Felicidades, Sevilla, y viva el Betis - Al final de la Palmera
Felicidades, Sevilla, y viva el Betis
Me compadezco de los que no saben festejar sus alegrías sin reírse del Betis. Y les agradezco también el reconocimiento, pues ni en sus mejores momentos pueden vivir sin nosotros
Tengo un amigo del alma sevillista que me trae enganchado en el vuelo de su muleta cada vez que llegan estas fechas. Dice el tío, con toda la razón, que las Fiestas de Primavera de Sevilla han evolucionado y actualmente se componen de la Semana Santa, la Feria y la celebración de la UEFA. Y a mí no me queda más remedio que seguir hocicando cada vez que se vuelve a cumplir su profecía. Porque no creo que admitir la inferioridad sea una humillación, sino todo lo contrario.
A mi hijo se lo intento explicar muchas veces: el Betis es una condición que nos viene dada, que nace dentro de nosotros, no fuera, y gracias a él aprenderás que si los principios no se cambian jamás, menos aún en los peores momentos. Ser bético significa también ser un caballero. Así me lo enseñaron mis mayores y así he vivido yo siempre las glorias y las penurias verdiblancas. Felicitando al contrario por sus victorias cuando se las merece y cuando no se las merece también. No quiero engañar a nadie con palabras hipócritas cubiertas de ojana. No me alegro de los triunfos ajenos, sólo de los propios. Y me malicio de sentir rabia cuando veo que los demás pueden y nosotros no. Pero la estirpe de beticismo a la que pertenezco me mueve siempre a tender mi mano al Sevilla cuando hace lo que yo quisiera para el Betis.
A ese amigo mío del alma al que adoro lo llamé desde la grada del Vicente Calderón aquella noche de junio de 2005 en cuanto el árbitro pito el final del partido y Joaquín empezó a torear de capa en la yerba. Él, que siempre ha sido un señor, descolgó y aguantó toda mi retahíla estoicamente: “Serafín, amigo, ojalá alguna vez puedas vivir algo así, qué felicidad más grande da ganar un título, de verdad, ya cuando vuelva a Sevilla te lo explico tranquilamente. Un abrazo grande”. Sera, que así lo llamamos los suyos, guardó silencio durante toda mi tabarra y esperó a que me desahogara para decirme una frase muy sencilla: “Felicidades, Alberto, me alegro mucho por ti”. La vida después le dio la vuelta a las cosas del fútbol sevillano y, en estos diez años, he tenido que descolgar el teléfono no sé ya cuántas veces: “Alberto, amigo, qué cosa más grande ganar un título europeo, ojalá alguna vez lo puedas vivir…”. Eindhoven, Glasgow, Turín, Varsovia, Mónaco… Las he aguantado todas porque ninguno los dos nos hablamos nunca buscando la herida del otro.
Pero anoche no me llamó desde Basilea. Él sabe lo que a mí me duele el Betis y es buena persona. Le mandé un mensaje de felicitación y esta mañana me ha contestado dándome las gracias. Nada más. Por eso escribo este artículo. Porque soy del Betis a toda costa y eso no me impide dar un abrazo a los sevillistas que se portan como señores cuando celebran su éxito. Me compadezco, sin embargo, de los que no saben festejar sus alegrías sin reírse del Betis. Y les agradezco también el reconocimiento, pues ni en sus mejores momentos pueden vivir sin nosotros, lo que da una idea de la grandeza verdiblanca.
Enhorabuena al Sevilla y a los sevillistas de categoría. Y viva el Real Betis Balompié.
Felicidades, Sevilla, y viva el Betis
Me compadezco de los que no saben festejar sus alegrías sin reírse del Betis. Y les agradezco también el reconocimiento, pues ni en sus mejores momentos pueden vivir sin nosotros
Tengo un amigo del alma sevillista que me trae enganchado en el vuelo de su muleta cada vez que llegan estas fechas. Dice el tío, con toda la razón, que las Fiestas de Primavera de Sevilla han evolucionado y actualmente se componen de la Semana Santa, la Feria y la celebración de la UEFA. Y a mí no me queda más remedio que seguir hocicando cada vez que se vuelve a cumplir su profecía. Porque no creo que admitir la inferioridad sea una humillación, sino todo lo contrario.
A mi hijo se lo intento explicar muchas veces: el Betis es una condición que nos viene dada, que nace dentro de nosotros, no fuera, y gracias a él aprenderás que si los principios no se cambian jamás, menos aún en los peores momentos. Ser bético significa también ser un caballero. Así me lo enseñaron mis mayores y así he vivido yo siempre las glorias y las penurias verdiblancas. Felicitando al contrario por sus victorias cuando se las merece y cuando no se las merece también. No quiero engañar a nadie con palabras hipócritas cubiertas de ojana. No me alegro de los triunfos ajenos, sólo de los propios. Y me malicio de sentir rabia cuando veo que los demás pueden y nosotros no. Pero la estirpe de beticismo a la que pertenezco me mueve siempre a tender mi mano al Sevilla cuando hace lo que yo quisiera para el Betis.
A ese amigo mío del alma al que adoro lo llamé desde la grada del Vicente Calderón aquella noche de junio de 2005 en cuanto el árbitro pito el final del partido y Joaquín empezó a torear de capa en la yerba. Él, que siempre ha sido un señor, descolgó y aguantó toda mi retahíla estoicamente: “Serafín, amigo, ojalá alguna vez puedas vivir algo así, qué felicidad más grande da ganar un título, de verdad, ya cuando vuelva a Sevilla te lo explico tranquilamente. Un abrazo grande”. Sera, que así lo llamamos los suyos, guardó silencio durante toda mi tabarra y esperó a que me desahogara para decirme una frase muy sencilla: “Felicidades, Alberto, me alegro mucho por ti”. La vida después le dio la vuelta a las cosas del fútbol sevillano y, en estos diez años, he tenido que descolgar el teléfono no sé ya cuántas veces: “Alberto, amigo, qué cosa más grande ganar un título europeo, ojalá alguna vez lo puedas vivir…”. Eindhoven, Glasgow, Turín, Varsovia, Mónaco… Las he aguantado todas porque ninguno los dos nos hablamos nunca buscando la herida del otro.
Pero anoche no me llamó desde Basilea. Él sabe lo que a mí me duele el Betis y es buena persona. Le mandé un mensaje de felicitación y esta mañana me ha contestado dándome las gracias. Nada más. Por eso escribo este artículo. Porque soy del Betis a toda costa y eso no me impide dar un abrazo a los sevillistas que se portan como señores cuando celebran su éxito. Me compadezco, sin embargo, de los que no saben festejar sus alegrías sin reírse del Betis. Y les agradezco también el reconocimiento, pues ni en sus mejores momentos pueden vivir sin nosotros, lo que da una idea de la grandeza verdiblanca.
Enhorabuena al Sevilla y a los sevillistas de categoría. Y viva el Real Betis Balompié.
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