Parece que es imposible que a uno le pueda doler el Betis. Que vea cómo hay un día sí y otro también promesas incumplidas, tratos vejatorios, traspiés a los propios béticos y no se pueda decir nada amparados en esa cortina difusa, turbia y triste de una unión a la nada.
Parece que es imposible que a uno le pueda doler el Betis. A veces se siente impotencia porque cuando gana el Betis parece que hay alguien que piensa que no quieres que gane. Y todo porque queremos que cambie, y para mejor, para mucho mejor. Pero ese anhelo choca con el todo vale, con la justificación de la pelota que entra, con la osadía de apuntarse los logros y no tener la gallardía de ver los tremendos fallos que se cometen. Da igual, todo vale. Pero me duele el Betis.
Porque me duele el Betis quise hacer algo por el Betis. Por esa idea romántica, por esa dignidad que encierran cinco letras, por ese sentimiento que rebasa fronteras pero que tristemente algunos resumen de forma excluyente como Sociedad Anónima Deportiva. Y porque me duele el Betis quise hacer algo más, pero me encontré con algo menos. Me encontré con la sinrazón de quien haciéndose dueños del sentimiento me miran con resentimiento, cierran filas con la posible mejor peor opción de todas.
Quizá por todo ello, porque me duele el Betis quise hacer algo por el Betis. Pero de pequeñez a pequeñez el pez grande que tiene engullido este escudo nos echa a pelear como niños de colegio con cañones recortados en su estómago ácido y frio. Nos miramos resentidos enarbolando con tristeza banderas de todas clases, con certezas de que la nuestra sí, la otra no, ellos sí nosotros no, todos Betis pero... pero el Betis soy sólo yo.
Dividido, tristemente dividido, por quién? no nos engañemos, el Betis no es una balsa de aceite con salpicones en la ropa provocados por las asociaciones. Porque esos salpicones los hemos tenido ahí, ahora y siempre, lo que ocurre es que simplemente no queremos ver las manchas, están y estaban ahí, pero no queremos verlas porque si te pones de cierta manera no se ven. Y según te pongas das la espalda a otros béticos y encima te convences de que esos béticos no son béticos, o son destructores, o son prooficiales o pasaban por allí.
Quizá por todo ello, porque me duele el Betis ni me crea ya las palabras de un Presidente del Real Betis. Qué digo? Qué me duele! Me duele hasta el tuétano pensar que no creo en el Presidente del Real Betis cuando habla del Real Betis, porque sus sonidos vacíos de unidad no son más que más de lo mismo, que o estás conmigo o estás contra mí. Y eso no es el Betis, señor Presidente. En el Betis debe haber sitio para todos y no es así. No hay sitio para quienes quieren hacer cosas nuevas, para quien quiere clamar al cielo para que la lógica se haga paso frente a la realidad, cruda y simple, y la realidad duele, escuece, y a mi me escuece que no sea una pequeña tontería todo lo que alrededor de mi Betis sucede.
Y la brecha crece, y al campo que es el de mi Betis hay béticos que van temerosos, otros desolados, muchos intranquilos, otros muchos ni van a pesar de su tremendo beticismo y eso no se lo merece mi Betis, ni por ellos ni por los que buscan otra cosa que no sea fútbol. Y fútbol no es un balón que entre y tan contentos, es que en el tamiz de las trece barras entren padres e hijos, niños y grandes, mayores orgullosos de sentarse en su asiento, sin tener que molestarse durante el partido en dirigir la mirada ni a tal grada ni a tal palco ni a tal estruendo provocado ya sea por un lema crudo y feo o por un estampido de un petardo escondido.
Quizá por todo ello, porque me duele el Betis, me da miedo que llegue el día que vea que béticos se dan la espalda dentro del Betis, porque sucede, porque la razón no es de quien más la grite o de quien más fuerza bruta tenga, todo eso es circunstancial. La razón es de quien la trabaje, la cuide, la mime y la ofrezca, y no veo razón por ningún lado. Veo más bien que todos quieren que gane el Betis, pero la victoria en vez de bálsamos para alegrías béticas es una reacción contra aquellos que han tenido la osadía de decir que les duele el Betis.
Ojalá todo sea un mal sueño, pero no lo parece, porque demonizar a aquellos que quieren atreverse a hacer algo por el Betis no es más que demonizarse a sí mismos. Y hacer algo por el Betis se hace de muchas maneras, de muchísimas maneras. Y si ahora la pelota entra como dicen y salen unos y se esconden otros, yo seguiré ahí, porque me duele el Betis, alegrándome con los míos, y los míos son los de las trece barras, aunque discuta con alguno porque pienso que hay alternativas, porque apoyo las alternativas, porque admiro a la gente que trabaja para hacer posible esas alternativas no ya a que el Betis sea libre en la extensión libertaria de la palabra, confundida interesadamente en las últimas fechas con movimentos nacionalistas, sino que sea más de los béticos, que dejemos dar importancia a los béticos, a todos, porque ahí radica la idea del Betis, en darle importancia a los béticos, a esos béticos que pueblan la grada, que aquí y allí, en todos lados, son Real Betis Balompié.
