Los nuevos béticos, los que nacieron en el XXI, se han acostumbrado a la derrota. Han soportado las miserias de un proyecto destinado a la autodestrucción por los planes cocinados entre bambalinas y en reuniones de secreto de club.
Era un zagal inquieto y travieso en 1977, el año de la mágica Copa del Rey de Esnaola, Bizcocho, Biosca, Sabaté, Cobos, López, Alabanda, Cardeñosa, García Soriano, Megido y Benítez. Un joven con mil anécdotas en la hoja de servicios en 2005, la fecha de la Copa de Doblas, Melli, Juanito, Rivas, Luis Fernández, Arzu, Marcos Assunçao, Joaquín, Edu, Fernando, Oliveira y Dani. Su hijo, Aitor, el niño del vídeo, nacido en el XXI y criado en la Cataluña políglota, se ha acostumbrado a las derrotas. Es su ración de resignación semanal del Betis, Real y Balompié por obra y gracia de aquellos que escribieron la leyenda de la Liga de 1935, su Betis. Tres camadas que honraron la memoria de los miles que se entregaron a la causa de Heliópolis. Hoy, en pleno 2017 y en las horas previas de la Semana Santa de la luz y la fe, el sentimiento es patrimonio inmaterial de la afición. Un tesoro en un mar de mediocridad y miseria.
La clientela estalló ante el Villarreal, otra tropa de clase media que desnudó las carencias de un plantel sin costuras y con el alma rota por la fatiga mental. Víctor Sánchez del Amo, el hombre del discurso medido y la escena de plano medio, soportó las iras de un sector de una afición soberana y hastiada. Aitor es patrimonio del Betis. Es el motor de energía de una entidad adicta a la autodestrucción y a la compasión interna. Sin códigos éticos que induzcan a la autocrítica y con incendios diarios para alentar al personal.
La afición, fiel e impenitente, aguarda la reacción. A solas y en silencio. En sus butacas y con bolsas de pipas en la mochila. Es el precio de la rutinaria resignación. De las sensaciones de ser simple y destructivamente un proyecto en fase de experimento. Dani Ceballos, Adán, Durmisi, Rubén Castro o Joaquín son los emblemas de un plan de futuro que necesita medidas de riesgo y aliento de rabia. Autoexigencia y propaganda de guerra. El ridículo mensaje de la necesidad de coleccionar ADN bético en las oficinas y en el césped ha contribuido a una sensación de incredulidad sobre la identidad del enemigo. Como diría Gila, al suelo, que son los nuestros. Betis...
Bernardo Ruiz- El Decano
Era un zagal inquieto y travieso en 1977, el año de la mágica Copa del Rey de Esnaola, Bizcocho, Biosca, Sabaté, Cobos, López, Alabanda, Cardeñosa, García Soriano, Megido y Benítez. Un joven con mil anécdotas en la hoja de servicios en 2005, la fecha de la Copa de Doblas, Melli, Juanito, Rivas, Luis Fernández, Arzu, Marcos Assunçao, Joaquín, Edu, Fernando, Oliveira y Dani. Su hijo, Aitor, el niño del vídeo, nacido en el XXI y criado en la Cataluña políglota, se ha acostumbrado a las derrotas. Es su ración de resignación semanal del Betis, Real y Balompié por obra y gracia de aquellos que escribieron la leyenda de la Liga de 1935, su Betis. Tres camadas que honraron la memoria de los miles que se entregaron a la causa de Heliópolis. Hoy, en pleno 2017 y en las horas previas de la Semana Santa de la luz y la fe, el sentimiento es patrimonio inmaterial de la afición. Un tesoro en un mar de mediocridad y miseria.
La clientela estalló ante el Villarreal, otra tropa de clase media que desnudó las carencias de un plantel sin costuras y con el alma rota por la fatiga mental. Víctor Sánchez del Amo, el hombre del discurso medido y la escena de plano medio, soportó las iras de un sector de una afición soberana y hastiada. Aitor es patrimonio del Betis. Es el motor de energía de una entidad adicta a la autodestrucción y a la compasión interna. Sin códigos éticos que induzcan a la autocrítica y con incendios diarios para alentar al personal.
La afición, fiel e impenitente, aguarda la reacción. A solas y en silencio. En sus butacas y con bolsas de pipas en la mochila. Es el precio de la rutinaria resignación. De las sensaciones de ser simple y destructivamente un proyecto en fase de experimento. Dani Ceballos, Adán, Durmisi, Rubén Castro o Joaquín son los emblemas de un plan de futuro que necesita medidas de riesgo y aliento de rabia. Autoexigencia y propaganda de guerra. El ridículo mensaje de la necesidad de coleccionar ADN bético en las oficinas y en el césped ha contribuido a una sensación de incredulidad sobre la identidad del enemigo. Como diría Gila, al suelo, que son los nuestros. Betis...
Bernardo Ruiz- El Decano
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