Todo héroe precisa de un episodio de generosidad y valentía para erigirse como tal. En la gran mayoría de los casos todo surge de manera imprevisible: un vecino que arriesga su vida para alertar a la comunidad del peligro de se acerca, aquel otro que se lanza desde un puente para ayudar al desconocido que se ahoga, el jugador que se juega el físico para que el balón cruce la línea de gol, el que entrega parte o toda su fortuna para una buena causa…Así, un sinfín de ejemplos, porque todos hemos usado alguna que otra vez esa expresión que dice algo así como “este es mi héroe”.
Pero como dije antes, casi siempre es algo imprevisto. Para justificar ese “casi” vuelvo al último de mis ejemplos, los que supuestamente arriesgan su patrimonio para un buen fin. En estos casos suele hacer acto de presencia la vanidad, la cual, o bien se deja ver desde un primer momento, o bien aparece con el paso del tiempo. Aunque no seré yo el que desmienta que el bueno de Schindler, como una de las pocas excepciones que suelen dar validez a esta regla, solo buscaba la paz consigo mismo cuando compraba felicidad para regalarla,
El héroe vanidoso es tan común como antiguo. El señor feudal podía llegar a serlo para el plebeyo por el simple hecho de recibir, en tiempos de penurias, trabajo, comida y cama, aunque fuese a cambio de entregar su vida, y bajo el signo de pleitesía eterna. Y resulta curioso como esta escena, trasladada a situaciones más actuales, puede llegar a ser de lo más esclarecedora.
Traslademos esta idea a lo que nos ocupa, que no es otra cosa que el Real Betis Balompié. A lo largo de su centenaria historia ha habido infinidad de héroes. Quede claro que siempre hablo del héroe común, que los de comics están más cerca de Dios, o sea, que no existen, aunque algunos (si hay que trepar se trepa) hacen malabares por un plato de lentejas. Pero bueno, volvamos mejor a los héroes. Como decía, han sido muchos los que han dado su vida por este club, con humildad, sin pedir nada a cambio, solo la satisfacción del deber cumplido. Y no cito a ninguno porque se me quedarían muchos en el tintero y no me parece correcto. Pero por suerte (mala) o por desgracia, nos ha tocado la era del héroe vanidoso. Si era vanidoso antes que héroe o le vino con el tiempo lo dejo a juicio de cada uno. Porque el que más o el que menos ha coreado su nombre antes de perder la inocencia.
Nos ha tocado vivir la era de la adoración programada, obligada. Adoración en la que nuestro héroe busca el amparo necesario para conseguir la inmunidad que hasta ahora de tanto le ha servido. Pero llega un momento en que este encopetado personaje, para conservar ese estatus rentable, necesita alimentar, a las por él llamadas criaturitas, con más actos heroicos que no llegan porque en ello quizás le vaya lo material, que al fin y al cabo es lo único que posee, bien porque de lo otro nunca tuvo, bien porque se lo dejó por el camino. Válgame Dios pues, que nos ha tocado la era del héroe vanidoso y cicatero.
Es por esto que, para no pasar de adalid a la categoría de simple personaje singular con riesgo de rozar lo esperpéntico, el recurso elegido es cuestión de pura lógica: todo héroe que se precie y pretenda mantenerse en la cúspide necesita de villanos. La estrategia empleada es por todos de sobra conocida. Se busca personal, preferentemente de dudosos escrúpulos, hijos de padres sin descendencia que se venda por menos de nada, y a montar una fábrica de villanos que ya vamos tarde. Es curioso como el encargado de la fábrica bien podía haber acabado como villano con el simple hecho de haberse respetado a si mismo, pero como se suele decir, con dinero baila el perro.
La táctica no es del todo descabellada de no ser porque la inmensa mayoría de la clientela ya se encuentra en un estado irreversible aunque aun quedan reductos de mentes tranquilas y diáfanas donde suenan palmas por alegrías pero sin compás.
Los agraviados, gente de bien cuyo único delito puede ser el de abrir los ojos para ver más de la cuenta y contar todo lo que ven, que estén tranquilos que el tiempo, más pronto o más tarde, pone a cada uno en su lugar. Aunque también es cierto eso de que difama que algo queda, pero para eso es necesario que al comunicador no solo le den la razón los espejos.
En definitiva, nos ha tocado vivir la era de un héroe, común por supuesto, descentrado, vanidoso, cicatero y estancado en su hazaña, que pierde fuelle y gana miedo. Y lo más triste, para él, es que ya no está en su mano la forma en que se le recordará. Precisamente en Jerusalén, en la Avenida de los Hombres Justos, hay un árbol plantado que recuerda la figura de Schindler. El Betis, que no morirá nunca a pesar de, ya tiene toda una Avenida de enfiladas palmeras. Otros, el único árbol que adorna su honor es el pino que servirá para hacer el traje de madera que todos nos pondremos algún día (a no ser que se recurra al bronce o al pan de oro). Y es que la Luna sale todas las noches, lo que ocurre es que unas veces se ve y otras no.
