DEL CAMINO DE UTRERA A LA ROMERIA QUINCENAL
Hubo un tiempo en que no había siquiera para obtener un préstamo bancario que alcanzara para poder fichar. Los ingresos eran mínimos y la dinámica negativa, repleta de penurias, parecía que nunca terminaría. Sin influencia en los poderes fácticos y, para colmo, encumbrado por el poderío del eterno rival. Por lo cual, según palabras de aquel bético de pro llamado Juan Petralanda, “en aquellos tiempos éramos menos que nada” (Historia del Real Betis Balompié. Ediciones BEA, Tomo II, de 1936 a 1970).
Aún así, dentro de aquellas penurias, la Directiva luchaba denodada y arduamente por reforzar el equipo, con tal de salir de la zozobra que un año tras otro envolvía a la Entidad. La búsqueda de reforzar el equipo era incesante, pues sin temor a vaciarse los bolsillos, se hacían los sacrificios convenientes. En este contexto viene a la memoria el Camino de Utrera, cuando los béticos de entonces, en aquel año del 53, cruzaron el Rubicón del Guadaira.
Correo de Andalucía, 25 de enero de 1953
“ Desde muy temprano y con la llegada de los primeros trenes, se vio invadida nuestra ciudad por un crecido número de sevillanos. El día no amaneció como para dar un viaje por ver un partido; sin embargo, los seguidores béticos, despreciando el agua, no quisieron abandonar en este desplazamiento a su equipo, que tanta euforia les había inyectado el domingo anterior derrotando al Úbeda por un abultado tanteo, habiendo debutado en las filas beticas los jugadores Cedrés y Granés, procedentes del Real Madrid.
La expectación era grandísima y el Campo de San Juan Bosco parecía una Heliópolis en miniatura, ya que más de las tres cuartas partes del publico estaba compuesta por seguidores blanquiverdes.
A poco de ponerse la pelota en juego, atacan los sevillanos con codicia y el Utrera replica magníficamente. El nerviosismo invade a jugadores y público, y el tren es cada vez más veloz…”
Aquella comunión de Directivos – Afición y muchos Jugadores, forjó una leyenda hecha realidad, pues sin haber un duro (personas como Pascual Aparicio o Manuel Ruiz Rodríguez, quienes no eran precisamente grandes potentados de la época), nunca nadie quiso figurar por encima de nadie, todos remaban a una, con la verdad por delante, mostrando los estigmas de la honradez y del sacrificio por estandarte.
Manuel Ruiz Rodríguez dejó el cargo una vez cumplido su mandato y su misión impuesta por él y por todos.
La Afición del Real Betis volvió a triunfar una vez más y a demostrar que entonces el verdadero, legendario, mítico e inigualable lema, inventado y forjado por aquellos héroes, sí tenía su razón de ser.
La Afición del Real Betis Balompié, nació de alguna manera, a modo de lucha contra lo injustamente establecido; una reivindicación de los inconformistas ante el engaño, la manipulación y el abuso, que con su humildad por bandera nunca se rindió y jamás permitió que nadie extraño a los colores verdiblancos los utilizara.
Ayer por la noche, tras sufrir otro varapalo, casualmente hallé en un viejo cajón una fotografía en las que aparecían unos señores. En aquellos momentos, mi hijo pequeño de cortísima edad, me llamó asomado a la ventana, diciéndome en voz alta: “¡ Papá, papá ¿aquellos que van andando por la calle (con las banderas callados y mirando al suelo comiendo pipas) son la mejor afición del mundo?” Ni siquiera tardé un lapso en replicar, y entonces, con la mayor celeridad y el mayor de las indignaciones, me asomé a la ventana y les dije a los que venían por la calzada, enseñándoles la vieja fotografía: “ ! No, hijo, los mejores aficionados del mundo, son estos ¡”
Hubo un tiempo en que no había siquiera para obtener un préstamo bancario que alcanzara para poder fichar. Los ingresos eran mínimos y la dinámica negativa, repleta de penurias, parecía que nunca terminaría. Sin influencia en los poderes fácticos y, para colmo, encumbrado por el poderío del eterno rival. Por lo cual, según palabras de aquel bético de pro llamado Juan Petralanda, “en aquellos tiempos éramos menos que nada” (Historia del Real Betis Balompié. Ediciones BEA, Tomo II, de 1936 a 1970).
Aún así, dentro de aquellas penurias, la Directiva luchaba denodada y arduamente por reforzar el equipo, con tal de salir de la zozobra que un año tras otro envolvía a la Entidad. La búsqueda de reforzar el equipo era incesante, pues sin temor a vaciarse los bolsillos, se hacían los sacrificios convenientes. En este contexto viene a la memoria el Camino de Utrera, cuando los béticos de entonces, en aquel año del 53, cruzaron el Rubicón del Guadaira.
Correo de Andalucía, 25 de enero de 1953
“ Desde muy temprano y con la llegada de los primeros trenes, se vio invadida nuestra ciudad por un crecido número de sevillanos. El día no amaneció como para dar un viaje por ver un partido; sin embargo, los seguidores béticos, despreciando el agua, no quisieron abandonar en este desplazamiento a su equipo, que tanta euforia les había inyectado el domingo anterior derrotando al Úbeda por un abultado tanteo, habiendo debutado en las filas beticas los jugadores Cedrés y Granés, procedentes del Real Madrid.
La expectación era grandísima y el Campo de San Juan Bosco parecía una Heliópolis en miniatura, ya que más de las tres cuartas partes del publico estaba compuesta por seguidores blanquiverdes.
A poco de ponerse la pelota en juego, atacan los sevillanos con codicia y el Utrera replica magníficamente. El nerviosismo invade a jugadores y público, y el tren es cada vez más veloz…”
Aquella comunión de Directivos – Afición y muchos Jugadores, forjó una leyenda hecha realidad, pues sin haber un duro (personas como Pascual Aparicio o Manuel Ruiz Rodríguez, quienes no eran precisamente grandes potentados de la época), nunca nadie quiso figurar por encima de nadie, todos remaban a una, con la verdad por delante, mostrando los estigmas de la honradez y del sacrificio por estandarte.
Manuel Ruiz Rodríguez dejó el cargo una vez cumplido su mandato y su misión impuesta por él y por todos.
La Afición del Real Betis volvió a triunfar una vez más y a demostrar que entonces el verdadero, legendario, mítico e inigualable lema, inventado y forjado por aquellos héroes, sí tenía su razón de ser.
La Afición del Real Betis Balompié, nació de alguna manera, a modo de lucha contra lo injustamente establecido; una reivindicación de los inconformistas ante el engaño, la manipulación y el abuso, que con su humildad por bandera nunca se rindió y jamás permitió que nadie extraño a los colores verdiblancos los utilizara.
Ayer por la noche, tras sufrir otro varapalo, casualmente hallé en un viejo cajón una fotografía en las que aparecían unos señores. En aquellos momentos, mi hijo pequeño de cortísima edad, me llamó asomado a la ventana, diciéndome en voz alta: “¡ Papá, papá ¿aquellos que van andando por la calle (con las banderas callados y mirando al suelo comiendo pipas) son la mejor afición del mundo?” Ni siquiera tardé un lapso en replicar, y entonces, con la mayor celeridad y el mayor de las indignaciones, me asomé a la ventana y les dije a los que venían por la calzada, enseñándoles la vieja fotografía: “ ! No, hijo, los mejores aficionados del mundo, son estos ¡”
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