miércoles 10 de octubre de 2007
Sentimiento verdiblanco
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La Rue Betis de París
Hay en París como en Sevilla una calle Real. Rue Royale la llaman allí. En cambio, no tienen los parisinos una calle Betis. Será que la grandeza del Sena les hace no fijarse en otros ríos. Viendo la cantidad de puentes que cruzan el río de París y los catamaranes llenos de turistas, los bateaux mouches, que surcan sus aguas, uno puedo cerrar los ojos en París y acordarse de su Sevilla del alma, en Pont de l'Alma o en otro puente de la Ciudad de la luz, y añorar una calle Betis francesa.
Como bético del universo que quiere extender el beticismo más allá de las fronteras, me planteo si no sería una cuestión de beticismo oficial y casi una cuestión de vida, negociar con la Mairie de París la edificación de una calle Betis, Rue Betis, que no Rue Betis de Seville, que cuzase por el 8º Arrondisement de la calle Real, Rue Royale en franchute langue. La empresa es complicada, puesto que en París aún no saben nuestro verdadero nombre. Eso de Real Betis Balompié, sobre todo lo de Balompié, no termina de sonar bien en Francia. Los parisinos a los que le gusta meter dentro de la ciudad los banlieues que la rodean y que tienen sus propios ayuntamientos como pueblos que son distintos de la capital, se empeñan, sin embargo en aplicar la denominación de origen a todo equipo de foot, como allí lo llaman. Por eso para el franchute medio, para el bohemio de Montmartre y el putero de Pigalle, somos Betis de Seville, como si nosotros solos fuéramos capaces de jugar un derbi sin necesidad de rival eterno.
Llegados a este punto la construcción de una vez por todas en París de una calle Betis, Betis, se antoja obligatoria. Pero no sólo eso, sino que habría que colocar en la Rue Betis una réplica exacta del Monumento a la afición, del escudo con sus trece barras y de Rafael Gordillo con sus medias caídas emulando a Charles de Gaulle. Y como los parisinos son tan dados a revestir de oro sus estatuas (Juana de Arco y demás), habría que adornar la corona como se merece y colocarla en dirección a la Rue Royale, sobre una inscripción que explicase en francés, que no en cristiano: Se llama Real Betis Balompié y nació en Sevilla, y así le gusta ser conocido para no caer en confusiones de mal gusto.
El que la Rue Betis creciese frente a la majestuosa iglesia de la Madeleine de París es algo que quedaría justificado con la sentencia: el Betis es así, máxima universal que se entiende en Sevilla, en París y en otras ciudades con calle Real que ignoran la necesidad de construir a su lado una calle Betis, Real Betis Balompié.
Si los franchutes nos dieran el lugar que merecemos frente a La Madeleine, cerquita del Obelisco de Luxor y casi con vistas a la Torre Eiffel, no se producirían más conversaciones de besugos como la que acontenció en el ascensor del albergue donde pasé mis primeras noches parisinas cuando bajaba a desayunar al comedor de la cuarta planta, quatrième ètage.
Bonjour, me dijo una pareja con acento español.
Bonjour, respondí yo antes de que ellos hablaran en su lengua materna, también la mía, y me obligasen a decir: Hubiera sido mejor haber dicho buenos días.
Para que el chico español que veía franceses por todas partes de París añadiese: Ya decía yo que no era posible que un francés llevase las zapatillas del Betis.
Publicado por José Ibáñez en 13:21
Universo Betis
Sentimiento verdiblanco
La Rue Betis de París
Hay en París como en Sevilla una calle Real. Rue Royale la llaman allí. En cambio, no tienen los parisinos una calle Betis. Será que la grandeza del Sena les hace no fijarse en otros ríos. Viendo la cantidad de puentes que cruzan el río de París y los catamaranes llenos de turistas, los bateaux mouches, que surcan sus aguas, uno puedo cerrar los ojos en París y acordarse de su Sevilla del alma, en Pont de l'Alma o en otro puente de la Ciudad de la luz, y añorar una calle Betis francesa.
Como bético del universo que quiere extender el beticismo más allá de las fronteras, me planteo si no sería una cuestión de beticismo oficial y casi una cuestión de vida, negociar con la Mairie de París la edificación de una calle Betis, Rue Betis, que no Rue Betis de Seville, que cuzase por el 8º Arrondisement de la calle Real, Rue Royale en franchute langue. La empresa es complicada, puesto que en París aún no saben nuestro verdadero nombre. Eso de Real Betis Balompié, sobre todo lo de Balompié, no termina de sonar bien en Francia. Los parisinos a los que le gusta meter dentro de la ciudad los banlieues que la rodean y que tienen sus propios ayuntamientos como pueblos que son distintos de la capital, se empeñan, sin embargo en aplicar la denominación de origen a todo equipo de foot, como allí lo llaman. Por eso para el franchute medio, para el bohemio de Montmartre y el putero de Pigalle, somos Betis de Seville, como si nosotros solos fuéramos capaces de jugar un derbi sin necesidad de rival eterno.
Llegados a este punto la construcción de una vez por todas en París de una calle Betis, Betis, se antoja obligatoria. Pero no sólo eso, sino que habría que colocar en la Rue Betis una réplica exacta del Monumento a la afición, del escudo con sus trece barras y de Rafael Gordillo con sus medias caídas emulando a Charles de Gaulle. Y como los parisinos son tan dados a revestir de oro sus estatuas (Juana de Arco y demás), habría que adornar la corona como se merece y colocarla en dirección a la Rue Royale, sobre una inscripción que explicase en francés, que no en cristiano: Se llama Real Betis Balompié y nació en Sevilla, y así le gusta ser conocido para no caer en confusiones de mal gusto.
El que la Rue Betis creciese frente a la majestuosa iglesia de la Madeleine de París es algo que quedaría justificado con la sentencia: el Betis es así, máxima universal que se entiende en Sevilla, en París y en otras ciudades con calle Real que ignoran la necesidad de construir a su lado una calle Betis, Real Betis Balompié.
Si los franchutes nos dieran el lugar que merecemos frente a La Madeleine, cerquita del Obelisco de Luxor y casi con vistas a la Torre Eiffel, no se producirían más conversaciones de besugos como la que acontenció en el ascensor del albergue donde pasé mis primeras noches parisinas cuando bajaba a desayunar al comedor de la cuarta planta, quatrième ètage.
Bonjour, me dijo una pareja con acento español.
Bonjour, respondí yo antes de que ellos hablaran en su lengua materna, también la mía, y me obligasen a decir: Hubiera sido mejor haber dicho buenos días.
Para que el chico español que veía franceses por todas partes de París añadiese: Ya decía yo que no era posible que un francés llevase las zapatillas del Betis.
Publicado por José Ibáñez en 13:21
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