Parece que es imposible que a uno le pueda doler el Betis. A veces se siente impotencia porque cuando gana el Betis parece que hay alguien que piensa que no quieres que gane. Y todo porque queremos que cambie, y para mejor, para mucho mejor. Pero ese anhelo choca con el todo vale, con la justificación de la pelota que entra, con la osadía de apuntarse los logros y no tener la gallardía de ver los tremendos fallos que se cometen. Da igual, todo vale. Pero me duele el Betis.
Porque me duele el Betis quise hacer algo por el Betis. Por esa idea romántica, por esa dignidad que encierran cinco letras, por ese sentimiento que rebasa fronteras pero que tristemente algunos resumen de forma excluyente como Sociedad Anónima Deportiva. Y porque me duele el Betis quise hacer algo más, pero me encontré con algo menos. Me encontré con la sinrazón de quien haciéndose dueños del sentimiento me miran con resentimiento, cierran filas con la posible mejor peor opción de todas.
Quizá por todo ello, porque me duele el Betis quise hacer algo por el Betis. Pero de pequeñez a pequeñez el pez grande que tiene engullido este escudo nos echa a pelear como niños de colegio con cañones recortados en su estómago ácido y frio. Nos miramos resentidos enarbolando con tristeza banderas de todas clases, con certezas de que la nuestra sí, la otra no, ellos sí nosotros no, todos Betis pero... pero el Betis soy sólo yo.
Dividido, tristemente dividido, por quién? no nos engañemos, el Betis no es una balsa de aceite con salpicones en la ropa provocados por las asociaciones. Porque esos salpicones los hemos tenido ahí, ahora y siempre, lo que ocurre es que simplemente no queremos ver las manchas, están y estaban ahí, pero no queremos verlas porque si te pones de cierta manera no se ven. Y según te pongas das la espalda a otros béticos y encima te convences de que esos béticos no son béticos, o son destructores, o son prooficiales o pasaban por allí.
Quizá por todo ello, porque me duele el Betis ni me crea ya las palabras de un Presidente del Real Betis. Qué digo? Qué me duele! Me duele hasta el tuétano pensar que no creo en el Presidente del Real Betis cuando habla del Real Betis, porque sus sonidos vacíos de unidad no son más que más de lo mismo, que o estás conmigo o estás contra mí. Y eso no es el Betis, señor Presidente. En el Betis debe haber sitio para todos y no es así. No hay sitio para quienes quieren hacer cosas nuevas, para quien quiere clamar al cielo para que la lógica se haga paso frente a la realidad, cruda y simple, y la realidad duele, escuece, y a mi me escuece que no sea una pequeña tontería todo lo que alrededor de mi Betis sucede.
Y la brecha crece, y al campo que es el de mi Betis hay béticos que van temerosos, otros desolados, muchos intranquilos, otros muchos ni van a pesar de su tremendo beticismo y eso no se lo merece mi Betis, ni por ellos ni por los que buscan otra cosa que no sea fútbol. Y fútbol no es un balón que entre y tan contentos, es que en el tamiz de las trece barras entren padres e hijos, niños y grandes, mayores orgullosos de sentarse en su asiento, sin tener que molestarse durante el partido en dirigir la mirada ni a tal grada ni a tal palco ni a tal estruendo provocado ya sea por un lema crudo y feo o por un estampido de un petardo escondido.
Quizá por todo ello, porque me duele el Betis, me da miedo que llegue el día que vea que béticos se dan la espalda dentro del Betis, porque sucede, porque la razón no es de quien más la grite o de quien más fuerza bruta tenga, todo eso es circunstancial. La razón es de quien la trabaje, la cuide, la mime y la ofrezca, y no veo razón por ningún lado. Veo más bien que todos quieren que gane el Betis, pero la victoria en vez de bálsamos para alegrías béticas es una reacción contra aquellos que han tenido la osadía de decir que les duele el Betis.
Ojalá todo sea un mal sueño, pero no lo parece, porque demonizar a aquellos que quieren atreverse a hacer algo por el Betis no es más que demonizarse a sí mismos. Y hacer algo por el Betis se hace de muchas maneras, de muchísimas maneras. Y si ahora la pelota entra como dicen y salen unos y se esconden otros, yo seguiré ahí, porque me duele el Betis, alegrándome con los míos, y los míos son los de las trece barras, aunque discuta con alguno porque pienso que hay alternativas, porque apoyo las alternativas, porque admiro a la gente que trabaja para hacer posible esas alternativas no ya a que el Betis sea libre en la extensión libertaria de la palabra, confundida interesadamente en las últimas fechas con movimentos nacionalistas, sino que sea más de los béticos, que dejemos dar importancia a los béticos, a todos, porque ahí radica la idea del Betis, en darle importancia a los béticos, a esos béticos que pueblan la grada, que aquí y allí, en todos lados, son Real Betis Balompié.
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