camino del comedor le habló de mil y una historias vividas con su padre, con sus hermanos, con sus vecinos, todas con el Betis de nexo de unión. Y el Betis siguió en la boca de Pepe, que cuando rompían filas en el patio siempre soltaba un "viva el Betis".
Ferrán y Pepe compartieron también aquellos M47 veteranos de otras guerras que en el ejército español cobraban segunda vida en viejos cuarteles. En su mole de acero, al lado del compartimento de munición, había grabado el manquepierda, que es como se le conocía a aquel tanque entre los soldados del escuadrón de Ferrán.
Las navidades de 1980 fueron agridulces para Ferrán, que no pudo ir a Lérida a celebrarlas. Pero siempre tenía al incombustible Pepe, que se lo llevó a su casa en Nochebuena y lo sentó entre su prole. Donde comen 9 comen 10, decía con la risa contagiosa que siempre dejaba ver sus desencajados dientes. También lo coló en el partido del día de los inocentes, cuando vestidos de militar entraban con ciertas súplicas por gol sur. Perdimos con el Español, pero los béticos de alrededor de los dos soldaditos se divirtieron con los cánticos de acento catalán cerrado y cómo Ferrán mordía la gorra.
Aquella mañana de lunes de febrero a Ferrán le tocó retén de vehículos y a Pepe guardia. Parecía un día normal salvo por los movimientos que había entre los oficiales. Ferrán movía su camión por Sevilla llevando material de un sitio a otro. Un poquito más de trabajo de lo normal pero poco más.
Pepe pasaba de estar firmes por llegar el coronel a la garita a mirar el canal del Guadaira. La monotonía de la guardia era algo a lo que se había acostumbrado y se había traído el ABC de la cantina para leer noticias del Betis una y otra vez. Pero tras la rápida comida de la guardia empezaron a verse movimientos en el cuartel. Algo no olía bien y en los cruces de miradas en el cuerpo de guardia de Ferrán y Pepe la preocupación saltaba a la vista.
Cayó la noche sobre Sevilla y era fría y húmeda, el cuartel estaba en alerta pero los soldados estaban confusos. Pepe estaba al lado del cuerpo de guardia, cuando fue llamado al despacho del Capitán de la Guardia. Allí se sorprendió al encontrarse a Ferrán, y no era el capitán de la guardia el que les hablaba. Un oficial de alto rango que no reconocían les ordenó llevar una carta a Capitanía General. Allí, en la puerta, otro oficial los esperaría. Junto con la carta había veladas amenazas de urgencia y diligencia en la entrega.
A Pepe se le cayó el periódico que guardaba entre el tres cuartos abriéndose por las páginas donde hablaban del gol de Morán al Barcelona y del empate de SChuster en el 71. Pero en esos momentos nadie se fijó en ese detalle. La orden era clara, llevar inmediatamente un sobre a Capitanía en un jeep que conduciría Ferrán y lo acompañaría Pepe. A los dos les temblaban las piernas.
Salieron escopetados en el jeep y se encaminaron por la avenida de Jerez camino del Parque de Maria Luisa. Con un sudor frío que le recorría el cuerpo Pepe miraba y remiraba el sobre cerrado. A la altura de la Venta Ruiz se fijaron en una furgoneta de panadería con más ocupantes de lo habitual repostando en la gasolinera. En ella Pepe reconoció a un vecino y lo saludó. El vecino, Tomás, se había sobresaltado y después le dió un apretón de manos. Le dijo que si estaban locos de salir por ahí, que un guardia civil había entrado en el Congreso y que se cuidasen mucho.
El miedo se les agarró más que nunca a la garganta y salieron despacio, con cuidado, y el sobre pesaba y pesaba en las manos de Pepe. Casi por instinto, Pepe rompió el sobre ante el espanto de Ferrán que empezó a insultarlo de mil maneras. Pero ya estaba roto. Frenó en seco Ferrán frente al Benito Villamarín. Pepe leyó en voz alta el mensaje que contenía el sobre:
- Preparada la toma de Caballería, mandos neutralizados, esperamos órdenes para cerrar Sevilla por el Sur.
Sin ninguna firma, la nota era de por sí demoledora. Ambos se miraron con pánico. Durante algunos segundos se mantuvieron en silencio. Transcurrido ese tiempo seco, duro y frío, Pepe le conmino a Ferrán a que se moviese rápido que cogiese la calle García Tejero, tenía que pensar. En aquella esquina, en el remozado Benito Villamarín, Pepe encontró algo de amparo.
Y su mente maquinó rápido. Había una pequeña obra de reparación de una puerta de gol norte y como una bala se bajó y le dijo a Ferrán que le siguiera. Con las manos rápidas hizo un poco de masa con cemento, agua y arena y metió el sobre en un ladrillo. Ferrán lo miraba divertido mientras pensaba en fusilamientos y cosas parecidas.
Cuando terminó, varios ladrillos con cemento fresco seguían la hilera dejada en el tajo por los albañiles que arreglaban desperfectos del gol norte. Temblando, Pepe miró a su amigo y encogiendo los hombros dijo: "vámonos a casa".
Durante el tiempo que estuvieron desaparecidos pensaron en mil cosas, todas malas, pero también pasaron otras mil cosas. Valencia tenía los tanques en la calle, el Rey llamaba a los capitanes generales, en Sevilla muchos esperaban ver a qué bando apuntarse y la cadencia viva del golpe llevaba su curso... Madrid, Valencia, Sevilla... pero Sevilla no siguió al resto y el golpe fracasó.
Ferrán y Pepe volvieron al día siguiente al cuartel donde todo estaba en tensa calma. El capitán de guardia les hizo algunas preguntas que él mismo no sabía qué hacer. Así que, en ese desbarajuste nocturno, dejó pasar a los dos reclutas sin pensar en nada que le diese dolores de cabeza.
Aquello pasó y Ferrán y Pepe, tras licenciarse no dijeron nada a nadie nunca. Siguieron siendo amigos y varias veces coincidieron en Barcelona cuando jugaba el Betis, del que Ferrán y sus hijos eran seguidores. Pepe se fué hace poco víctima de un infarto traidor, haciendo que Ferrán viniese desde Borjas Blancas a presentar sus respetos a la familia.
Jose, el hijo mayor de Pepe, lo acompañó a visitar el campo del Betis, donde Ferrán recordó las mil y una aventuras vividas esos locos años de la mili. Vió el gol norte nuevo y preguntó cuándo fue el derribo. Jose le dijo que sobre el 2000 y que los escombros fueron arrojados al antiguo cauce del Guadaira. Fueron andando hasta allí, y sobre el puente, en la barandilla de hierro forjado, Ferrán miró hacia la ciudad deportiva, escudriñando dónde estaría el ladrillo que Pepe colocó en el campo del Betis.
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