En estos tiempos modernos, en los que abundan besos al escudo tan prematuros como ficticios, en los que la costumbre es regalar oidos al aficionado, mostrar antes que demostrar, y populistas golpes de pecho, uno se identifica de manera abrumadora con ese que no habla por hablar, que no se vende, que no busca grandilocuentes titulares si no son por sus hechos. Hace casi 7 años aterrizaba en Heliópolis un trotamundos del fútbol modesto de España. Rubén Castro sonaba a lo que pudo ser y no fue. A uno más que apuntaba altísimo en sus comienzos y que se diluyó entre cesiones, temporadas opacas y equipos cada vez más austeros, en los que si bien no perdía su don, tampoco ganaba ni un ápice de notoriedad. Rubén Castro sonaba a uno más de tantos sin pena ni gloria. Rubén Castro sonaba a todo menos a ilusión.
Así llegó y así empezó. Sonreía poco, hablaba menos, y si buscabas diversión fuera del campo o titulares para una entrevisa, Castro no era tu hombre. Hoy, después de regalar 147 momentos de felicidad al bético, hay pocos nombres que suenen más a jolgorio y alegría como el de Rubén. En un club cegado en demasiadas ocasiones por lo que hoy se conoce como postureo, por ese que propaga un sentimiento aunque luego no lo corrobore con una aptitud óptima, y que busca en exceso el sentimentalismo antes que la capacidad, Rubén Castro ha nadado contracorriente. Fue el jefe en una empresa que no sabía su rumbo, el capitán y salvador en un barco que se hundía, y las gotas de alegría en un desierto de pena. Y todo eso lo consiguió única y exclusivamente siendo él. Demostrando lo que es, sin necesidad de acaparar ni vendernos un sentimiento que sonaría tan idílico como hipócrita. Él vale más que eso.
Hoy, 147 sonrisas después, momentos que me han dejado sin aire de tanto gritar, guindas para devolvernos a nuestro lugar, dianas en forma de hazañas en los últimos compases que dibujaban la emoción en mi rostro, y un sinfín de definiciones que valieron una alegría inmensa, hoy, después de eso, le doy las gracias que pocas veces creo que merece recibir un jugador de fútbol. Gracias por ser un futbolista de los de antes, de esos que hacía de esto algo más serio e incluso con un halo de romanticismo. Gracias por no engañar con palabrería ni gestos infames que se lleva el viento o el papel con números pintados encima. Gracias por dedicarte a lo que sabes hacer sin adornos ni florituras exiguas y malolientes.
Gracias por comportarte como un astro dentro del campo y como un jugador de lo más corriente fuera. Por no exigir nada al club, aunque en bastantes ocasiones nadaras entre los escombros. Gracias por dedicarte a lo que mejor sabes hacer, haciendo caso omiso a algunas criticas tan feroces como ridículas que solo buscaban el parapeto de otros. Gracias por seguir, seguir y seguir, aunque tu boca nunca se abriese y tu juego solo pidiese un Molina a tu lado, y en bastantes ocasiones ni siquiera eso te han dado. Gracias, porque aunque no debería dártelas, ya que has hecho solo tu trabajo por el que cobras, en los tiempos que corren bien podrías haberlo dejado de hacer, o dejarte llevar por la marea de mezquindad y cinismo que ha inundado el club durante toda tu etapa.
Gracias por poder recordarte con una sonrisa más grande que tu frialdad ante el portero en unos años tan duros que nos han hecho dudar de casi todo y no creer en casi nada. Gracias, y 147 veces gracias, por todos esos momentos de alegría, dignidad e ilusión, cuando la pelota se acercaba a ti. Gracias porque sin brazalete, y sin hacernos creer que eres uno de nosotros, te has convertido exactamente en lo que, al menos yo, demando y necesito de un futbolista de nuestro equipo. Solo me quedará la espinita de no haberte visto disfrutar de un equipo a tu altura, de que no hayas podido comprobar que nosotros, en otros momentos, fuimos otra cosa, pero eso trataré de no pensarlo.
Gracias, mi capitán sin brazalete. Y "muyo" Betis siempre.
Así llegó y así empezó. Sonreía poco, hablaba menos, y si buscabas diversión fuera del campo o titulares para una entrevisa, Castro no era tu hombre. Hoy, después de regalar 147 momentos de felicidad al bético, hay pocos nombres que suenen más a jolgorio y alegría como el de Rubén. En un club cegado en demasiadas ocasiones por lo que hoy se conoce como postureo, por ese que propaga un sentimiento aunque luego no lo corrobore con una aptitud óptima, y que busca en exceso el sentimentalismo antes que la capacidad, Rubén Castro ha nadado contracorriente. Fue el jefe en una empresa que no sabía su rumbo, el capitán y salvador en un barco que se hundía, y las gotas de alegría en un desierto de pena. Y todo eso lo consiguió única y exclusivamente siendo él. Demostrando lo que es, sin necesidad de acaparar ni vendernos un sentimiento que sonaría tan idílico como hipócrita. Él vale más que eso.
Hoy, 147 sonrisas después, momentos que me han dejado sin aire de tanto gritar, guindas para devolvernos a nuestro lugar, dianas en forma de hazañas en los últimos compases que dibujaban la emoción en mi rostro, y un sinfín de definiciones que valieron una alegría inmensa, hoy, después de eso, le doy las gracias que pocas veces creo que merece recibir un jugador de fútbol. Gracias por ser un futbolista de los de antes, de esos que hacía de esto algo más serio e incluso con un halo de romanticismo. Gracias por no engañar con palabrería ni gestos infames que se lleva el viento o el papel con números pintados encima. Gracias por dedicarte a lo que sabes hacer sin adornos ni florituras exiguas y malolientes.
Gracias por comportarte como un astro dentro del campo y como un jugador de lo más corriente fuera. Por no exigir nada al club, aunque en bastantes ocasiones nadaras entre los escombros. Gracias por dedicarte a lo que mejor sabes hacer, haciendo caso omiso a algunas criticas tan feroces como ridículas que solo buscaban el parapeto de otros. Gracias por seguir, seguir y seguir, aunque tu boca nunca se abriese y tu juego solo pidiese un Molina a tu lado, y en bastantes ocasiones ni siquiera eso te han dado. Gracias, porque aunque no debería dártelas, ya que has hecho solo tu trabajo por el que cobras, en los tiempos que corren bien podrías haberlo dejado de hacer, o dejarte llevar por la marea de mezquindad y cinismo que ha inundado el club durante toda tu etapa.
Gracias por poder recordarte con una sonrisa más grande que tu frialdad ante el portero en unos años tan duros que nos han hecho dudar de casi todo y no creer en casi nada. Gracias, y 147 veces gracias, por todos esos momentos de alegría, dignidad e ilusión, cuando la pelota se acercaba a ti. Gracias porque sin brazalete, y sin hacernos creer que eres uno de nosotros, te has convertido exactamente en lo que, al menos yo, demando y necesito de un futbolista de nuestro equipo. Solo me quedará la espinita de no haberte visto disfrutar de un equipo a tu altura, de que no hayas podido comprobar que nosotros, en otros momentos, fuimos otra cosa, pero eso trataré de no pensarlo.
Gracias, mi capitán sin brazalete. Y "muyo" Betis siempre.
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