Amar duele, que gran verdad la que canta Falete. Esta mañana, camino del trabajo, escuchaba al artista interpretar esa canción con una pasión que viajaba directamente del corazón a la garganta.
…y como duele amar al Betis; uno anda siempre entregando, siempre sufriendo y siempre esperando…para no recibir nada a cambio. Y que si, que el que ama de verdad nunca espera nada a cambio, pero cuando esto sucede, duele.
La indiferencia es el peor de los castigos que está padeciendo nuestro escudo por parte de la afición sevillista. Ellos, a lo suyo, y nosotros, a que?. Duele no ser partícipe de la pasión de un derby pues el entusiasmo se mueve sólo en una parte de la ciudad. Duele tremendamente ser un mero espectador que asume con agónico anhelo que la euforia rival es real, duradera y merecida. Duele no ser siquiera un objeto de burla pues no se trata de un hecho engendrado en una fantasía fortuita sino en el cimiento más duro y real de todos: la evidencia.
Pero lo que más duele es no contar con un punto de referencia que nos sirva de guía y arrope cuando el momento nos congela el corazón. La apatía es ahora nuestro abrigo y ahí permanecerá hasta la llegada del príncipe que nos bese los labios y acabe con este maleficio que a modo de letargo enquistó a nuestro escudo y con él, a todos nosotros.
…y como duele amar al Betis; uno anda siempre entregando, siempre sufriendo y siempre esperando…para no recibir nada a cambio. Y que si, que el que ama de verdad nunca espera nada a cambio, pero cuando esto sucede, duele.
La indiferencia es el peor de los castigos que está padeciendo nuestro escudo por parte de la afición sevillista. Ellos, a lo suyo, y nosotros, a que?. Duele no ser partícipe de la pasión de un derby pues el entusiasmo se mueve sólo en una parte de la ciudad. Duele tremendamente ser un mero espectador que asume con agónico anhelo que la euforia rival es real, duradera y merecida. Duele no ser siquiera un objeto de burla pues no se trata de un hecho engendrado en una fantasía fortuita sino en el cimiento más duro y real de todos: la evidencia.
Pero lo que más duele es no contar con un punto de referencia que nos sirva de guía y arrope cuando el momento nos congela el corazón. La apatía es ahora nuestro abrigo y ahí permanecerá hasta la llegada del príncipe que nos bese los labios y acabe con este maleficio que a modo de letargo enquistó a nuestro escudo y con él, a todos nosotros.
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