Pero como dije antes, casi siempre es algo imprevisto. Para justificar ese “casi” vuelvo al último de mis ejemplos, los que supuestamente arriesgan su patrimonio para un buen fin. En estos casos suele hacer acto de presencia la vanidad, la cual, o bien se deja ver desde un primer momento, o bien aparece con el paso del tiempo. Aunque no seré yo el que desmienta que el bueno de Schindler, como una de las pocas excepciones que suelen dar validez a esta regla, solo buscaba la paz consigo mismo cuando compraba felicidad para regalarla,
El héroe vanidoso es tan común como antiguo. El señor feudal podía llegar a serlo para el plebeyo por el simple hecho de recibir, en tiempos de penurias, trabajo, comida y cama, aunque fuese a cambio de entregar su vida, y bajo el signo de pleitesía eterna. Y resulta curioso como esta escena, trasladada a situaciones más actuales, puede llegar a ser de lo más esclarecedora.
Traslademos esta idea a lo que nos ocupa, que no es otra cosa que el Real Betis Balompié. A lo largo de su centenaria historia ha habido infinidad de héroes. Quede claro que siempre hablo del héroe común, que los de comics están más cerca de Dios, o sea, que no existen, aunque algunos (si hay que trepar se trepa) hacen malabares por un plato de lentejas. Pero bueno, volvamos mejor a los héroes. Como decía, han sido muchos los que han dado su vida por este club, con humildad, sin pedir nada a cambio, solo la satisfacción del deber cumplido. Y no cito a ninguno porque se me quedarían muchos en el tintero y no me parece correcto. Pero por suerte (mala) o por desgracia, nos ha tocado la era del héroe vanidoso. Si era vanidoso antes que héroe o le vino con el tiempo lo dejo a juicio de cada uno. Porque el que más o el que menos ha coreado su nombre antes de perder la inocencia.
Nos ha tocado vivir la era de la adoración programada, obligada. Adoración en la que nuestro héroe busca el amparo necesario para conseguir la inmunidad que hasta ahora de tanto le ha servido. Pero llega un momento en que este encopetado personaje, para conservar ese estatus rentable, necesita alimentar, a las por él llamadas criaturitas, con más actos heroicos que no llegan porque en ello quizás le vaya lo material, que al fin y al cabo es lo único que posee, bien porque de lo otro nunca tuvo, bien porque se lo dejó por el camino. Válgame Dios pues, que nos ha tocado la era del héroe vanidoso y cicatero.
Es por esto que, para no pasar de adalid a la categoría de simple personaje singular con riesgo de rozar lo esperpéntico, el recurso elegido es cuestión de pura lógica: todo héroe que se precie y pretenda mantenerse en la cúspide necesita de villanos. La estrategia empleada es por todos de sobra conocida. Se busca personal, preferentemente de dudosos escrúpulos, hijos de padres sin descendencia que se venda por menos de nada, y a montar una fábrica de villanos que ya vamos tarde. Es curioso como el encargado de la fábrica bien podía haber acabado como villano con el simple hecho de haberse respetado a si mismo, pero como se suele decir, con dinero baila el perro.
La táctica no es del todo descabellada de no ser porque la inmensa mayoría de la clientela ya se encuentra en un estado irreversible aunque aun quedan reductos de mentes tranquilas y diáfanas donde suenan palmas por alegrías pero sin compás.
Los agraviados, gente de bien cuyo único delito puede ser el de abrir los ojos para ver más de la cuenta y contar todo lo que ven, que estén tranquilos que el tiempo, más pronto o más tarde, pone a cada uno en su lugar. Aunque también es cierto eso de que difama que algo queda, pero para eso es necesario que al comunicador no solo le den la razón los espejos.
En definitiva, nos ha tocado vivir la era de un héroe, común por supuesto, descentrado, vanidoso, cicatero y estancado en su hazaña, que pierde fuelle y gana miedo. Y lo más triste, para él, es que ya no está en su mano la forma en que se le recordará. Precisamente en Jerusalén, en la Avenida de los Hombres Justos, hay un árbol plantado que recuerda la figura de Schindler. El Betis, que no morirá nunca a pesar de, ya tiene toda una Avenida de enfiladas palmeras. Otros, el único árbol que adorna su honor es el pino que servirá para hacer el traje de madera que todos nos pondremos algún día (a no ser que se recurra al bronce o al pan de oro). Y es que la Luna sale todas las noches, lo que ocurre es que unas veces se ve y otras no.
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